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Los muertos y los degollados

Miramos con preocupación la aparición de un antisistema y discriminador serial en Brasil, pero hemos vivido una absoluta discriminación política y social durante años.

29 de octubre, 2018 - 07:14

Hace muchos años, los argentinos abundábamos en refranes. Tal vez por herencia hispánica (se considera que uno de los refraneros más ricos y amplios del mundo es el español, ya que se determina que está compuesto por más de 100.000 diferentes). Había uno propicio para cada ocasión y por cierto era más interesante manejar esos términos que los actuales ahre o skere.

En su definición se describe que son frases de origen popular, repetidas tradicionalmente de forma invariable, en las cuales se expresa un pensamiento moral, un consejo o una enseñanza; particularmente la que está estructurada en verso y rima en asonancia o consonancia.

Uno de los más populares dice que “el muerto se asusta del degollado”, y aplica bastante cuando se observan las preocupaciones con que se miran ciertos fenómenos en la Argentina. Me refiero específicamente a Brasil, que en horas nada más tendrá electo a un nuevo presidente, y la ominosa sombra de Bolsonaro es vista desde aquí con preocupaciones dignas de mejor causa.

Esto lo afirmo no porque me simpatice el sujeto –en realidad me espanta- sino porque me parece que mirando en el ojo propio encontramos personajes peores a los que no les tenemos miedo, cuando deberíamos.

Nos asusta que en Brasil pueda ganar un candidato antisistema, cuando hemos vivido haciendo culto al antisistema. De hecho, salimos de una dictadura militar espantosa, con supresión de libertadas, matanzas y campos de exterminio y a poco andar nos metimos un cuarto de siglo con un partido fundado por alguien que, en lugar de querer una democracia, postulaba la superioridad de un orden corporativo.

Hemos vivido décadas sin respetar la independencia de poderes, con gobernadores que no gobernaban sino que iban a mendigar a la Casa Rosada, con jueces tiempistas que en lugar de hacer justicia estaban preocupados por cuidar sus privilegios sin molestar al poder. Con partidos que son sellos de goma vendidos al mejor postor, e inventando decenas de sellos nuevos para cada ocasión.

Si bien se mira, el peronismo hace años que no lleva una boleta que diga PJ, los radicales hace años que no llevan una que diga UCR y de la izquierda mejor ni hablar.

La nueva ola es que la política no se hace desde los partidos, sino desde los “movimientos sociales”, modernas fascies que sabemos bastante bien donde conducen, y se rigen no por ideologías sino, básicamente, referenciándose en la religión y en el papa Francisco, un adherente a los pensamientos corporativos desde su juventud en la Guardia de Hierro (hasta el nombre fue tomado de un movimiento rumano fascista, xenófobo, ultranacionalista y clericalista que se transformó en partido político).

Miramos con preocupación la aparición de un antisistema y discriminador serial en Brasil, pero hemos vivido una absoluta discriminación política y social durante años. Enormes cantidades de población vituperadas, despreciadas por no adherir a determinadas ideas o no sentirse cerca del poder.

Claro, no fue una discriminación racial, o sexual, pero la grieta nos habla claramente de eso.

Estamos en “modo antisistema” desde hace años. En “modo autoritario” desde hace años, pero tal vez nos acostumbramos a ello y no nos molesta, o creemos que esto ocurre porque hay otros que no nos dejan ser, que el mal viene de afuera, que no podemos mostrar lo geniales que somos por causas externas, la sinarquía internacional en otros tiempos, el imperialismo más acá, el FMI hoy.

Así, somos los muertos que nos asustamos de los degollados. Y si no, repasen las imágenes del Congreso hace solo tres días.