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‘Casuchas del Rey’, mudos testigos de la época colonial

En plena cordillera, tanto del lado argentino como de Chile existen antiquísimas postas que sirvieron de refugio a los atrevidos viajeros de aquellos tiempos

30 de noviembre, 2020 - 12:29

El camino a la alta montaña –actual Ruta Internacional 7- es uno de los más utilizados por los argentinos para cruzar a Chile.

Aquella franja de cemento se encuentra a grandes alturas sobre el nivel del mar y está rodeada de un panorama espectacular en donde yacen las más imponentes cumbres coronadas por el color blanco de sus eternas nieves.

En este pintoresco y agreste paisaje, a la vera del río Las Cuevas, se encuentran algunas construcciones de ladrillo como mudos testigos de la época colonial. 

Se trata de las denominadas ‘Casuchas de la Cordillera’, o ‘Casuchas del Rey’, que fueron construidas a mediados del siglo XVIII y son las edificaciones más antiguas que actualmente posee nuestra provincia, las cuales son desconocidas por la mayoría de los que por allí transitan.

Un camino real

Los incas fueron los primeros en extender una serie de caminos a través de la cordillera denominados Qhapaq Ñan mucho antes de la llegada de los conquistadores.

Posteriormente estas vías de comunicación fueron aprovechadas por los españoles para expandirse hacia nuevos territorios.

A mediados del siglo XVII, y con las fundaciones de pequeñas aldeas, los caminos que unían a Santiago de Chile con Mendoza comenzaron a tener más actividad, a través del incremento del comercio por medio de mulares que transportaban mercaderías.

Este camino fue de suma importancia estratégica, porque comunicaba el puerto de Buenos Aires desde el Atlántico con el de Valparaíso en el Pacífico.

Se evitaba así que los barcos tuvieran que transitar miles de kilómetros hacia el Sur, pasando por el estrecho de Magallanes y remontando el Pacífico hasta el principal puerto trasandino.

Esta ruta consistía en una huella de no más de 1,60 metros de ancho con subidas y bajadas muy pronunciadas. Los transportistas y viajeros debían  vadear arroyos caudalosos y subir alturas mayores a 3.800 metros.

La actividad se iniciaba en el mes de septiembre y culminaba en el mes de mayo, cuando se cerraba el paso al llegar el invierno, ya que la caída de gran cantidad de nieve obstaculizaba el paso de las comunicaciones entre ambas localidades.

El peligro de cruzar la cordillera

En aquellos tiempos la travesía de la ruta era considerada muy peligrosa por la mayoría de los viajeros y hacía que éstos tuvieran algunos percances, o inclusive perecieran bajo alguna tormenta de nieve, derrumbes o aludes. Igualmente, estos corajudos transportistas se animaban a circular con sus mulares.

A mediados del siglo XVIII, una comisión de funcionarios del gobierno chileno, encabezada por Ambrosio O'Higgins –padre del prócer trasandino- al cruzar quedó atrapada por un recio temporal de viento y nieve que diezmó al infortunado grupo que se dirigía hacia Mendoza.

Durante el temporal, O’Higgins y sus acompañantes se perdieron y quedaron a la deriva, sin refugio, y fueron víctimas del frío.

Su secretario falleció en sus brazos y cuando parecía que la muerte se le acercaba al futuro Virrey del Perú, fue rescatado milagrosamente por una patrulla.

Otra versión documental indica que en 1756, don Ambrosio viajó a España y a su regreso por el único camino que unía a Buenos Aires con Santiago de Chile. al cruzar el macizo andino observó la falta de postas en esa zona para agilizar el correo, que era vital para las comunicaciones entre el Atlántico y el Pacífico.

Este viaje motivó al presidente de la Capitanía de Chile, Antonio Guill y Gonzaga, la decisión de construir “casas de postas” en la cordillera con el fin de resguardar a los viajeros y al correo de los crudos temporales invernales.

La obra de un irlandés

En 1763 el ingeniero irlandés Juan Garland realizó un viaje de exploración junto a su compatriota O'Higgins y dos colaboradores para empezar con las construcciones.

La primera etapa fue levantar tres casuchas de ladrillo, abovedadas y con tal disposición que no las cubriera la nieve.

Antigua fotografía de la casuca de la Cumbre.

Para la erección de éstas se utilizaron más de 10.000 ladrillos y fueron empleadas unas 500 mulas para trasladar materiales, como cal, maderas, herramientas, víveres y forraje provenientes de Chile, en un operativo que se realizó con gran precisión.

Las construcciones se terminaron en un año y medio. Posteriormente, se hicieron otras tres, quedando conformadas las siguientes casas en los parajes de Punta de Vacas, los Puquios y Paramillo de Las Cuevas, en territorio mendocino.

La Posta de Puquios, actualmente en estado de total abandono.
Casucha de Paramillos, en Las Cuevas.

Ya del lado chileno, se encontraban la de la Cumbre, Juncalillo –llamada también de Santo Tomás– y la última, Ojo del Agua.

En 1774 se agregaron otras dos: una en el lugar llamado las Calaveras y la otra a la entrada de los caracoles de Las Cuevas.

Las casas de postas fueron construidas para el resguardo del correo real que iba desde Buenos Aires a Santiago de Chile. Cuando éstos llegaban a Mendoza, recibían del Administrador de Correo las llaves  de las casuchas.

En el interior de ellas habían alacenas de madera que contenían charque en rama, yerba mate y en la parte inferior del mueble, una gran cantidad de leña.

Epopeyas patrióticas 

Con la caída del gobierno colonial de ambos países, las casuchas, que habían sido restauradas por última vez en 1803, fueron totalmente abandonadas.

En 1817, la casucha de Punta de Vacas fue testigo del combate de Los Potrerillos entre las tropas del mayor Martínez y los realistas del mayor Miguel Marqueli, en donde éste último la utilizó como parapeto.

Días después, cuando la división del entonces coronel Las Heras marchó hacia Chile, otra de las casas situada en el Paramillo de las Cuevas fue el refugio de las tropas y sus maderas fueron usadas para encender pequeñas fogatas.

A partir de la primera década del siglo XIX numerosos viajeros como los británicos Miers, Proctor, Head y Castelwright, el pintor alemán Mauricio Rugendas y el famoso científico Charles Darwin, entre otros, pasaron por ellas dejando riquísimos relatos y dibujos.

En 1841, las casuchas albergaron a  oficiales y soldados unitarios que escaparon de los federales luego de la derrota en la batalla de Rodeo del Medio.

La desidia de los gobiernos

En 1865, el gobierno de la Provincia de Mendoza realizó la recomposición del camino cordillerano y aprovechó la oportunidad para reparar las arruinadas cuatro casas de Punta de Vacas, Puquios, Paramillos y Las Cuevas.

Además, proyectó la construcción de algunas otras, pero el presupuesto, como siempre, no alcanzó. Esa fue la última vez que se restauraron.

Estas antiguas casas están por cumplir 250 años, y a pesar de tanto tiempo, la mayoría de ellas sigue existiendo: Los Puquios, Paramillo de las Cuevas, Las Cuevas, Caracoles y Juncalillo.

En nuestra provincia, la de Punta de Vacas fue destruida por un aluvión posiblemente en 1895, y sus ruinas permanecieron en el lugar hasta que, en ese sitio, se construyeron en 1950 los cuarteles de Gendarmería Nacional y otras dependencias. 

Ya en Chile, a unos 800 metros hacia el Sudoeste del límite, se encuentran los restos de la casucha de La Cumbre, que fue destruida por un alud.

Otra de las construcciones desaparecidas fue la de Ojo de Agua, camino a la ciudad de Los Andes, también en territorio trasandino.

En 1973, las tres construcciones existentes del lado argentino fueron declaradas por la Comisión Nacional de Monumentos y Lugares Históricos, como ‘Monumentos Históricos Nacionales’ con la intención de ponerlas en valor, pero ya han pasado más de 40 años sin que hasta ahora el gobierno nacional asigne dinero para su restauración.