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Dos tipos audaces en la cordillera andina

Operando una estación de control aéreo y meteorológico instalada a 4.000 metros de altura, unían al mundo civilizado con las aeronaves de la Grace Panagra que hacían el trayecto entre Mendoza y Chile

12 de diciembre, 2022 - 09:26

Hoy solo quedan vestigios de aquella estación meteorológica que a principios del siglo pasado operó en medio de la cumbre, a casi 4.000 metros sobre el nivel del mar en el lado de Chile.

El edificio al que nos referimos se encuentra enfrentado al imponente Cristo Redentor. Fue construido casi cien años atrás y sus firmes paredes fueron levantadas con ladrillos y piedras, mientras los techos que coronan el edificio son de chapa en el sector del país trasandino. 

Durante más de 40 años funcionó allí una estación de control aéreo y meteorológico de Grace Panagra, empresa estadounidense que años más tarde sería conocida como Pan American.

Pero lo más interesante de todo esto es la historia de dos trabajadores que vivieron allí muchos años, realizando una tarea peligrosa y quedándose solos en medio de las alturas y de las inclemencias del tiempo.

Estos dos intrépidos tenían nombre y apellido: Gregorio Neumosoff y Reinaldo E. Abelda. Ellos informaban sobre las condiciones climáticas en las alturas y especialmente supervisaban el tránsito aéreo entre Mendoza y Santiago de Chile.

 

Una estación en el cielo

Al iniciarse las operaciones en Sudamérica a través de la línea aérea, la empresa Grace Panagra construyó un edificio para poder implementar un sistema de comunicación.

Ya en mayo de 1933, pusieron a trabajar allí a dos radiotelegrafistas argentinos, que fueron contratados para realizar ese trabajo en aquella inhóspita estación.

La jornada empezaba en la madrugada desde la estación Las Cuevas, y luego de marchar a lomo de mula por más de tres horas, se llegaba al refugio en donde se encontraba el observatorio.

El edificio solo se unía al mundo civilizado por medio de la radio y del teléfono. Las instalaciones se componían de un techo especial con un cielo raso que aislaba de los intensos fríos y pisos de madera. Tres pequeñas habitaciones también conformaban aquella oficina con una pequeña torre de metal en donde se encontraban los equipos emisores y receptores.

 

Un día a 4.000 metros de altura

A las cuatro de la mañana Gregorio se levantaba y después de asearse y desayunar iniciaba su tarea a las 6.40 y encendía el radio para iniciar la conexión con la única aeronave que partía hacia Mendoza; era el vuelo 556 que salía desde el aeropuerto de Santiago de Chile.

Durante la comunicación entre la aeronave y el observatorio, el radiotelegrafista aportaba datos sobre las condiciones meteorológicas de toda la ruta de la cordillera, mientras que cada quince minutos los tripulantes del avión informaban sobre su posición de vuelo.

Es importante destacar que las aeronaves de Panagra utilizaban el huso horario de la ciudad de Nueva York.

Mientras tanto, el operador transmitía el estado del tiempo tres veces al día a las dos aerostaciones ubicadas en Los Andes (Chile) y Uspallata, en nuestra provincia. Además de este importante aporte, también se orientaba a los pilotos en caso de mal tiempo para tomar una ruta alternativa. Luego del breve intercambio con la civilización, todo volvía a la absoluta soledad.

Gregorio Neumosoff –hijo de inmigrantes– era el encargado y radiotelegrafista del observatorio. Este hombre, experimentado en estas tareas, había sido empleado del ferrocarril Trasandino que operaba también en esa zona. 

No cabe duda de que estaba habituado a la vida de montaña desde hacía muchos años. Mientras tanto, su compañero, el mendocino Reinaldo E. Abelda, se encargaba de los análisis meteorológicos.

Después de la tarea, los dos operarios de la estación mataban el aburrimiento leyendo libros de Spencer, José Ingenieros y otros autores populares en la época.

El interior del refugio se hacía agradable por las estufas a querosén que estaban encendidas permanentemente y mantenían la temperatura a unos 18 grados.

A pesar de lo agradable de las instalaciones, estos hombres estuvieron a punto de morir intoxicados con monóxido de carbono al producirse un desperfecto en una de las estufas. Pero por suerte pudieron salir de la habitación y luego solucionar esa crítica situación.

Más allá de las inclemencias del tiempo y la soledad, ambos estaban bien abastecidos de provisiones, al punto que la leña y carbón alcanzaban para ocho meses.

El observatorio poseía un receptor de radiotelegrafía bastante adelantado para su época. Contaban también con un teléfono que comunicaba directamente a las oficinas de la empresa aérea norteamericana, una de ellas en el campo aéreo de Los Tamarindos, en Mendoza, y la otra en la aerostación de Santiago de Chile.

En el exterior de la construcción, y como complemento de los aparatos de comunicación, disponían de instrumental meteorológico: anemómetro para medir la velocidad de los vientos, barómetro, termómetros y una veleta.

 

Arriesgando el pellejo

A metros de la estación la compañía colocó un pasamanos de soga de cien metros de largo para seguridad del observador que necesitaba cerciorarse del estado del tiempo. En una oportunidad, Abelda fue sacudido por una fuerte ráfaga de viento y gracias a esa soga pudo salvarse de caer a un precipicio.

Estos dos héroes comprometidos con su trabajo estuvieron soportando las inclemencias del tiempo y aislados de todo contacto con el hombre por años, con el objeto de informar las condiciones meteorológicas que existían en aquel punto.

Muy poco se supo de estos valientes, casi anónimos, quienes arriesgaron sus vidas para cumplir con su misión.

Reinaldo Abelda falleció a mediados de los '50 en Mendoza, pero en cuanto a Gregorio Neumosoff, nada más se supo de él.