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De motines, esquilaches, golpes blandos y otras cosas

A partir de las marchas contra el Gobierno nos podríamos preguntar si pueden estallar episodios violentos en la Argentina, aun cuando sus instituciones están en funcionamiento. Y la respuesta podría estar en lo que pasa en otros países con una mejor economía, como EE. UU.

27 de septiembre, 2020 - 13:24

"El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución. Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de éste, comete delito de sedición", reza, contundente, el artículo 22 de nuestra Constitución Nacional.

Pero, ¿qué pasa cuando una parte de este pueblo sale a las calles a peticionar? Es más, ¿Qué pasa cuando entre ellos se encuentran políticos profesionales que tienen la obligación de representarlo?

Difícil como es la cuestión, merece algunas precisiones previas.A saber:

  1. Desde hace algunos años los gobiernos democráticos del Mundo y que son la mayoría, vienen experimentado una fiebre por una mayor representación directa por parte de sus ciudadanos. Una que por lo general se expresa en los menores niveles de representación política, como el municipal.
  2. Pero, por otro lado, no son pocas las oportunidades en las que la masa de la ciudadanía parece darle la espalda a los planes de sus representantes. Tal como ocurrió en el Brexit británico y en el Referéndum por el tratado de paz con las FARC en Colombia.
  3. En forma más extrema, no es frecuente –pero tampoco raro– que un descontento popular generalizado le ponga fin a un gobierno democráticamente electo. Los argentinos tenemos el ejemplo cercano del 2001 y no necesitamos explicar más nada.

 

Históricamente, el denominado ‘Motín de Esquilache’, ocurrido en el Madrid de finales del siglo XVIII, es el preferido por el especialistas para explicar –ya que tienen los condimentos necesarios– qué es un motín popular y cómo se producen.

Para empezar, el de Carlos III era un mal gobierno ordenancista que pretendía hermosear la ciudad de Madrid, lo que estaba muy bien. Pero para ello, había prohibido el uso de sombreros chambergos porque dificultaban, decían, el “reconocimiento facial” de la época, y las capas largas porque arrastraban la mugre.

Como todo motín que se precie, éste también tuvo su detonante y fueron dos, en realidad. Uno fue el carácter extranjero de quien era la mano derecha del Rey, il marchese di Squillace, de origen italiano, pero llamado Esquillace y que le daría el nombre a la revuelta. Y el otro, el súbito aumento de los precios de los alimentos, que se había duplicado en cinco años.

Parecen ser dos causas clásicas, pues aparecen en las dos revoluciones más famosas de la Historia. En la Francesa, con la figura de la princesa austriaca María Antonieta de Austria, esposa del Rey Luis XVI – mal llamada por sus enemigos “autrichienne” o la “perra austriaca”–, y en la persona de Alejandra Fiódorovna Románova, la esposa del Zar Nicolás II, una alemana que era nieta de la Reina Victoria, del Reino Unido de la Gran Bretaña.

Por su parte, los temas económicos, ya sea bajo las formas de una alta inflación, de una prolongada recesión o de un simple aumento desmedido de los precios, también parecen estar siempre presentes en un motín que se precie de exitoso.

Volviendo al presente, vemos que, al menos en la Argentina, no tenemos nobleza y mucho menos una extranjera. Pero las causas económicas para un motín parecen sobrar, como también los agoreros profetas que los anuncian.

Pero nos preguntamos, aún admitiendo que las causas económicas están presentes, ¿puede estallar un motín, una revuelta popular en la Argentina, cuando sus instituciones republicanas se encuentran en funcionamiento?

Un cínico podría contestar, y un realista llegar a aceptar, que efectivamente esas instituciones funcionan, pero que lo hacen muy mal.

Uno se lo pregunta cuando ve que ya son varias las marchas contra los gobiernos, incluido el nuestro, pese a los peligros sanitarios que conlleva realizarlas en medio de una pandemia.

Pero vemos que eso pasa en lugares con economías que no se encuentran en tan mal estado como la nuestra, como es el caso, por ejemplo, de los EE.UU. de Alemania, Francia o el Reino Unido.

En los EE.UU., para tratar de explicar al más inexplicable de todos los motines, existe la teoría de que tales actividades distan de ser espontáneas y que cuentan con organizadores ad hoc, ya que se puede ver, claramente, como las impulsan determinados personajes políticos y del espectáculo que se oponen a la reelección del presidente Donald Trump. Quienes parecen haber abandonado las tareas típicas de toda oposición civilizada para pasar a la acción política directa, tal como ha quedado demostrado en las marchas “no violentas” de Black Lives Matter, que terminaron en episodios violentos y en el derribo de las estatuas que no eran de su gusto.

A lo que hay que sumarle la prédica permanente de las principales cadenas informativas, como la CNN o la CBS, entre otras tantas, con noticias y su correspondiente interpretación a favor de tal actitud.

Obviamente, hay que adicionar a lo anterior la presencia invisible de las redes sociales, que desde hace un tiempo son utilizadas como un excelente medio de comunicación para el incentivo, organización y control de tales actividades.

Para colmo de males se cita la posible injerencia de potencias extranjeras, como Rusia y China, y también de poderosas ONGs, como el grupo de origen europeo Antifa.

Pero por sobre todo se nombra a Gene Sharp, el teórico de la resistencia no violenta. El inventor de las denominadas Revoluciones de Colores que voltearon varios gobiernos de repúblicas exsoviéticas y que, además, fueron la inspiración para las Primaveras Árabes que sacudieron el Levante unos años atrás.

De ser esto último cierto, no dejaría de ser altamente paradójico para el gobierno norteamericano, ya que luego de “exportar” su democracia por todo el mundo, probará algo de su propia medicina en ocasión de las próximas elecciones presidenciales.

Pero sería mejor no burlarnos de las desgracias ajenas, ya que bien podría ser una ola que también llegue a nuestras costas. Una que traiga el fin de la legitimidad política y de las formas en que ésta se expresan desde 1983.

Nos encontramos frente a una nueva etapa, la que bien podría evolucionar en forma más o menos tranquila o de forma revolucionaria.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Es autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.