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Es la estupidez, economista

Posiblemente todo comenzó cuando empezamos a padecer de “torpeza notable para comprender las cosas”

03 de octubre, 2022 - 16:18

La sensación de fin de ciclo de la que muchos hablan dista mucho de prometer un cambio real y está demasiado cerca de ser solo una percepción interesada, tanto de los que se les terminaría dicho ciclo como de los que serían los receptores de la supuesta nueva era.

Para la gente de a pie, la que sufre a diario los desaguisados de la dirigencia política, lo que se experimenta es temor y desesperanza.

Para los que pueden guardar memoria de lo que ha pasado en la Argentina en los últimos 50 o 60 años sin recurrir a los libros de historia, lo que está pasando no es más que una de las tantas crisis sociales y económicas, de las que se cree dejar atrás pero de las cuales no se consideran las consecuencias que han seguido impidiendo mejorarle la vida a la gente.

La sucesión de dictaduras militares y gobiernos constitucionales fracasados y el resultado de los casi 40 años de democracia recuperada al cabo de la cual no se avizoran mejoras -aunque las hubo sin duda- y solo se percibe un constante deterioro, ha dado lugar a que la situación actual no sea un episodio más de los que parece estar condenada a sufrir la sociedad argentina.

La sucesión de hechos protagonizados por militantes convencidos, autopercibidos redentores y sinvergüenzas de toda laya están mostrando una preocupante contraposición de objetivos y una lucha de intereses cada vez más restringidos a pequeños grupos totalmente enajenados con respecto al interés general, que no es una abstracción, sino que debería ser la forma de entender que equilibrando las ambiciones y repartiendo los esfuerzos, algo mejor se puede lograr.

Gobierno y oposición muestran, entre muchas otras deficiencias, una desorientación o una dispersión de recursos para corregir el derrotero pernicioso del país como no se ha visto en otras épocas.

A una inflación imparable causante del vergonzoso aumento de la pobreza e indigencia en el país de los alimentos, se le oponen erráticas medidas para conseguir unos dólares más, restricciones al poco crecimiento de algunos sectores y la total incapacidad de negociar con las demandas sindicales.

Desde el otro costado se aprecia una semiparalización del debate interno por el temor a una dispersión de la oferta electoral que sea aprovechada por el kirchnerismo para dar vuelta la supuesta desventaja que indican las encuestas.

La crítica interminable por las cosas que se están haciendo mal termina por hartar al público en lugar de sumarlo para la causa. Sobre todo si detrás de la crítica a la oposición no se le cae un solo punto de un plan económico serio y a largo plazo para encontrar las soluciones, que sin duda las hay.

Las usinas de pensamiento que dicen estar trabajando para sacar al país del marasmo, se empiezan a tornar poco creíbles si no adelantan todo o parte de las propuestas que el pueblo demanda.

Mientras tanto, desde los extremos de izquierda y derecha van cosechando hinchada para sus respectivas utopías.

La polarización puede llegar a exceder a los grandes protagonistas y situarse en la declamación ideológica cargada de teoría pero casi imposible de aplicar a una sociedad poco amiga de ser disciplinada y de ceder un palmo de sus intereses.

El grito tribunero antiestado, las movilizaciones y acampes o los paros y bloqueos salvajes empujan al futuro votante a buscar expresiones autoritarias que prometen orden por un lado y un paraíso de los trabajadores por el otro, pero que también tengan un objetivo definido y creíble.

Pero por supuesto no lo tienen, en realidad nadie lo tiene, y eso el ciudadano lo está percibiendo y reacciona de la peor manera, con la indiferencia progresiva.

Entonces se podría pensar que no es la economía solamente la que determina las peripecias que sufren los argentinos, la ausencia de un diagnóstico acertado y la comprensión de qué es lo que pasa y qué se puede hacer se han hecho carne en la dirigencia política, personas que surgen de entre nosotros mismos.

Han sido educados por las mismas escuelas y han visto los mismos programas de televisión o leído los mismos diarios.

Unos han sido ricos y lo siguen siendo, otros han sido pobres y lo siguen siendo o han podido remontar la desventaja, pero a la hora de asumir una responsabilidad con honestidad e inteligencia, como sería la de gobernar, nada se ve en el horizonte.

Entonces la economía no tiene toda la culpa, sí es causa y efecto de lo que está pasando, posiblemente todo comenzó cuando empezamos a padecer, como dice la Real Academia de “torpeza notable para comprender las cosas”.