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María de la Luz Sosa y Lima, una mujer indomable

La esposa de Tomás Godoy Cruz fue una mujer bella, codiciada por los hombres de la sociedad mendocina de principios del siglo XIX. Pero llegó a instigar el crimen de su yerno

12 de diciembre, 2019 - 18:54

Simpática, sensual, carismatica y millonaria. Así era María de la Luz Sosa y Lima, pero detrás de esa máscara se escondía un ser frívolo, despiadado, frío y calculador, al punto de planear el  asesinato a su yerno y de dejar morir a su esposo, el patriota mendocino Tomás Godoy Cruz.

Niña bien, pretenciosa y engrupida

En aquella ciudad de barro de fines del siglo XVIII, el destacado terrateniente Joaquín Sosa y Lima se casó con Francisca Xaviera Corvalán, ambos pertenecientes a la flor y nata de la alta sociedad mendocina. 

Su boda se consumó el 15 de julio de 1795 en una fiesta en la que los máximos funcionarios y hacendados locales estuvieron presentes.

El 7 de setiembre de 1800, nació en la casa de los Sosa y Lima una niña que fue bautizada el 21 de ese mes por el presbítero Ambrosio Ochoa con el nombre de María Mercedes de la Luz Sosa y Lima y Corvalán.

Desde muy niña fue criada por sus padres con esmero y adquirió una gran educación y cultura. Como la mayoría de las mujeres de su época, María de la Luz fue educada con principios muy católicos para servir en el hogar y ser una excelente y fiel esposa.

Su padre, don Joaquín, cumplía funciones de cabildante y fue él quien en 1809 realizó gestiones ante el virrey Santiago de Liniers para proponer la creación de un colegio para los jóvenes, que se llamó Colegio Provisional de Mendoza, y que fue aprobada durante la fugaz gestión del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros en 1810.

Durante la Revolución de Mayo, Sosa y Lima estuvo a favor de la causa patriótica, y cuando en 1814 llegó el entonces coronel mayor José de San Martín para ocupar el cargo de Gobernador Intendente de Cuyo, él fue uno de los más fervientes colaboradores y proporcionó dinero prestó algunas de sus propiedades para la instalación de talleres luego de la creación del Ejército de los Andes, en agosto de 1816.

Mientras tanto, la joven adolescente vivía todo ese fervor patriótico que envolvía a su familia y participaba de las tertulias que se realizaban en las casas más distinguidas de la ciudad.

En aquel tiempo llegó a la casa de los Sosa y Lima un hombre maduro, de gran trascendencia, llamado Tomás Godoy Cruz, quién había sido diputado por Mendoza y actuado en el Congreso de Tucumán.

El corazón roto de un patriota 

Tomás Godoy Cruz era un brillante diputado que se había radicado en la metrópolis de la entonces Provincias Unidas del Sud para ejercer el cargo de legislador. Fue en una tertulia en que conoció a Victoria Ituarte, sobrina de Juan Martín de Pueyrredón.

Al serle presentada, Tomás quedó impactado por su belleza y comenzó a visitarla en su casa con frecuencia.

Las charlas se hacían amenas y con el tiempo el joven Godoy Cruz comenzó a enamorarse de aquella mujer de cabellos castaños y ojos azules.

Pero al poco tiempo, Victoria le dijo que se había comprometido con Manuel Aguirre Lajarrota, un importante hombre de la sociedad porteña. 

Victoria y Manuel se casaron el 8 de diciembre de ese mismo año y la noticia destruyó el corazón de Tomás, quien luego de un tiempo regresó a Mendoza.

Pasaron cinco años de aquel desencuentro amoroso, y después de ocupar el cargo de gobernador de la Provincia, conoció a María de la Luz Sosa, de singular belleza e inteligencia.

Luego de una larga amistad, Godoy Cruz le pidió al padre de la joven la mano para casarse.

Un hogar de poca luz

El 31 de julio de 1823, María de la Luz y Tomás contrajeron matrimonio y formaron un hogar, al que al año siguiente llegó su primer hijo, llamado Juan Bautista. El niño, quien también fue conocido como Manuel, nació el 22 de junio. Luego llegarían Eleodoro y Gabriel y por último Aurelia.

A pesar tener un buen pasar económico, los cónyuges comenzaron a tener diferencias, tal vez porque Luz era una mujer muy joven y sociable para quien las fiestas y los bailes eran prioridad. Además tenía un carácter muy fuerte y hacía lo que quería sin pedirle permiso a nadie.

En cambio, Tomás era una persona más bien introvertida a quien no le gustaban las reuniones, por lo que cada día la situación se ponía más tensa.

Trece años de fiesta

En 1831, Tomás Godoy Cruz tuvo que exiliarse en Chile por problemas políticos, pero viajó sin la compañía de su esposa, quien se quedó en Mendoza con sus hijos.

María de la Luz se quedó con gran parte de la fortuna de su esposo y derrochó mucho dinero al realizar casi todos los días las más extravagantes fiestas en su casa, a la que eran invitados los más importantes personajes de Mendoza y los apuestos viajeros que llegaban desde otras latitudes.

En 1844, el ex diputado al Congreso de Tucumán regresó a su hogar en Mendoza. Pero lejos de disminuir las peleas con la mujer, su vida sentimental afrontaría nuevos desencuentros.

El espectáculo debe continuar

El 15 de mayo de 1852 algo insólito ocurrió en la residencia de los Godoy Cruz. Don Tomás estaba en agonía y ese mismo día, María Luz organizó un baile pese a la oposición de algunos familiares. La señora se resistió a suspenderlo y, por supuesto, la fiesta se realizó.

Por la noche, los invitados, muchos de ellos ilustres personajes de la alta sociedad mendocina, llegaron a la casa y la anfitriona los recibió con la hospitalidad que la caracterizaba.

Todo era alegría: la música de las guitarras, la comida, las bebidas, las risas. Mientras tanto, en una habitación lejana de la misma morada, su esposo vivía sus últimos segundos.

Murió sólo acompañado por su yerno, Federico Mayer Arnold, y su hija Aurelia.

De fondo seguía la música y el baile. Doña Luz fue avisada por un criado de que su esposo había muerto, y sin mostrar ningún sentimiento, ordenó a sus sirvientes que cubrieran el cadáver con una manta y se mantuviera el más estricto silencio. 

Por supuesto la fiesta siguió como si nada hubiese ocurrido.

Asesinato a la mendocina

Un año después, María de la Luz, tal vez por amor a su yerno o por celos a su hija Aurelia, planificó el asesinato de Federico Mayer.

Este fue ejecutado por dos malhechores –llamados Esteban y Martiniano Sambrano– quienes fueron atrapados por la policía y confesaron que la autora intelectual había sido doña Luz.

Un mes y medio después el juez, de apellido Palma, dictó la sentencia contra los asesinos del doctor Mayer Arnold.

En los fundamentos de la sentencia, explicó la participación que habían tenido los reos Esteban y Martiniano Sambrano en ese homicidio, y sostuvo que la señora Luz Sosa, madre política de Federico Mayer, fue la instigadora del crimen. 

“Ella les proveyó las armas para cometer el delito y encargó su ejecución”, narró. A esto se sumó el agravante de haber puesto en peligro la vida de su propia hija, quien acompañaba a la víctima cuando fue atacada.

El magistrado dictó sentencia y los hermanos Sambrano y María de la Luz Sosa fueron condenados a la pena de muerte por fusilamiento.

Cuando todo hacía presumir que la sentencia del juez Palma era irrevocable, inesperadamente fue apelada y un tribunal compuesto por Leopoldo Zuloaga, Baltasar Sánchez y Clemente Cárdenas conmutó la pena de muerte de los Sambrano por diez años de cárcel. 

A Luz Sosa se le revocó la sentencia y se le impuso una multa de dos mil pesos que se destinarían a la construcción de la cárcel. Una vez cancelada la multa, recuperó la libertad.

La cuestionada y extravagante dama falleció en el terremoto del 20 de marzo de 1861, nueve años después de la muerte de Tomás Godoy Cruz.