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El país de las eternas cicatrices

Hay una repetición de llamados a ejercer violencia contra individuos o contra las instituciones, como es el caso de Hebe de Bonafini, porque podría estar en peligro la libertad y la reputación de la vicepresidenta Cristina Kirchner

21 de agosto, 2022 - 09:05

El estado de ánimo colectivo de los argentinos está por el suelo y eso no es ninguna novedad.

La decepción ocasionada por la dirigencia ha calado hondo y la percepción generalizada es que no hay nadie en quién confiar para que saque al país del marasmo en que se encuentra.

Las cifras de pobreza e indigencia son abrumadoras y las perspectivas a futuro no son muy alentadoras, con lo cual caemos en lo que decíamos la semana pasada sobre las reiteradas frustraciones de los argentinos: creemos haber superado una y ya se teme una nueva, aunque los tiempos entre la esperanza y la subsiguiente desesperanza son cada vez más cortos.

Los que fueron contemporáneos de la dictadura militar y de sus prolegómenos pueden tener percepciones distintas de lo que pasó y de lo que pudieron haber sido testigos, o simplemente haber vivido en aquellos años de locura homicida en la que se transformó el “espíritu revolucionario” de una generación y la represión indiscriminada que se desató “en defensa de los valores occidentales y cristianos”.

Pero de lo que no pueden permanecer indiferentes es de las terribles heridas que quedaron en una sociedad que a duras penas va superando, muchos casi sin entender qué pasó, o que el tiempo ha ido cubriendo de niebla.

Además, eso sí, los no pudieron percibir lo que pasó en los años de plomo, por razones de edad o por no haber nacido en esos tiempos, reciben la historia masticada y reinterpretada o simplemente les es indiferente.

La Argentina no pudo arrancar, superar el pasado y comenzar un camino de desarrollo integral.

Los genocidas se fueron muriendo sin pedir perdón por sus crímenes ni revelar los secretos más dolorosos, como el destino de los desaparecidos.

Los grupos guerrilleros urbanos y rurales y su sesgo terrorista, nunca hicieron una autocrítica ni reconocieron que solo fueron una secta armada que quiso ser vanguardia de una revolución popular que no tuvo pueblo.

Los unos y los otros creen todavía que hicieron lo correcto y que la Patria y la gente no los supo comprender.

Sin embargo, aunque hablemos de democracia recuperada, que la consideremos ya incorporada a la conciencia nacional, no deja de correr serios riesgos. Más aún cuando esa democracia con todos los defectos, es garantía de la libertad, pues en los últimos días han proliferado arengas a que hay intereses de sector que se deben superponer a los de la república.

El caso concreto es la repetición de llamados a ejercer cierto tipo de violencia contra individuos o contra las instituciones porque podría estar en peligro la libertad y la reputación de la vicepresidenta Cristina Kirchner.

Discutir si el liderazgo de CFK es genuino no tiene lugar aquí, porque lo cierto es que, aunque se especule sobre cuál es el número de los seguidores incondicionales que se inmolarían figuradamente por ella, la funcionaria electa sigue teniendo un nutrido batallón que la apoya, que significa votos y que todavía le asegura un peso político importante en el futuro.

Eso es ejercicio genuino de la democracia. Lo que no lo es son las prédicas de personajes de peso comunicacional como el exjuez de la Corte y fanatizado kirchnerista Eugenio Zaffaroni que aborrece el Poder Judicial que él mismo integró; o el periodista oficialista Roberto Navarro que predica por un correctivo contra sus colegas que no entran en vereda de no criticar al gobierno y en especial a la presidente del Senado.

Ha habido muchos exabruptos de ese tenor, propios del pensamiento autocrático, intolerante y de clara vocación dictatorial, pero el que raya en la incitación a la violencia y atentado contra la paz pública es el llamado a una pueblada formulado por la cooptada titular de las Madres de Plaza de Mayo, Hebe Pastor de Bonafini.

La anciana dirigente vocifera que Cristina tiene que estar por encima de cualquier institución republicana, que a la “jefa” no le deben afectar los fallos judiciales basados en las leyes y que si algún tribunal la condena el pueblo “se tiene” que levantar para defenderla.

Claro, qué menos se puede esperar si recordamos la patética escena de la viuda de Kirchner gritándoles a los jueces que la indagaban y retirándose en un evidente acto de desacato que los jueces no se animaron a sancionar.

Estas son unas pocas muestras de la violencia que anida en el núcleo duro de una parte importante -seguramente la más importante- del conglomerado que gobierna a la Argentina.

Por ahora está larvada, pero los indicios son muy preocupantes, sobre todo porque aunque parezca que los argentinos tenemos el cuero duro, ya casi no hay lugar para más cicatrices.