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Paro en defensa de privilegios, no de los argentinos

El llamado de la CGT a la movilización de este miércoles no está basado en razones valederas sino en el miedo a perder las prebendas conseguidas a través de los años

22 de enero, 2024 - 10:20

El director italiano Ettore Scola filmó, en 1976, Feos, sucios y malos, película que narra las aventuras de una familia liderada por un patriarca tramposo, avaro y cínico (interpretado por Nino Manfredi), que sobreviven bajo el mismo techo de una pobrísima cabaña en la paupérrima periferia de Roma.

Un grupo de gente sucia de espíritu, fea por su actitud y mala de entrañas, oportunista y mezquina. Todos ellos caracterizados por su notoria aversión a cuanto pueda amagar un criterio diferente.

Aquí, en nuestro país –en este caso la pobrísima cabaña de la película–, el espejo de aquella historia parece devolvernos a personajes formados para la trinchera, para la lucha cuerpo a cuerpo, la gresca, el lío, con la única finalidad de ampliar la grieta y profundizar el enfrentamiento entre argentinos.

Son los gremialistas que hacen de todo, menos construir, crear, producir y avanzar. Lamentablemente están apañados por políticos que solo buscan su interés personal, o que por ineficacia o ignorancia no ven más allá de sus narices.

A las pruebas me remito: esos políticos gobernaron 16 años de los últimos 20 y dejaron a su paso una bicoca de inflación del 1.020% en cuatro años, una descomunal emisión que le quitó valor a nuestra moneda y hambre, pobreza y millones de analfabetos. Entonces, ¿de qué robo de conquistas sociales hablan los gremialistas cuando llaman a un paro? ¿Cuáles son las conquistas que hay que preservar? Lógicamente las suyas particulares y las de algún personaje afín a determinadas ideologías.

No luchan precisamente por las conquistas de los trabajadores con empleo formal que han caído en la pobreza y mucho menos por los desocupados.

Hace años que dejaron de hacerlo y solo se preocupan por cuidar sus fortunas y sus empresas con testaferros a la cabeza. Por eso hay sindicalistas ricos que lideran a trabajadores pobres, confundiéndolos con discursos ininteligibles que parecen copiados con mimeógrafo por lo antiguo de su concepción.

No defienden los propósitos que alentaron allá por el siglo XIX la formación de sindicatos que buscaban mejorar las condiciones laborales en un contexto marcado por la industrialización, con hitos como la creación de la Confederación General del Trabajo (CGT) en 1930.

Por supuesto que hay excepciones, hay gremialistas honrados, pero se los ve poco y solo debajo de las segundas o terceras líneas en los niveles de mando. Son los que seguramente no llegarán a liderar más que un pequeño grupo de afiliados en sus provincias. Aunque alguno con más muñeca supo arrimarse al gobierno de turno y ascender hasta ubicarse en la cúpula de esa CGT.

Este miércoles esa cúpula encabezará un paro contra el Gobierno nacional, en una decisión tomada con una celeridad que mucho llama la atención.

Pueden no gustar las formas disruptivas del Presidente de presentar sus propuestas, formas temerarias que a mí tampoco me convencen. Hay puntos por lo menos confusos en el resistido DNU 70/2023 y del proyecto de Ley Ómnibus que no conforman a todos. Pero Javier Milei está poniendo en práctica lo que anunció en la campaña y le dio el apoyo de la mayoría de votantes. Nada menos que democracia en su mayor expresión.

Entonces no se entienden las razones para que se genere un paro general que rompe cualquier récord por la rapidez de su convocatoria.

Hay muchos opositores a los que tampoco los convence el proyecto oficialista, pero sin embargo trabajan para cambiar lo que creen que no beneficia a los argentinos. Por eso proponen, discuten, aprueban o desaprueban. Logran cambios y consiguen borradores nuevos con propuestas mejoradas. Después, en el Congreso se verán los pingos.

De eso se trata la democracia. Disentir, discutir y después consensuar si es que se consiguen las coincidencias. O rechazarlo si una mayoría entiende que no es viable.

Pero como el proyecto de ley toca intereses en lo que se refiere a la cuota sindical, el aporte patronal para los gremios o el manejo de las obras sociales –que parecen cajas de particulares–, algunos se quieren aprovechar de un Gobierno con cierta debilidad política por su reducida tropa propia, sin tener en cuenta el apoyo que le dan los votos.

Por eso, desde el primer minuto de mandato varios personajes, complacientes hasta hace muy poco, despertaron de una siesta de cuatro años y salieron a “bombardear” la Casa Rosada. Se pusieron como locos y llamaron a un paro apenas un mes y 14 días después de asumir esta Administración.

Se “olvidan” que ellos mismos fueron colaboradores condescendientes de un gobierno que dejó un desastre económico y financiero, un país en bancarrota con un declive notorio si se lo compara con el resto de la región.

Esos mismos sindicalistas apoyaron con su silencio el cierre de muchas empresas medianas y pequeñas cuyos empleados quedaron en la calle y sus propietarios endeudados y peleando para salir de la malaria. Así se generaron más pobres, más indigentes y más jóvenes y niños en la miseria.

No he visto a ningún gremialista que aportara ideas para solucionar aquella situación. No he oído que alguno de los popes cegetistas haya trabajado junto a los empresarios para que sus afiliados –laburantes achicharrados por la inflación y muchos integrados a la fuerza a su sindicato– pudieran conservar su fuente de trabajo y en consecuencia mantener sus ingresos.

Nada, solo bloqueos a empresas que no bajan la cabeza ante los matones, vándalos armados que le cierran la boca a cualquiera que los enfrente. Y también son cultores de los aprietes. ¿O no fue un apriete que un encumbrado cegetista dijera que los legisladores que apoyen el proyecto oficialista “no podrán salir a la calle”? La dialéctica de los puños, la apoteosis de la agresión y el escrache.

Un grupo de gente sucia de espíritu, fea por su actitud política y mala de entrañas, cuyo objetivo de siempre ha sido ganar la calle hasta que más tarde o más temprano caiga cualquier Gobierno recién asumido que no sea de su agrado.

No les interesa la prosperidad ni el bienestar de sus afiliados, sólo persiguen la eternidad en el sillón. Su único objetivo es embarrar la cancha, confundir el debate, insultar, gritar y agredir. No razonan, pero se hacen oír por el barullo que arman.

Es la patota de una oposición dura y desquiciada. Son fanáticos y, por tanto, cultores del odio.

A ellos la sociedad republicana les da la espalda porque desaprueba sus actos antidemocráticos y se la seguirá dando a pesar de su vocerío infernal, la toma de calles, los bombos perpetuos y las amenazas a voz en cuello.

Son poderosos, sí, pero eso no les alcanza para esconder su descrédito.