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Moyano, aquel guaymallino que fue Camboyano

El mendocino Oscar César Moyano jugó en San Lorenzo de Almagro en 1987. Marcó un gol ante Newell’s, que los hinchas Azulgranas aún recuerdan

08 de agosto, 2023 - 17:11

Como amantes de las analogías, siempre tenemos en la punta de la lengua, listo para gatillar cuando haga falta, aquello de que “si la historia la escriben los que ganan, entonces quiere decir que hay otra historia”.

 Aquel estribillo de un poema de Eduardo Mignona, hecho canción por el mítico rosarino Litto Nebbia y que se llama Quien quiera oír que oiga, es la canción principal de la película Evita, dirigida por el propio Mignona, la cual nos ha servido para metaforizar y derribar el discurso que sólo importa el relato de la historia oficial. Algo así como la reivindicación de muchos y muchas, cuyo relato no aparece en el libro de registros escrito con letras triunfantes. ¿De qué profundidad es el socavón que secciona a ganadores por derecha y perdedores a la izquierda? 

Si la historia la escriben sólo los que ganan, ¿en qué byte quedan guardados los sueños de tantos y tantas? ¿Dónde quedan inventariados los anhelos e intentos?

Hubo escritores de una sola obra editada, pero que colmaron de poesía a la humanidad. También quien desde el garaje de su casa soñó con cantar algún día en un escenario grande, pero también deleitaba a los amigos de su pueblo con el amor y talento por la música. Y quienes mantuvieron un profundo romance con un balón de fútbol. Y aunque los reflectores del fútbol rentado no los encandilaran, igual brillaron en la esquina de casa, en el pago chico y hasta cumplieron con el sueño de alguna vez probar el sabor de jugar en un estadio grande.

Depende del lugar con el que se mire, aquello de triunfar en el fútbol. Es claro que es una profesión de la que muchos y muchas viven, pero también es poderoso el resignificar que alguien cumplió el sueño fútbol, literario, musical, más allá del rigor del profesionalismo.

 Por eso Oscar César Moyano, nuestro entrevistado en cuestión, cuenta que no se inmuta cuando por allí le preguntan por lo que pudo ser y no fue. Quizás haber sido campeón con el San Lorenzo que integró en 1987, jugar en la Selección argentina y luego llegar a Europa.

El Negro, como le dicen desde chico, el pibe que desde siempre vivió en el barrio Minotto de Guaymallén, tenía el deseo puro de actuar en el fútbol grande. Experimentar lo que era ingresar a un campo de juego con la camiseta de un cuadro importante. Y en nuestra charla dirá que es feliz por haberlo cumplido.

La circunstancia de no seguir el derrotero del profesionalismo, más allá de ese inolvidable 1987 ya fue un tema de empresarios y demás, pero es sincero Oscar cuando dice que se siente feliz de haberlo cumplido. Hablamos en el contexto de una época en que los pibes tenían como chiche la pelota y el Disneylandia o Aconcagua, era llegar al fútbol grande. Pues bien, el Negro Moyano lo logró y en el bolsillo de su alma guarda aquel sueño cumplido. 

Suerte que para la época que Moyano jugaba, no había redes cloacales –perdón, sociales– para bullinearlo, como le pasó al pibe Perea de San Lorenzo que luego de recibir el repudio por su expulsión ante Tigre, reaccionó eliminando todas sus fotos y cerrando su cuenta de Instagram, preocupando a las propias autoridades del club, porque dichas reacciones pueden esconder una angustia o depresión.

Es claro, que la vida no se agota en el fútbol. Y eso lo sabe mejor Oscar Moyano. Por supuesto que, luego hubo más sueños por cumplir en su vida, que no se terminaron en el grito de gol ante Scoponi con la camiseta de los Camboyanos del San Lorenzo ochentoso. Pero aquella magia se dio y como él dice: “No me la quita nadie”. Una forma de entender que cada uno edifica sus propios sueños, sin el rigor de una vara que mide los triunfos y las derrotas. 

Moyano surgió de las inferiores del Atlético Argentino. Allí debutó con 16 años y pronto se comenzó a mostrar lo que sería como futbolista. “El Negro era un fenómeno como persona y jugador. Un nueve metedor y fibroso que pese a no tener una gran altura cabeceaba como los dioses. Ese gol a Scoponi lo describe. Además, era inteligente para jugar, tenía gambeta y unos cambios de ritmo que hoy lo llevarían sin dudas a jugar a Europa”, cuenta Sebastián Cloquell, compañero suyo en aquella Academia de comienzos de los 80’, quien spoilea aquella anécdota del famoso tanto a Newell´s.

Oscar era y es un tipo muy callado, pero en la cancha contestaba con juego y goles. Así jugó varios años en el Atlético Argentino hasta que, en 1986, Manolo Abuin, un empresario venezolano radicado en la Argentina y allegado a la Academia de San José adquirió su pase y lo llevó a Independiente Rivadavia. 

En la Lepra menduca jugó poco tiempo, pero fue una vidriera. Pasó a Villa Dálmine, en donde actuó junto a otros mendocinos también egresados de la Academia sanjosina: Miguel Salomón y Carlos Willy Ferré. En esa formación estaba también el conocido José Horacio Pepe Basualdo, quien luego sería uno de los puntales del Boca de Carlos Bianchi e integrante de la Selección nacional en el Mundial de Italia 90’.

Para Moyano, jugar en el Violeta de Campana ya era estar en el fútbol grande. Lo que no imaginó el mendocino era que en pocos meses formaría parte de San Lorenzo de Almagro. Como antes don Jorge Benegas, Rolando Gramari , luego Humberto Lentz, Sebastián Torrico y como hoy Gastón Hernández y Gastón Perruzi, otros mendocinos azulgranas.

Aquel plantel que integraría Moyano era apodado Los Camboyanos, porque en un club que padecía la crisis de no tener cancha propia, sufrir con los sueldos atrasados, no tener ni agua caliente para ducharse después de los entrenamientos, el equipo daba la talla futbolística y de amor propio, como si fuesen verdaderos camboyanos en estado de guerra. 

El guaymallino llegaba a ese equipo con hambre en todo sentido, que peleó el título palmo a palmo ante Newell’s, Boca, Independiente y Rosario Central (este último resultaría ser el campeón). 

Había debutado ante Deportivo Español, adonde actuó siete minutos ingresando por Lucho Malvarez (30-1-87). Pero fechas después, la tarde del 1 de marzo de 1987, en la cancha de Boca, Oscar tuvo su cénit futbolístico. Arrancaría como titular por primera vez en el Ciclón. Fue ante Newell’s Old Boys que en ese momento era el puntero del certamen. 

Y el relato de Moyano: “Yo había jugado unos partidos en reserva como titular. El técnico Carotti me iba a llevar al banco de la primera en ese encuentro ante Newell’s. En el transcurso del viaje desde la concentración en el hotel hasta la cancha de Boca viene Carotti y me pregunta: ‘¿Usted para que vino?’, ‘a jugar’, le contesté. Lo que me dijo fue textual y no me lo olvido más: ‘Bueno pibe usted va a tener su oportunidad. Walter Perazzo no va a poder jugar por un cólico, lo único que le digo es esto. Así que suerte’”. 

“Me lo dijo en frío y a mí las difíciles siempre me gustaron, era cuando más me agrandaba yo, interiormente lo sentía así. Imagínate a todos ellos hasta un mes antes lo veía por televisión, porque ese San Lorenzo era un equipazo y ahora era compañero de todos esos monstruos. Yo ni hablaba (risas), ¿qué iba a hablar con semejantes jugadores? Yo me ubicaba y gracias a eso me tomaron un aprecio muy grande”, dice desde la misma casa que habita desde hace cincuentipico años. 

Cabe destacar que, en ese equipo, Walter Perazzo era la figura de los camboyanos y al mendocino de 21 años, le iba a tocar reemplazar nada menos que a aquel número 9. Otros futbolistas emblemáticos del club de Boedo eran el paraguayo Chilavert, Sergio Marchi, Blas Giunta, Darío Sikisky, Leonardo Madelón, Norberto Ortega Sánchez, Rubén Cousillas, Fabián García (actual ayudante de Rubén Darío Insúa).

“Cuando entramos en el camarín, me llamaron aparte y con todo el plantel delante, Perazzo y José Luis Chilavert me dijeron: ‘Vamos, Negro, esta es tu oportunidad, jugátela como cuando viniste acá, ¡tenés el apoyo de todos los muchachos’! ¡Imaginate como entré a la cancha, luego que ellos, nada menos me dijeran una cosa así! Eso no me lo olvido más’”, sigue relatando Moyano.

Con semejante confianza, Oscar Moyano entró al campo de juego. Por los altoparlantes los hinchas exclamaron un prolongado “uhhhh”, cuando se anunció al guaymallino entre los titulares. “¿Quién es ese Moyano?”, se preguntaban los cuervos al escuchar que ese desconocido iría de titular nada menos que en lugar de Walter Goles Perazzo.

Pero Moyanito, no se asustó. Tal como lo describió su excompañero Cloquell, fue a todas, con coraje, con actitud. Había que ganarle a ese Newell’s, que era puntero y tenía como figura al Tata Martino, actual entrenador de Inter Miami. Y pese a que el equipo empezó perdiendo, el espíritu camboyano salió a la luz, con un gol de tiro libre del volante Rolando Barrera.

Lo que no sabía nadie y por algo el fútbol es la maravillosa dinámica de lo impensado, era que el pibe mendocino, en su debut desde el arranque, definiría el pleito con un gol suyo.

Así como en sus tiempos en el Minotto o en el Boli, Oscar César Moyano, saltó como un resorte para ganarle en el salto al Gringo Scoponi, arquero de Newell’s y evitar que éste descolgara la pelota llovida en el área chica. Con un cabezazo de costado la mandó a la red. Gol, triunfo, fiesta en la popular local y liderazgo para el cuervo que hizo de local en La Bombonera. 

El lunes 2 de marzo de 1987, el título de portada de los principales suplementos deportivos era que un mendocino llamado Oscar Moyano (Omar Moyano salió erróneamente publicado en la síntesis de la revista El Gráfico) había anotado el gol del triunfo azulgrana ante Newell’s.

Moyanito tuvo la posibilidad de mostrarse ante sus comprovincianos con su actual casaca, un par de semanas después en un amistoso contra Boca en el Malvinas Argentinas. El equipo de Carotti se quedaba con la Copa Vendimia tras imponerse por penales, luego del 1 a 1 final. 

Finalmente, en el Torneo de Primera División 86-87, San Lorenzo sufriría un bajón y quedaría séptimo, quedando relegado hasta de la famosa Liguilla que otorgaba un cupo a la Libertadores. Moyano actuó en 7 encuentros oficiales (tres completó los 90 minutos) y marcó dos tantos. Además de Newell’s, también le anotó a Talleres. Una buena performance.

“Siempre hay altas y bajas en este deporte, pero cuando cuento sobre aquel paso por San Lorenzo y me preguntan por lo monetario, digo que el tesoro más grande es haber jugado en un club grande. Era lo que soñaba de chico, cuando jugaba en los callejeros y cuando fui a Argentino. Estando en Villa Dálmine ya sentía que lo había logrado y ni hablar cuando pasé a San Lorenzo. Imaginate lo que era para mí. Ese es el tesoro que tengo en el pecho y no me lo saca nadie”, asevera Oscar.

Hay quienes comparan aquellos camboyanos de la década del 80’ con plantel que conduce el Gallego Insúa hoy. En el sentido que tanto aquel como el actual se sobreponen a las dificultades y juegan con el amor propio y un sentido de pertenencia, cual si se trataran de jugadores- hinchas dando pelea en desventaja.

El mendocino cuenta al respecto: “A San Lorenzo lo tengo bien arriba. No soy del cuervo, soy de Boca (se ríe) pero lo sigo, veo todos sus partidos y me pone muy bien este momento que vive”.

Y dispara los últimos recuerdos que sobre aquella estadía en el Ciclón: “Eran todos buenos muchachos, pero con el que hice más más amistad, así por lo loco que era, por lo entrador, fue con Blas Giunta. Lo primero con que me relacionó al ser mendocino fue por el vino (risas). En esa época yo no tomaba ni fumaba, recién vine a probar un trago casi a los 40 cuando dejé de jugar. Y yo le decía eso y Giunta me contestaba: “Callaaate”, era un loco gracioso.  
Oscar César Moyano cerró su círculo con fútbol profesional pasando por Nacional de Montevideo y Unión de Santa Fe, donde fue integrante del plantel que ascendió a Primera División en el 88-89.

La vuelta a Mendoza sería en 1990 para vestir la casaca de su Atlético Argentino. Después pasaría por Gutiérrez y Luján Sport Club, aunque volvería a ponerse la pilcha de la Academia en su cierre por el fútbol federado, ya a los casi 40 pirulos. 

A partir de allí el romance con la pelota sería otra vez en ese colectivo que lo eyectó hacia su sueño de patria futbolera grande. Su Minotto natal volvía a contarlo como ese hijo dilecto que, aunque había partido lejos un día, nunca se había olvidado de su gen callejero. Al contrario, en aquel salto para derrotar a Scoponi y en ese ascenso con Unión de Santa Fe, un barrio entero estaba presente en su júbilo y emoción de futbolista.