|11/10/20 12:21 PM

Confianza, la ecuación imposible

Donde se necesita con urgencia recobrar la confianza es en la economía porque nadie parece pensar que el rumbo sea el correcto. Pero también que se recobre en la política

11 de octubre, 2020 - 12:34

Entre las muchas dificultades que atraviesa el Gobierno nacional, a menos de un año de su asunción, está el de la confianza.

La cosechada inicialmente por su propuesta política –ese camino de la mesura y el diálogo que, a poco de andar, se fue descomponiendo al compás del deterioro de la situación- y la sumada en los tiempos iniciales de la pandemia, luce cada vez más endeble, y las medidas que se van anunciando no logran sumar adhesión, o al menos una tregua que permita reordenar las cosas.

En primer término, donde se necesita con urgencia recobrar la confianza es en la economía. Nadie parece pensar que el rumbo sea el correcto.

Los acuerdos tardan mucho en alcanzarse, las negociaciones tienen siempre al Gobierno ofreciendo argumentos endebles, en muy pocos casos ratificados por las cifras de la realidad, y en el mientras tanto –mientras aparece un plan, mientras se esperan las 60 medidas que no llegan, mientras se logra el acuerdo con el FMI- las reservas se vacían, la moneda se debilita y la pobreza y la desocupación crecen sin cesar.

También necesitaría el Gobierno que se recobre la confianza en la política.

Las desmesuras de algunos sectores, que transforman instituciones de la República en un circo donde se pueden cortar micrófonos, sesionar casi en la clandestinidad o tener escenas sexuales con las cámaras encendidas le hacen flaco favor a Alberto Fernández.

Los criterios de autoridad se desvanecen si el discurso de mesura se contrasta con hechos y personajes que minan desde adentro y desde afuera el prestigio y la calidad institucional.

Dirigentes, funcionarios, pero también voces cercanas al poder son capaces de desplantes que mellan con prisa la imagen del Gobierno.

El caso Venezuela y las violaciones a los derechos humanos; las tomas de tierras en las que medio Gabinete parece considerarlo delito y el otro medio un acto de justicia revolucionaria; los debates sobre la inseguridad en un conurbano incendiado donde Berni respalda a las fuerzas de seguridad y Frederic parece más cerca de la puerta giratoria, todos ellos son ejemplos donde el saldo es todo pérdida.

La política es el terreno del encuentro, del consenso. La política es la mesa donde deben sentarse a acordar superando las diferencias, una actitud que se promete pero no se cumple.

Con un amplio sector convencido de que la política es solo escoger la batalla que debe darse en cada momento, a la luz de lecturas trasnochadas como Laclau y sus adláteres, es muy difícil que cambie eso si sectores mayoritarios continúan atrincherados en un setentismo obsoleto, violento e inconducente.

Finalmente, el tercer escenario donde el Gobierno debería reconstruir la confianza es el de la sociedad.

Todos los sondeos –en una nueva fiebre de encuestitis que se parece a un período preelectoral- muestran números esquivos para el Gobierno. Caen en popularidad, en imagen, pero también caen en la percepción de que puedan construir un futuro mejor.

Es el número que menos se mira, pero el que más debería atenderse. Comparar si Cristina o Macri tienen peor imagen es mirar el pasado y anclarse en delirios y veleidades, mientras que observar si los argentinos creemos que vamos a estar mejor, igual o peor, marca el verdadero clima de futuro.

Es cierto que a la sociedad se la doma más fácilmente que a los capitales, a los inversores, a los mercados. Restricciones, cepos y disciplinamientos son más baratos y efectivos, pero también pueden romper los diques de contención.

Se habla con mucha más frecuencia de cambios de Gabinete, de relanzamiento del Gobierno, de cerrar una página que es ingrata, pero cuyas consecuencias pueden cargarse más fácilmente a factores imprevistos como la pandemia.

La duda es cuánta libertad de acción real tiene Alberto Fernández para hacer los cambios que sabe que necesita. Qué sectores internos debe dinamitar para ganar credibilidad y oxígeno político.

Hasta ahora, la desconfianza viene ganando la batalla.