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¿Y si Freud hubiera estado equivocado?

El padre del psicoanálisis y una de las mayores figuras intelectuales del siglo XX, introdujo en la psicología la teoría de que el impulso más fuerte que gobierna al hombre es la libido sexual, pero parece que hay otras motivaciones que mueven a la sociedad, como la urgencia de acallar a quienes no piensan igual que nosotros

09 de diciembre, 2022 - 07:55

Freud se equivocó. El impulso más fuerte que gobierna a la especie “homo” que ha tenido la audacia de autodenominarse “sapiens”, no es la libido sexual. Es la urgencia por callar a aquellos que no piensan como nosotros.

Para empezar, vamos a ejemplificar nuestra teoría con ejemplos tomados de países denominados democráticos, para después terminar con el nuestro, que también se denomina así.

Durante la última pandemia no fueron pocos los países, tales como Francia, Canadá, Gran Bretaña o Australia, que establecieron serias restricciones informativas sobre cuestiones básicas como la verdadera mortalidad del virus o la eficacia de las vacunas, entre otras cosas importantes.

Ni que hablar de los países denominados autocráticos, como China, Rusia o Corea del Norte, donde las restricciones informativas no fueron muy diferentes, sólo que resultaron más evidentes para todos.

Más recientemente, y en ocasión de la invasión rusa a Ucrania, no faltaron los actos de censura contra artistas, deportistas o científicos de esa nacionalidad. Llegando, incluso, a la tontería de cancelar obras maestras de la literatura y de la música universal, con nombres legendarios como los de Tolstoy o Tchaikovsky.

¿Y qué hay de los Estados Unidos? La situación en la autoproclamada “tierra de la libertad” no fue mucho mejor que en cualquier otro lugar, ya que a la censura en los medios de comunicación se sumó la de las redes sociales que tienen a ese país por su sede comercial. En ellas, hasta el presidente en ejercicio fue cancelado.

Hoy sabemos que no contentos con ello, la famosa red del pajarito ocultó, canceló y censuró informaciones muy sensibles relacionadas con actos de corrupción aberrante del hijo de uno de los candidatos a presidente, hoy sentado en el sillón del despacho oval de la Casa Blanca.

¿Y cómo reaccionaron los intelectuales del mundo entero ante estos atropellos?

Si tenemos en cuenta que una parte esencial de su misión ha sido defender la libertad de pensamiento, y por más que repitan como loros aquella famosa sentencia de Voltaire: “No estoy de acuerdo con una palabra de lo que dices; pero lucharé hasta la muerte por tu derecho a hacerlo”, sin embargo, la gran mayoría de ellos –aún dentro de países democráticos– se vieron sometidas a la aplanadora de la corrección política y, en consecuencia, fueron muy pocas las voces que se alzaron en defensa de la verdad.

Llegados a lo nuestro, hay que reconocer que las restricciones a la libertad de pensamiento no son nada nuevo en la historia de nuestro país. La misma fue ejercida desde arriba por los gobiernos dictatoriales que prohibieron hasta la pronunciación de ciertas palabras y de determinados nombres propios.

Superada esta limitación con la llegada de la democracia, la cultura de la cancelación parece no venir ahora de arriba, sino de abajo, es decir, de la sociedad misma.

Hoy en día, la famosa grieta justifica que cada vez que alguien dice o escribe algo, seguramente habrá uno del otro lado de ella que encuentre sus palabras “inapropiadas” u “ofensivas”.

Muchas veces no se trata de discusiones conceptuales sobre lo que está bien o lo que está mal. Todos parecen estar de acuerdo en que robar, mentir, espiar, corromper, matar está mal, pero la piedra de toque cambia cuando el que comete los hechos aberrantes es uno de los “nuestros” o es uno de los de “ellos”.

Las acciones muchas veces no se detienen en las palabras, ya que le siguen en una modalidad de acción política directa denominada “escrache”.

Esto lleva las cosas a una escala mayor y muchas veces sin retorno, que hace anticipar que una escalada en este sentido terminará muy mal para todos.

Para colmo de males, la búsqueda de las diferencias y de los errores ajenos parece haberse tecnificado al máximo, ya que no se descarta para su eficaz implementación el empleo de sofisticados sistemas de escucha, de espionaje para producir los temibles “carpetazos” Para ello resultan de utilidad los servicios de inteligencia estatales, los que son usados por el oficialismo, o los particulares y privados, que son empleados por la oposición.

Quizás lo peor de todo es que el mismo Poder Judicial, de un lado o de otro de la grieta, sea parte de estas maniobras. Y como resultado, nadie alcance a comprender qué es lo que está y lo que no está permitido, lo que está bien y lo que está mal.

Pues, como lo caracterizara Santos Discépolo en su famoso tango Cambalache:

Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor Ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador Todo es igual, nada es mejor Lo mismo un burro que un gran profesor No hay aplazados, ni escalafón Los inmorales nos han igualado Si uno vive en la impostura Y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón...

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.