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La geopolítica de las aguas marrones

Un incidente entre pescadores argentinos y la Armada paraguaya en el río Paraná pone sobre la mesa los permanentes conflictos que,  por razones de límites, desde 1852 afectaron una zona fluvial importante

16 de noviembre, 2018 - 07:54

Con sorpresa leíamos hace unos días sobre un incidente entre pescadores argentinos con efectivos de la Armada del Paraguay en aguas del río Paraná. Eso llevó a nuestro canciller, Jorge Faurie, a reunirse con su par de Paraguay, Luis Castiglioni, para avanzar en conversaciones por la controversia surgida por el tratado limítrofe del río Paraná.

El problema, confirmó nuestra Cancillería, no es la soberanía argentina en las islas Apipé, la que está fuera de discusión, pero sí entiende que es un área de permanente conflicto con integrantes de la Armada paraguaya.

Pregunto: ¿es qué tenemos un problema limítrofe con Paraguay?

Sucede que ya en tiempos de la Confederación Argentina, allá por 1852, se firmó un tratado que decía que el Paraguay reconocía expresamente a la isla de Apipé como argentina, a cambio del reconocimiento de su independencia. Pero Paraguay no solo no desocupó la isla, sino que cerró la navegación del río Paraná a partir de la ciudad de Corrientes y desalojó a los obrajeros correntinos de Apipé.

Luego de finalizar la guerra de la Triple Alianza ambos Estados firmaron tres tratados. En el de límites, suscripto en 1876, se estableció que la frontera entre ambos países sería el río Paraná y se mantuvo la adjudicación de las islas especificadas en los tratados anteriores.

En función de ello, la navegación en todos los canales del río Paraná quedó liberada para ambos países, mientras que las islas —excepto las ya adjudicadas: Cerrito, Apipé, y Yacyretá— debían reconocerse como soberanía del Estado más próximo.

El 3 de diciembre de 1973 se firmó el Tratado de Yacyretá que estipuló en su artículo 15 que “... las Altas Partes Contratantes procederán a demarcar, antes de la iniciación de las obras e instalaciones, el límite establecido en el Artículo 1 del Tratado de 1876”.

El 26 de mayo de 1981, la comisión aprobó la traza del límite en ese tramo del río, pero que no tenía mandato de hacerlo sobre las islas. A partir de ese momento, la isla de Apipé quedó formalmente enclavada en aguas paraguayas, comenzando el Paraguay a ejercer jurisdicción sobre esas aguas, lo que dio lugar a numerosas quejas de la población isleña que perdió sus zonas de pesca y que quedó separada del resto de la Argentina.

En muy pocas palabras: tenemos un problema de límites con Paraguay.

El papel de las FF.AA.

Llegado a este punto, uno debe preguntarse por las posibles soluciones. La obvia y primera respuesta es el empleo, tal cual se está haciendo de la vía diplomática ya iniciada por nuestra Cancillería. Pero, ¿qué hacer si esta fracasa?

Remota como parece tal posibilidad, no podemos descartarla. Por la simple razón de que ya ha sucedido antes, y porque no hay nada nuevo bajo el sol que pueda cambiar el hecho de los Estados necesitan de las FF.AA. para apoyar sus decisiones de política exterior, aunque más no sea para sentarse más cómodos en una mesa de negociaciones.

Volviendo al tema que plantea el título de esta nota, vale decir la geopolítica de las aguas marrones, vemos de entrada que supimos tener una más o menos acorde con nuestros intereses marítimos, es decir, con nuestras aguas azules. Pero nada parecido supimos diseñar para aquellas que discurren por nuestras hidrovías, ríos interiores y grandes lagos.

Por lo general, es difícil encontrar opiniones estratégicas sobre la importancia de las denominadas aguas marrones, ya que todo empieza a partir de los escritos del capitán de navío de la Marina de los EE.UU. Alfred Thayer Mahan, quien puso de moda la necesidad de los países de poseer grandes marinas de aguas azules, allá por mediados del siglo XIX. 

Como ha sucedido en tantos otros campos, las ideas navales de los EE.UU., luego de probarse exitosas en las duras pruebas de la Segunda Guerra Mundial, trataron de ser emuladas por casi todas las armadas alrededor del globo, incluida la nuestra.

Lamentablemente, el mundo que hoy vivimos es uno muy distinto al de esa época. Para empezar, el sistema de Estados Nación se encuentra en crisis merced al ataque de actores no estatales, los que van, específicamente en el campo naval, desde piratas hasta contrabandistas, pasando por pesqueros ilegales y narcotraficantes.

Y a esto, como vemos, se nos suma hoy la situación de tener que lidiar con un problema fronterizo con otro Estado, no ya en una frontera terrestre, tampoco marítima, sino fluvial, con todas las particularidades que ello implica. 

En defensa de lo nuestro

Lo primero que hay que reconocer es que la evolución de los conflictos ha trasladado el centro de gravedad de las operaciones navales de los grandes espacios marítimos a los litorales y a los ríos interiores.  Llegado a este punto, lamentablemente, las ideas de Mahan nos sirven de muy poco, pues ya no se trata de disputarle el control del mar a otro Estado, sino de defender el propio de innumerables ataques de pequeña entidad naval, pero de alta peligrosidad, tanto en el mar como los grandes ríos.

Para hacer este trabajo bien, nos hacen falta ideas nuevas. Concretamente, las del inglés Julian Corvett, autor de Some Principles of Maritime Strategy, quien –al igual que Mahan– fue un ferviente partidario del poder naval, pero de uno que pudiera hacer más con menos, como es nuestro caso hoy. 

Su doctrina naval parte de reconocer un principio básico: las aguas no se pueden conquistar porque, como tal son un espacio vacío, por lo tanto, lo que se debe buscar es poder ejercer un control de los espacios marítimos y fluviales, el que será local y temporario.

Para lograrlo, al contrario de lo sostenido por el norteamericano, el inglés aboga por una flota conformada por numerosas unidades menores destinadas, no ya para librar una gran batalla naval decisiva, sino para cumplir una serie de tareas concurrentes.

Al respecto, Corvett concebía tres tareas básicas. La primera y principal está relacionada con las líneas de comunicación marítimas y fluviales. Se trata de proteger las propias y de vedar las enemigas, mediante la captura o el hundimiento de los buques mercantes enemigos. La otra, es la amenaza de sectores vulnerables de su litoral con fuerzas de infantes embarcados, y la última es la que apela al uso de diferentes tipos de bloqueos navales.

Dejando las teorías de lado y yendo a lo concreto, retomamos el título de este artículo sosteniendo que nuestros intereses nacionales en relación con el poder naval que necesitamos giran en torno a la necesidad de proteger no solo nuestro extenso litoral marítimo, sino también el de proceder en forma análoga con nuestras grandes hidrovías, hoy intensamente usadas por el narcotráfico y el contrabando. 

A estas exigencias conocidas, se le suma una nueva: las que se derivan de nuestro diferendo limítrofe con el Paraguay. 

La suma de ellas nos impone pensar con seriedad qué tipo de Armada y de Prefectura Naval necesitamos. También, de paso, qué instalaciones portuarias, astilleros, compañías navieras y de pesca mejor pueden servir a nuestros intereses nacionales.

Para bien o para mal, nos encontramos con una Armada y una Prefectura Naval obsoletas que demandan una urgente modernización, algo que, bien considerado, puede ser una ventaja a la hora de tener que diseñar algo nuevo.

Les dejo esta última tarea a mis amigos navales, mucho más capacitados que quien esto escribe, para hacerlo con idoneidad y profesionalismo.

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.