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Salpicón de hombres

09 de diciembre, 2019 - 08:07

A horas de haberse conocido el gabinete de Alberto Fernández, aunque en rigor la mayoría de los nombres habían trascendido y se verificaron casi íntegramente, las sorpresas fueron pocas, aunque llama la atención lo nutrido del equipo y también las diferentes ideas que conviven en su seno.

El nuevo presidente parece haber pagado tributo, aunque no en condiciones equivalentes, a los diferentes sectores que sumaron peso específico para su triunfo en el ballotage, pero también han quedado claro los poderes de veto, esencialmente uno, la famosa bolilla negra de Cristina.

Así mirado, uno puede buscar que coherencia hay en que compartan espacio en ese mismo gabinete Victoria Donda y Gustavo Béliz. No la encontrará.

En todo caso, esa heterogeneidad no es intrínsecamente negativa, si es que se arreglan para convivir armónicamente sectores de pensamiento opuesto pero capaces de lograr consensos internos que superen esas iniciales diferencias.

Pero en el ámbito de la economía, el principal desvelo y aquello que determinó el resultado electoral, las diferencias pueden ser más difíciles de llevar. Aplica lo que nos preguntábamos un par de columnas atrás, sobre aquella definición weberiana de la ética de la responsabilidad versus la ética de las convicciones.

Por ejemplo, si el nuevo ministro de Economía aparece como un académico de fuertes vínculos con la Universidad de Columbia, que ha definido en sus primeros atisbos los problemas reales de la economía: inflación, endeudamiento, caída de la capacidad salarial, necesidad de renegociar en mejores condiciones, en un tema central para la economía argentina, el principal proveedor de dólares y motor de la producción, como es el agro, aparece un discípulo de Gildo Insfrán –el atraso hecho persona- que aun coquetea con ideas de reforma agraria y sandeces por el estilo.

El nuevo ministro de Economía ha hecho referencia al necesario equilibrio fiscal y también a la tan necesaria estabilidad macroeconómica. Sin embargo, en lugares donde los recursos son altísimos, como el multimillonario ANSES por ejemplo, las cabezas son evidentemente soldados cristinistas, militantes de la Cámpora. Su costumbre, durante su anterior paso por el poder, fue colmar de militantes los espacios, hasta que se choquen entre ellos, y un dispendio asombroso que llevó al extremo de darle dinero de los jubilados a la AFA grondonista para financiar el agujero negro de los clubes de fútbol.

Cómo conciliarán posiciones un economista profesional, como Guillermo Nielsen, a cargo de YPF y con la responsabilidad del desarrollo de Vaca Muerta, con un titular de Ambiente como Juan Cabandié, más parecido a un militante estudiantil de puro discurso que a un conocedor de los problemas reales de la producción y las posibilidades de perjudicar el medio ambiente.

Si la política exterior es una posición muy importante para tener solidez y ganar confianza, Felipe Solá de canciller y Daniel Scioli de embajador en el principal socio de la Argentina no suenan como una elección profesional y responsable.

A priori, parece que el balance de poder entre los socios mayoritarios de la fórmula es una cuestión aún no definida. Como dice el viejo refrán, cuando comience a andar el carro se verá

cómo se acomodan los melones. Quien irá ganando poder y a costa de quién parece depender del éxito de los primeros y cruciales meses de gestión.

Alberto no parece tener carta blanca para hacer a su antojo, pero menos parece tenerla Cristina, aunque sabemos que mucho no le interesan las formas.

Ambos, juntos, ganaron las elecciones. Ahora deberán construir y consolidar su poder, pero esta vez es más pulseada que alianza. Arranca la política real. Pero el futuro en juego es el nuestro.