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Ucrania: Una sonrisa de compromiso

El pasado domingo se celebraron elecciones presidenciales en Ucrania. Los resultados se correspondieron con las predicciones arrojadas por las encuestas previas y habrá segunda vuelta entre Volodymyr Zelensky y  Petro Poroshenko

01 de abril, 2019 - 12:39

Los guarismos resultantes dejaron en claro que Ucrania no parece escapar a las tendencias electorales de los últimos años en los que una peligrosa narrativa de anti política se percibe como una solución de carácter divino. En el caso ucraniano, sin embargo, viene con la saludable excepción de representar un cambio hacia la moderación.

Volodymyr Zelensky, ganador de la primera vuelta con un 30,4%, es un cómico y actor cuyo papel como presidente en el programa “Servidor del Pueblo” le valió la candidatura y su victorioso presente. No deja de estar preso de sus obvios problemas de legitimidad. Por un lado es un outsider lejano a la administración pública y al conocimiento de la gestión política; pero por otro lado, para algunos –no pocos- sería el alfil del oligarca Igor Kolomoisky. Su cercanía con este último pone en duda cuán verosímil puede ser su discurso anticorrupción cuando detrás tiene el financiamiento de alguien cuyo banco fue salvado por el estado ucraniano tras fugar capitales.   

Petro Poroshenko, actual presidente y segundo en las elecciones con un 16,12%, arriba debilitado a la segunda vuelta reafirmando una cifra reveladora de la situación actual: llegaba a estas elecciones con un 9% de imagen positiva. La cifra más baja de todo el continente. Pagó tanto por sus débiles cimientos como por su gestión. Lo primero obedece a que fue una persona distante a la revolución del Maidán del 2014 y buscó, a los golpes, revalidar sus credenciales con parte del pueblo ansioso de responder a Rusia desde una posición de fortaleza. Esa fortaleza nunca estuvo presente en los hechos: la separación de facto de la región oriental del Dombás aún persiste; la pérdida de la península de Crimea  y, como corolario,  se suma la detención de una decena de oficiales de la marina tras el conflicto en el estrecho de Kerch.

Los escenarios que se desprenden de cualquier resultado en segunda vuelta son poco auspiciosos. Si bien Zelensky ofrece un panorama de distensión también permite pensar una situación de debilidad al sentarse en la mesa de dialogo con la federación rusa.  Lo de distensión tiene asidero en dos ejes: Como productor de TV supo defender a los actores rusos durante los eventos del 2014 y se ha proclamado siempre a favor de continuar con el programa del Protocolo de Minsk (Acuerdo entre Ucrania, Rusia y las dos repúblicas autoproclamadas del Dombás). Ello no significa que contemple una renuncia a los reclamos soberanos de su país; pero sí que da resquicio a un nivel de cooperación que hasta aquí no se dio. Ahora bien, Zelensky llegaría a la presidencia de un país con una grave crisis económica, en guerra y un horizonte sumamente incierto ya que los respaldos políticos que entendieron como promesas seguras se cayeron: la Unión Europea y los Estados Unidos.

Su condición de outsider lo enfrentaría a un presidente y una cancillería que viene dando muestras de éxito en los últimos once años (tras la guerra con Georgia en 2008). Sus mejores cartas vienen de la mano de que es ajeno al circuito habitual ucraniano, entiéndase corrupto. Una variable clave a superar para soñar con un ingreso a la Unión Europea. Pero esa lejanía también lo pone en una situación de construcción de poder constante hacia al interior, y por ende, lo pone en una condición de deslegitimidad con el frente externo.   

El escenario de un Poroshenko vencedor, poco probable, es peor. El actual presidente ha tomado la decisión de radicalizar las posiciones de su gobierno y arrastrar a la población local en la aventura. Para ello busca aunar tres ejes: Ejército, Iglesia y Lengua. En su decisión de consolidar una identidad que revalide su soberanía, Poroshenko promulgó una ley que prohíbe el idioma ruso, acompañó la separación de la iglesia ortodoxa ucraniana de la órbita rusa y posó con sus oficiales a lo largo de todo el frente de batalla. Ese nacionalismo viene lleno de problemas. En Ucrania, como en todo país europeo, conviven varios colectivos étnicos. La Federación rusa es uno de los pocos países que se reconocen a sí mismos multinacionales; Ucrania, sin embargo, está en un renovado proceso de re identificación anclado en la figura de Stepan Bandera, un nazi. El crecimiento de la extrema derecha en Ucrania ya tuvo eco en los eventos de la plaza Maidán pero con Poroshenko ha llegado a un peligroso punto de protagonismo, al punto tal que el presidente posó con oficiales que portaban insignias nazis. 

El futuro de Ucrania tiene dos caras posibles. La primera, Zelensky, es la que en inglés se denomina un comic relief: un descanso en clave de comedia dentro de una tragedia. El chiste que busca aliviar el dolor en un velorio. Ucrania está llorando su soberanía y Zelensky podría aportar una transición interesante. Debería poner suma atención a resolver sus diferencias con la Unión Europa, entiéndase conciliar la problemática del NORD STREAM II y la situación de la diáspora magiar (húngara) y romaní. Y, por supuesto, resolver sus problemas de corrupción y depurar los elementos de extrema derecha. 

La segunda cara, camuflada: “Ave, Caesar, morituri te salutant”. Salve, Petro, los que van a morir te saludan. Una reelección de Poroshenko nos acerca peligrosamente a un conflicto armado. La fallida estrategia de acercamiento a la institucionalidad europea (UE, OTAN) podría dar paso a una opción militar en la que Ucrania ponga al bloque occidental entre la espada y la pared, empujando a los países de Europa y a los Estados Unidos a involucrarse en un conflicto al que le son furibundamente reacios.

Quedará para el 21 de abril, fecha de la segunda vuelta, conocer con qué tipo de país deberá lidiar el sistema internacional y cómo recibirá Putin una probable victoria de Volodymyr Zelensky.