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De mayorías, minorías y grietas

El más sensato de los sentidos comunes nos dice que no es conveniente que los políticos dejen fuera de sus agendas a quienes los sostienen. Pasa ahora con la discusión sobre el aborto, cuando se cree que es mejor generar aplausos en las tribunas minoritarias que oír al resto de la sociedad

03 de abril, 2018 - 11:55

El máximo referente del señor Presidente, Jaime Durán Barba, nos anoticia formalmente de algo que veníamos sospechando. Nos dice que se instala progresivamente un nuevo modelo de convivencia que exige respeto a la alteridad, en el que no habrá más gobiernos de militares de carrera ni de pibes disfrazados de militares.

Los gobiernos deben desarrollar nuevas formas de comunicación y dialogar permanentemente con una población que ha descubierto el encanto de vivir disfrutando las diferencias en una sociedad en la que se sabe que todo es efímero.
En otras palabras, nos dice que para él y su asesorado es más importante gobernar para las minorías –sean estas las mujeres que desean abortar o aquellos confundidos con su identidad sexual– que para las mayorías.
Con certeza que tales ideas, consonantes con la filosofía de lo que se considera como lo ‘políticamente correcto’, recaudarán aplausos de varias plateas en las tribunas. Pero, nos preguntamos, ¿qué pasará con las populares, con la mayoría de la sociedad?

Al respecto, es el filósofo Alberto Buela, quien nos advierte: “Y es cierto, hoy asistimos a la paradoja que gobiernos, votados por mayoría, se ocupan más por los intereses de las minorías, que de sus votantes. Ejemplo: Macri se ocupa más por satisfacer el deseo de las abortistas, que son una ínfima minoría, que por los deseos de veinte millones de mujeres argentinas que quieren tener hijos sanos, sabios y buenos. Y para ello tiene que proveerlas de un buen sistema de salud, de educación y de justicia, cosa que no hace.

Más allá de todo partidismo, agrega: “El gobierno anterior, el de los KK, se ocupó de los deseos de los homosexuales y lesbianas sancionando el matrimonio gay, en lugar de crear las condiciones de trabajo y vivienda para que millones de jóvenes puedan casarse”.

Sucede que ambos, tanto Cristina de Kirchner como Mauricio Macri, han creído y creen conveniente gobernar desde uno de los lados de la denominada grieta. Para ello, han dejado que sus respectivos asesores los guíen con las ideas fuerza de autores como Carl Schmitt, quien en su obra El concepto de la política especifica magistralmente que la más importante distinción política es la que se puede establecer entre quienes son nuestros amigos y nuestros enemigos. 

Aclara que en el caso del Estado, no se trata de enemigos individuales, sí de grupos de carácter público entre los que existe una mutua enemistad. Y la posibilidad cierta de que haya violencia física entre ellos. Más adelante, aclara que esta enemistad puede tener diversos orígenes. Desde motivos morales hasta étnicos, culturales y lingüísticos, entre otros.

Es más, el famoso autor desprende de esta idea central el concepto de defensa propia colectiva, ya que la decisión de que cierto comportamiento se constituya en una amenaza a nuestra forma de vida ante una situación específica en la que sea necesario el uso de la fuerza para eliminar esta amenaza, aún en forma preventiva, no puede ser delegada a nadie ajeno a esa comunidad.

El libro clásico de Schmitt fue escrito en 1932, pero sus viejas ideas de derecha han sido retomadas por los pensadores de la izquierda caviar moderna. Como por ejemplo, el escritor argentino –ya fallecido– Ernesto Laclau y su esposa belga Chantal Mouffe. Ambos, autores de moda y que fueran los preferidos de la doctora Cristina Fernández de Kirchner, tal cual ella misma lo manifestó en varias exposiciones públicas.

Por su parte, sabemos que el ingeniero Mauricio Macri no es muy afecto a esas pesadas lecturas, ya que a un buen ingeniero le gustan las cosas prácticas. Pero lo tiene al experto de Durán Barba para que se las explique.
Concretamente, se trata de una pareja de pensadores que consideran a la identificación del enemigo como la clave fundamental de la política moderna. No solo en todo proceso político, sino, además, en la construcción de la convivencia democrática.

Concretamente, Mouffe sostiene que la política se desarrolla en un plano moral, donde hay “buenos” y “malos” chicos. Aclara que aquí no hay agnosticismo posible. No se puede ni se debe dialogar, porque los malos son nuestros enemigos. Y hacerlo sería reconocerles una cierta legitimidad que no se merecen.

Llegado a este punto y para no marearnos con tanta teoría no nos queda otra que apelar al más sensato de los sentidos comunes.

Desde de siempre se ha sabido que la política es el arte de sumar. Con el tiempo y con la moda de lo políticamente correcto, varios políticos creyeron que debían pescar votantes en las aguas restringidas de las minorías. Sucesivamente, fueron adecuando su mensaje para agradar a los diversos colectivos de moda, fueran estos los homosexuales o las minorías étnicas o religiosas.

Al principio y por un tiempo todo anduvo bien. Hasta que las mayorías percibieron que estaban quedando fuera de las agendas de sus políticos. Pero, como nada dura para siempre, especialmente si viola principios naturales, surgieron candidatos que volvieron a hablarles a ellas en sus respectivos países y ganaron las elecciones.

Mr. Donald Trump lo hizo en los EE.UU., no hablándoles a los negros ni a los gays, sino recogiendo la queja de las mayorías blancas empobrecidas, y el señor Vladimir Putin, su precursor y un experto en esta técnica, lo viene haciendo desde hace tiempo con aquellos que añoran las glorias de la vieja Unión Soviética que son legión. No en vano ganó su última elección con el 75% de los votos.

Con estos dos magnos ejemplos a la vista, sin que lo que vamos a decir implique un menoscabo para el respeto que toda minoría nos merece, creo que ha llegado la hora para que el señor Presidente escuche la voz silenciosa de las mayorías que para eso lo han votado.