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La ventaja es veneno

El vergonzoso papel de Daniel Scioli en el Congreso nacional terminó llevándose los titulares de la semana. No por la cuestión formal si es o no diputado o hasta cuando, sino por los ardides que muestra la maniobra

02 de marzo, 2020 - 07:09

La semana dio letra para todo tipo de análisis, especulaciones y conclusiones. Con temas tan fuertes en discusión como el aborto, la Justicia y la economía, terminó llevándose los titulares el vergonzoso papel de Daniel Scioli en el Congreso nacional.

No por la cuestión formal si es o no diputado, hasta cuando, sino por los ardides que muestra la maniobra.

Para todos, y para el mismo, el susodicho es el embajador en Brasil. Hablaba como tal, contaba sus gestiones ante Bolsonaro y sus funcionarios, señalaba estar trabajando para superar los inconvenientes, pero de golpe dejó de serlo y pasó a ser un diputado que espera ser nombrado embajador.

Pero claro, como diputado se sentó en una banca a votar un proyecto que desconocía completamente. Ni siquiera leyó lo que votaba, como demostró en el terrible papelón que pasó en la entrevista que le realizó Ernesto Tenembaum.

No solo no leyó y analizó el proyecto, parece que tampoco escuchó lo que se dijo en la sesión. Me hizo acordar a aquellas lecciones en la escuela donde, luego de balbucear algunas incoherencias, el alumno terminaba confesando “no estudié”. Su final fue más bochornoso aún: en una entrevista radial cerró diciendo que le iba a mandar las respuestas por escrito.

El oficialismo tenía dos caminos: consensuar, discutir un proyecto, parlamentar (que es lo que se hace en el Parlamento, huelga definirlo), o bien recurrir a la ventaja, sentar un tipo que le dé mayoría, votar, y a otra cosa mariposa. Eligió ese camino.

En un formidable análisis publicado en Clarín, el filósofo Miguel Wiñatzky reseñó: “La trampa es popular y es aplaudida. Funciona como atajo subrepticio. Es una pedagogía al revés aparentemente imprescindible en un país de vivos. Aprendemos a transgredir en el fútbol o en el Congreso”.

Y completa señalando que “La Argentina se engaña a sí misma y queda herida y paralizada en esa pasión profunda y loca consistente en el juego de las trampas, que aunque no se perciba en principio, siempre es al fin un juego de las lágrimas. La trampa hiere la confianza y denigra a la democracia”.

Trampa o ventaja, en este caso funcionan casi igual. La ventaja es algo que se da, por ejemplo, en algunos deportes, para equiparar una desigualdad de origen. Por ejemplo, el hándicap del polo o del golf, donde trata de recuperarse con eso un equilibrio que ponga a todos en una misma situación.

La política argentina entiende el punto al revés. La ventaja la toma el más fuerte, el que tiene más armas y recursos, en detrimento del que está en posición desventajosa. Por eso la homologamos con la trampa.

Uno de los valores fundantes de la democracia occidental, que todos presuntamente valoramos en el discurso, es la igualdad. Desde la declaración de principios de la Revolución Francesa ha sido así.

Y sin igualdad no hay democracia.

Del otro lado, del de los autoritarismos y las autocracias, se nutren de otra idea. El fin justifica los medios, y lo ponen en práctica de manera permanente, diezmando las posibilidades de fortalecer igualdad, democracia, y todo eso que en el fondo importa un rábano.

Volvimos a ver la escenificación cruel de todo ello.

Wiñatzky agrega una frase que es desarmante, realidad contra la cual nada podemos hacer y que nos ilustra la decadencia y la frustración. Es tristísimo: “nuestros hijos aprenden que los tramposos no pierden”.