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Donald Trump los mira desde arriba

El pasado martes, tuvo lugar la intervención de Donald Trump ante la Asamblea de las Naciones Unidas; y si algo quedó claro fue que el hegemón no se va a rendir muy fácil

03 de octubre, 2018 - 11:19

El extravagante presidente de los Estados Unidos, abrió la boca y sus primeras palabras alimentaron ríos de tinta en los medios internacionales. Pocos medios reflejaron el verdadero sentir de los allí presentes cuando Trump continuó su discurso.

Las expresiones más auténticas, se pudieron encontrar en el rostro de Farhad Mamduhi, representante de Irán ante las Naciones Unidas.

Trump tuvo la oportunidad, y el gusto, de ir especificando cada vez más qué era aquello que sostuvo como “America First”. El magnate sepultó la multilateralidad como opción y, sin rodeos, celebró y postuló el interés nacional como principio rector de las relaciones internacionales. 

Los Estados Unidos, no se promulgaron en búsqueda de una visión revisionista del estado de las cosas. La bajada de línea le recuerda al mundo cuales son las reglas del juego.

Ésto declaró Donald Trump: “Cada uno de nosotros  es el emisario de una cultura distintiva, una historia rica, y de gente unida por vínculos, tradiciones, y los valores que hacen a nuestras tierras como ninguna otra en la tierra. Es por eso que Estados Unidos siempre escogerá independencia y cooperación sobre una gobernanza global, de control y dominación. Honro el derecho de toda nación de perseguir su propia cultura, creencia y tradiciones.

Esta singular sesión en la Asamblea fue un recordatorio y una reafirmación del esquema de gobernanza conseguido en lo que se denominó Paz de Westfalia en 1648. Allí los poderes reinantes decidieron celebrar la instauración de lo que hoy conocemos como soberanía nacional y, por ende, los Estados.

Pero Trump no solo recordó las reglas de juego buscando minar el camino de aquellos estados que persiguen el liderazgo mundial a través de un multilateralismo de buenas intenciones; Trump recordó que el podio, una vez ocupado, no se comparte. Y que como vigente ocupante del mismo tiene el derecho de repartir el juego a piacere.

Con ésto se puede comprender la reticencia de la nueva administración a perpetuar el crecimiento de países que se proponen como contendientes. Es menester recordar que esta institucionalidad, éstos espacios de multilateralismo, son obra del propio país. No dejan de ser una licencia, un permiso; y al fin de cuentas son un ejercicio de gatopardismo: cambiar para que nada cambie.

Bajo esta premisa es que Trump sentenció: "Los Estados Unidos no dejarán que otros se aprovechen de sus propias reglas"El principio de reciprocidad que reclama no deja de esconder algo de justicia. Si este mundo liberal fue creado para reemplazar ideologías vencidas, no puede ser escenario de situaciones en las que se da la mano y se agarra el codo.

Ello es una advertencia directa a sus aliados europeos que hoy desarrollan una prosperidad que Trump les recuerda fue casi permitida. Esto por ejemplo tiene inmediata relación cuando critica a Alemania cuando realiza negociaciones con Rusia. Ni que hablar de la posición económica china explotando sus recursos humanos para abaratar costos (dumping).

Algo que Trump denunció como un “rigged game” (juego arreglado); en la que ciertos Estados alteran el flujo normal del comercio. Trump se cansó de ser financista de proyectos deficitarios. De perder en su propio juego. Y para los Estados Unidos, en la visión economicista de Trump,  el multilateralismo es un costo.