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El dilema de los planes sociales

Mandar a todos los beneficiarios a retomar la sana costumbre de trabajar es imposible si antes no se adoptan las medidas correctas para permitirles que puedan ejercer una actividad digna, cosa que ningún gobierno ha hecho en más de veinte años

14 de abril, 2022 - 07:42

Es un lugar común que ya casi aburre porque se lo repite hasta el cansancio. “Basta de planes sociales, mándenlos a trabajar”, dicen, vociferan y gritan desde el movilero en ascenso de un canal metropolitano hasta el curtido comentarista político más experimentado cuando encuentran cerrado su paso por algunos de los numerosos piquetes que pululan en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Pero nos preguntamos si esto es posible, es decir, suspender todos los planes sociales y mandar a toda esa gente a retomar la sana costumbre de trabajar.

La pasada experiencia de Chile y la mucho más reciente de Perú parecerían señalar, rotundamente, que no. Ambos países venían con una muy buena racha de crecimiento económico con números envidiables, en al menos su última década. En el primero de ellos, el detonante fue el aumento del boleto estudiantil, a lo que siguieron inmensas protestas sociales, solo detenidas en parte por la ocurrencia de la pandemia y por la victoria de un gobierno que ha prometido solucionar los problemas de fondo que llevaron a esa situación. El segundo fue por un aumento en los combustibles y la rebelión se encuentra en pleno desarrollo.

Al parecer, en ambos países el denominado neoliberalismo fue muy eficiente a la hora de crear riquezas, pero no al momento de tener que distribuirlas equitativamente.

Nos lo explica el filósofo argentino, Alberto Buela, cuando dice que “...el neoliberalismo ha modificado el concepto de Estado que tenía el liberalismo. Así, el Estado ya no está para administrar bien y austeramente la cosa pública, ni menos aún ayudar “a hacer” al particular que lo necesita usando el principio de subsidiariedad, sino que está al servicio del mercado. El Estado es un apéndice de las multinacionales que colabora con sus negocios. Hoy el Estado existe en función del mercado y, sobre todo, del mercado internacional. Ésta es la gran sustitución que ha producido el neoliberalismo respecto del liberalismo clásico”.

A lo sostenido por Buela hay que agregarle que, hoy por hoy, las consecuencias económicas y laborales de la cuarta revolución industrial es traída por la inteligencia artificial y la robotización de muchas tareas laborales. Pues, como dice el politólogo israelí de moda, Yuri Harari: “La idea de tener un puesto de trabajo por toda la vida es totalmente arcaica". Agrega que, probablemente, la única certeza que tenemos sobre el siglo XXI es que no hay certeza alguna, pues el calentamiento global, la precarización laboral, las tensiones geopolíticas, la inteligencia artificial, el populismo, la crisis de los modelos políticos, la automatización, la concentración de la riqueza, los flujos migratorios globales, la rápida urbanización del Sur Global y las denominadas fake news, son solo algunos de los tópicos que dominan los debates públicos.

Y plantea lo siguiente: "Si uno quiere trabajo tendrá que reinventarse a sí mismo de nuevo en algo diferente; en un mundo inundado de información irrelevante, la claridad es poder". Y se pregunta: “¿Cómo se puede trabajar en un oficio cuando la información se duplica a sí misma cada siete años? Uno debe continuar estudiando todo el tiempo [...] El modelo en que uno iba a la universidad, estudiaba un oficio y desde los 25 años hasta la jubilación vivía de la información acumulada, es totalmente inefectivo. Ahora, aunque tengas el mismo oficio durante 50 años, te actualizas. Nunca estás parado en el mismo lugar”.

Si a esta situación le agregamos los efectos negativos de la pandemia, tales como la ralentización de los sistemas productivos y de las cadenas de distribución, hoy acrecentados por las sanciones económicas impuestas a Rusia –el primer productor de una gran cantidad de materias primas vitales, como los hidrocarburos y los fertilizantes–, vemos no sólo la probabilidad de una profunda recesión de la economía global, sino también, la posibilidad de hambrunas de nivel bíblico como ya lo ha advertido la propia FAO.

Es por estos motivos que el Papa Francisco les solicita a los gobiernos que busquen “esquemas redistributivos para que la riqueza de una parte sea compartida". También, esta establecer un salario mínimo universal, así como una reducción de la jornada laboral, para que todos puedan tener acceso a "los más elementales bienes de la vida".

"Es justo luchar por una distribución humana de estos recursos. Y es tarea de los gobiernos establecer esquemas fiscales y redistributivos para que la riqueza de una parte sea compartida con la equidad sin que esto suponga un peso insoportable, principalmente para la clase media", aseguró el sumo pontífice en un mensaje con motivo del IV Encuentro Mundial de Movimientos Populares.

Asimismo, el Papa pidió perdonar las deudas de los países pobres: "Quiero pedirles en nombre de Dios a los grupos financieros y organismos internacionales de crédito que permitan a los países pobres garantizar las necesidades básicas de su gente y condonen esas deudas tantas veces contraídas contra los intereses de esos mismos pueblos", señaló.

 

Volviendo al caso argentino

La Argentina ya vivió esta situación por adelantado tras su profunda crisis del 2001. En esa oportunidad se probaron una andanada de medidas, tales como las cuasimonedas, el trueque y diversos planes sociales para los más necesitados. Mutatis mutandi, todos los gobiernos posteriores, pese a haber prometido que reducirían y que canjearían a esos planes sociales por trabajos dignos, los incrementaron.

Llegado a este punto, es justamente la Argentina el país que se encuentra en las mejores condiciones conceptuales para mejorar lo que se viene haciendo. Porque, como hemos visto, la situación de necesidad que los vio nacer, lejos de desaparecer se ha profundizado y se ha extendido a todo el mundo. Qué hacer sería el interrogante principal.

Lo primero que hay que admitir es que los mentados planes no se pueden suprimir, pero sí se puede colocar a esa inmensa mano de obra ociosa al servicio, por ejemplo, de los municipios para la realización de tareas menores, como el barrido, la limpieza y la recolección.

Lo segundo es exigir para el cobro de los mencionados planes la efectiva escolaridad de los dependientes de sus receptores, ya sea en los sistemas de escolaridad normal o nocturna para adultos. Porque la educación es uno de los mejores caminos para lograr la necesaria adaptación.

Lo tercero es la entrega de tierras fiscales improductivas para la realización de emprendimientos productivos de pequeña y mediana escala. A los efectos, no sólo de fomentar la producción, sino además detener la ola de usurpaciones ilegales. Esto, a la par de iniciar una desconcentración poblacional de grandes ciudades como Buenos Aires, Córdoba, Rosario y Mendoza.

Lo cuarto es movilizar a las Fuerzas Armadas mediante la conformación de un cuerpo militar de trabajo, restableciendo el servicio militar obligatorio, pero enfocado a tareas productivas, tales como el mantenimiento de caminos y obras de infraestructura en lugares alejados y la reconstrucción de nuestras redes ferroviarias, entre otras cosas.

Probablemente, estas propuestas suenen algo exageradas. Total, se dirá, toda crisis pasa. Pero si este no fuera el caso y la misma se fuera agravando, como muchas cosas parecen indicarlo, en el futuro podremos perder muchas cosas, menos el tiempo.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.