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La geopolítica de la tecnología militar

Los conflictos armados no sólo serán librados por robots y drones sino que siempre serán dirimidos por hombres en la tierra. Para estar bien preparados, los argentinos podemos recomenzar a producir tecnología o bien comprarla en el exterior

24 de mayo, 2020 - 12:44

Como todos recordamos, desde hace unos meses atrás los EE.UU. de Trump y la China de Xi vienen desarrollando una guerra comercial, materializada en sanciones y en acusaciones cruzadas. Lo que pocos saben es que el kid de la cuestión no es el comercio y tampoco las tecnologías de punta: es la tecnología militar.

Al parecer, los científicos e investigadores chinos, que se han hecho famosos por copiar casi cualquier cosa, se habrían estado dedicando a emular las tecnologías militares de las más peligrosas, tales como portaaviones, aviones furtivos o misiles intercontinentales, entre otras, que serían los preferidos de sus numerosos centros de investigación y desarrollo chinos.

Para colmo de males, parecería ser que todo ello no lo han logrado los chinos solos ni usando procedimientos insidiosos como el espionaje. Lo han hecho a plena luz del día. ¿Cómo? Muy sencillo: al parecer se han dedicado a financiar, generosamente, a universidades, centros de investigación y a los unicornios, las denominadas empresas de alta tecnología de los EE.UU.

Con ello han logrado la colaboración voluntaria e interesada de sus asociados. Pero parece ser que la cuestión ha pasado de castaño a oscuro, ya que la amplia brecha entre los avanzados EE.UU. y la atrasada China se habría acortado bastante. En todos los ámbitos, pero especialmente en uno muy preocupante: el de tecnología militar. 

Al respecto, advierten fuentes del Pentágono –citadas por el diario británico The Times– que los EE.UU. perderían una guerra contra China en el Pacífico y que serían incapaces de defender a Taiwán, ya que su base militar de Guam está en peligro. 

Sea como sea, el presidente Trump ha decidido bloquear que la transferencia de tecnología militar norteamericana siga circulando, sin restricciones, hacia China, aunque se trate de tecnología dual (de uso tanto militar como civil) como los microchips que usa la popular línea de teléfonos chino Huawei, pero que también sirve para equipar el cerebro de un misil hipersónico o de un drone. 

 

Hace falta un cambio de actitud

Llegado a este punto es el momento de comenzar a reflexionar sobre cómo esto nos afecta a nosotros, los argentinos. Particularmente a nuestras FF.AA., las que como venimos sosteniendo sufren de una desinversión que lleva décadas, pero que ahora podrían tener una ventana de oportunidad, al menos para lograr un cambio de actitud del poder político hacia ellas. 

Como hemos sostenido siempre, ellas son una trilogía de hombres, ideas y fierros, en ese orden. Nos toca hoy hablar de sus fierros, vale decir de su equipamiento y de la tecnología que debería nutrirlas. 

Para empezar, hay que aceptar que a juicio de varios expertos las guerras del presente y, especialmente, las del futuro, no serán libradas sólo por drones y por robots de alta tecnología. Lamentablemente, los conflictos armados seguirán siendo dirimidos por hombres en la tierra. 

Tendrán más en común con las luchas de las tribus primitivas que con las guerras convencionales a gran escala de cualquier clase que el mundo pueda haber visto por última vez, probablemente, con nuestra Guerra de Malvinas. 

A partir de que los beligerantes estarán entremezclados unos con otros y en medio de la población civil, la estrategia de pensadores convencionales, como Clausewitz, no tendrá aplicación, pues ya no serán los Estados quienes los libren en exclusividad. 

Ergo, las armas serán menos sofisticadas de lo que sus fabricantes piensan y nos quieren vender. Las guerras no serán libradas por hombres perfectamente uniformados en containers con aire acondicionado, sentados detrás de pantallas, manipulando símbolos y apretando botones. 

Las “tropas” tendrán más bien el aspecto de guerrilleros o de piratas que el de pulcros funcionarios de defensa. Por otro lado, las guerras no tendrán lugar en espacios abiertos, sólo por el hecho de que la masa de la población mundial vive hoy en espacios urbanizados de diferente tamaño. 

Por supuesto que la tecnología jugará su parte, pero no como la piensan estos expertos. No habrá supercomputadoras ni supersatélites que lo hagan todo, pero sí una parafernalia de pequeños gadgets que harán la vida y la pelea de los combatiente más sencilla. Tales como GPS que le dirán su ubicación o pequeños drones que le permitirán ver el otro lado de una colina.

Pero el viejo arte de matar y de estar dispuesto a arriesgarse para poder hacerlo, permanecerá casi inalterable. 

 

La oportunidad argentina

Ahora bien, ¿cómo hacemos los argentinos para hacernos de esa tecnología en momentos en que los principales productores de ella, los norteamericanos, se la niegan a los chinos? Digamos, para ir terminado, que tenemos varias opciones. A saber: 

1º - Podemos recomenzar a producir nuestro equipamiento, y digo recomenzar porque nuestro país ya supo tener su Fábrica Militar de Aviones, astilleros navales y fabricaciones militares que producían armamento, munición y explosivos. 

Su personal y sus estructuras han sufrido años de abandono y las consecuencias de las malas administraciones y de los malos negocios. Es el momento de volver a ponerlas en funcionamiento.

2º - Como obviamente no podrán producirlo todo, se puede echar mano al sencillo expediente de comprar en el exterior lo que no podamos producir aquí. Y no me refiero a comprar equipo militar secreto, sino fundamentalmente a material de uso dual endurecido.

Por ejemplo, una buena camioneta Toyota Hilux, –la que se produce en el país– con algunas pocas modificaciones, reemplaza bastante bien al viejo Jeep o hasta a un Hammer.

3º - Si no lo podemos fabricar, ni tampoco se lo puede reemplazar por un producto civil, habrá que comprárselo a un fabricante militar. Obviamente, teniendo en cuenta una cantidad de factores, como la sustentabilidad del mantenimiento, entre otros.

Pero no es un problema que sea muy difícil de resolver, ya que los fabricantes de armas abundan en todas partes del mundo. 

Para terminar, no solo hay que hacer lo que pedimos, sino hay que hacerlo rápido. Lo que está pasando en la Zona Económica Exclusiva de nuestro mar es solo una pequeña muestra de lo que se viene.

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.