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Progresismo que me hiciste mal

24 de abril, 2018 - 18:23

Para la Ciencia Política clásica no hay duda alguna. La tarea principal del Estado moderno es ejercer el monopolio del uso legítimo de la fuerza. Son los distintos progresismos, tanto los de derecha como los de izquierdas, los que ponen esta verdad en duda.

Ambos coinciden en el precepto establecido por J.J. Rousseau de que el hombre no nace malo, sino que es la sociedad la que lo hace malo. Basados en esta premisa de la Ilustración, sus seguidores postmodernos abjuran de toda forma de represión física.

Pero el problema no está allí, sino que –además– se oponen a toda forma de represión moral. Y como decía el genial Ramiro de Maeztu, cuando el termómetro de la represión moral baja, el de la policial sube.

Cada vez más asustados contemplamos hechos aberrantes contra nuestra seguridad personal y comunitaria. Comerciantes que son asesinados por un magro botín o servidores públicos que lo son por el simple gusto de matar.

Por todo ello, decimos que la causa principal de nuestra inseguridad no es física. No se basa en la presencia o en la ausencia policial, sino en la vigencia de normas morales, conocida como anomia, la que alienta la comisión de los crímenes cada vez más aberrantes como la violencia contra los más débiles o la simple violencia por el gusto de la violencia misma.

No serán la barreras físicas, electrónicas o humanas, materializadas en muros, cámaras de vigilancia o policías armados. Tampoco, la generalización de los linchamientos o la justicia por mano propia lo que le ponga término a esta verdadera guerra civil molecular, de un todos contra todos.

Será la simple restauración de un sano principio de autoridad basado en la conducta ejemplificadora de los que mandan. Porque, como se sabe, las palabras pueden convencer, pero los ejemplos arrastran.