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Nueva Zelanda: cuán malos pueden ser los malos

Se ha sostenido siempre que la realidad supera la ficción. Pero una cosa es decirlo, y otra muy distinta, tener que vivirlo.

18 de marzo, 2019 - 11:57

“Puedo sonreír y matar mientras sonrío...” (Ricardo III, W. Shakespeare)

Se ha sostenido siempre que la realidad supera la ficción. Pero una cosa es decirlo, y otra muy distinta, tener que vivirlo.

Al respecto, ya no cabe duda alguna. Incluso para las mentes más osadas como las William de Shakespeare o la de Miguel de Cervantes, ya que la literatura explica los fenómenos extremos mucho mejor que la Sociología o la mismísima Psicología.

En una de sus tragedias, Shakespeare le hace decir al malvado principal: “Puedo sonreír y matar mientras sonrío...”.

¿Ficción extrema? Tal vez no tanto, cuando hemos tenido la desgracia de ver en nuestras redes sociales la matanza de inocentes ocurrida en dos mezquitas de un pueblo neozelandés, llamado para burla de la historia, “christchurch”, o sea iglesia cristiana.

Para empezar está el hecho, casi baladí, de que el atacante montó y se filmó a sí mismo y a sus múltiples víctimas en una escena criminal casi calcada de los famosos videojuegos, especializados en matar a otros seres humanos de las más diversas maneras.

Para seguir se puede deducir que el atacante era devoto de ciertos youtubers, famosos por sus mensajes de odio racial, político y social. Lo dice durante la masacre, hecha al ritmo de una marcha militar inglesa.

Para casi terminar, se puede tratar de extender el contexto en el cual estos dramáticos hechos han tenido lugar. Uno que como tantos viene sometido al dictamen del multiculturalismo impulsado desde lo políticamente correcto.

Se nos viene diciendo que la religión es una antigualla del pasado. Lo mismo que cualquier división del tradicional. Hasta una muy sencilla como la de hombre y mujer. O la de nacional y extranjero.

Por otro lado, confinamos a nuestros jóvenes a una verdadera vida de hámster. Encerrados en su propio mundo cuando, en otros tiempos, era el momento para ellos abandonaran el nido familiar para volar. Ya sea hacia el mundo del trabajo, de la aventura y hasta el de la milicia. Y para que, en el proceso, formaran una familia.

Hoy, hemos querido protegerlos de todos los peligros pero en realidad no les hemos enseñado lo principal. A ser dueños de sus propias vidas. En el proceso de no ofenderlos, los hemos convertido en enemigos de sí mismos.

En pocas palabras, hemos creado un monstruo que ha podido sonreír y matar mientras sonreía. Casi sin darse cuenta, casi sin sentir culpa.