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El lado "B" de las elecciones

El domingo se decide quién será presidente. Pero también se decide cómo será su oposición.

21 de octubre, 2019 - 07:10

A solo una semana de elegir presidente, la Argentina parece la antesala de un River-Boca político más que de una instancia que reconfigurará el futuro inmediato, y como corolario parece ignorar que, además de decidir quién gana, son muchos más los elementos que pueden tener injerencia en ese futuro.

El domingo se decide quién será presidente. Pero también se decide cómo será su oposición.

Vivimos un período donde la oposición ha sido muy fuerte: Macri gobernó con 20 gobernadores en contra, con el Senado en contra, y con minoría en Diputados que obligó a bordar acuerdos permanentes, pero que pusieron freno a las reformas reales que pretendieron impulsarse.

En consecuencia, el “cambio” quedó solo en cosmética e intención. Llevarlo adelante de otro modo hubiera implicado un desborde autoritario que difícilmente hubiera sido tolerado por propios y ajenos.

 En el período anterior, Cristina Fernández gobernó casi sin oposición, salvo los 10 minutos en que Massa se erigió como freno a las ambiciones reeleccionistas, vociferando que él era la garantía de kirchnerismo nunca más, con el final por todos conocido.

Cristina pudo hacer lo que pudo hacer porque enfrente había movimientos desarticulados, referentes con casi nulo poder real, gobernadores condenados a ser mendigos de la Rosada que aceptaron el juego sin vergüenza, salvo excepciones.

Ahora, todo indica que la situación tendrá otros ribetes. De ganar la fórmula Fernández Fernández, como todo parece indicar, es posible que encuentre una oposición mucho más articulada, con otros liderazgos, con peso político y territorial, que obligue a una institucionalidad un poco más razonable, que frene tentaciones autoritarias y consiga más control sobre la cosa pública.

El perdedor tendrá una masa de apoyo superior probablemente al 30% de la población, y no son cifras desdeñables si se consideran como piso para fortalecer alternativas.

Y aquí nace una pregunta interesante: todo ese apoyo que se ve en las calles, que se movilizó en distintas ciudades del país con el “Sí se puede”, ¿qué formas tomará a futuro?

Hay dos posibilidades: que enojados regresen a sus casas a vivir la desilusión, a destilar bronca por las redes sociales es una. La otra es que sean capaces de sostener una micromilitancia, un equivalente al “resistiendo con aguante” que mantuvo activa a la oposición en diferentes sectores, sobre todo en el Estado, para alentar la esperanza del regreso.

¿Cambiemos desaparecerá como oposición, o por el contrario se apoyará en esos fieles para mantenerse activo, trabajando, preparándose para ser alternativa? ¿Hay vocación de poder en la derrota?

El otro escenario, más remoto, es que Macri alcance el balotaje, "que la dé vuelta", como dicen los más férreos seguidores. En este caso, es más previsible lo que enfrentará: una oposición muy dura, muy movilizada, con una fuerte presencia de La Cámpora en Diputados, ya que el movimiento de Máximo Kirchner se aseguró encabezar todas las listas.

Y también una oposición muy fuerte en la calle por los dos lados, el de los sindicatos y el de los movimientos sociales.

Pensar la futura relación y pesos específicos del binomio gobierno-oposición es crucial para el futuro de la Argentina. Hay una evidencia que lo muestra a las claras, y es el pacto social que propone Fernández.

Lo es por el riesgo democrático que implica: el pacto de Alberto es una convocatoria a corporaciones, eso está muy claro. La Iglesia, los industriales, la CGT, los movimientos sociales y poco más que ello.

Repasando los pactos o acuerdos tejidos en distintos países con tan buenos resultados, hace ruido una ausencia, y es la de la política.

Precisamente ese es el riesgo: no convocar a la política al pacto (más allá de que seguramente va a llamar a Lavagna, va a volver Urtubey) obedece a esa convicción de que la política son solo ellos: es el frente de “Todos”, remeda al conocido “vamos por todo”.

Lo que está afuera, los que no piensan como nosotros no existen, no tienen lugar, son los “otros”, y en los últimos días en el discurso albertista el “nosotros y ellos” tomó el mayor de los ímpetus, casi copó la escena.

De la palabra todo viene totalitario.

La potencia que pueda tomar la representación política de los excluidos de ese “todos” tendrá la responsabilidad de mantener un equilibrio democrático, del que hasta la Corte Suprema parece haber prescindido.

Porque un partido jamás podrá ser “todos”. Cada vez que ocurrió terminó en tragedia.