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Kovadloff: "Vivimos en un país, no en una nación"

"Somos individuos disgregados, enfrentados y sobre todo engrietados por el maniqueísmo que viene a cumplir una función salvífica en una sociedad donde la política está ausente" Señaló Kovadloff en dialogo con El Ciudadano.

22 de octubre, 2020 - 21:08

Se graduó en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires, es ensayista, poeta, profesor y colaborador permanente en La Nación. La pluma y la palabra son su herramienta de vida. El pensamiento crítico también lo es. Santiago Kovadloff habló con El Ciudadano en un mano imperdible, para pensar, reflexionar, coincidir o disentir.  

Mira la entrevista completa acá: 

¿Qué enseñanzas le han dejado estos casi 7 meses de pandemia?

Múltiples le diría. Para empezar por lo más profundo de la cuestión, inscriptos como estábamos hasta que la pandemia se declaró en una cultura que ha hecho de la medicina previsional y preventiva un elemento, poco menos, que habitual. De tal forma que pudiéramos todos tener acceso a la medicina para que las enfermedades pudieran ser previstas antes de que se desencadenaran en buena medida. Habiendo hecho de la ciencia en la sociedad secular, la divinidad primordial cuya redención nos está asegurada por el conocimiento, en ese marco la dificultad para encarar la solución a corto plazo, como en general ocurre con la medicina preventiva no ha tenido lugar. Esto habla de una incomprensión muy profunda de la ciencia por parte de quienes la necesitamos. Creemos que todo lo que la ciencia puede brindar debe resolver en escaso tiempo lo que es complejo. Estamos desamparados por una ciencia que progresa en su investigación, pero que no ha alcanzado los resultados.
Cosa que me permitió aprender hasta qué punto las dirigencias políticas, que se ven profundamente afectadas por la falta de soluciones, ven comprometidas su propia consistencia y su propio hegemonismo. A raíz de la dificultad para que el Estado pueda ser proveedor de una solución. En el caso argentino eso es más que notorio.
En lo estrictamente personal, conjugado en la primera persona del singular, le diría que, prácticamente, en nada ha afectado la pandemia mi vida vocacional y profesional. Como escritor, estoy habituado a la soledad. Dicto mis clases por Zoom, si extraño el abrazo de alumnos, amigos y de mis hijos que viven en el exterior.
 

Hace unos días, en este mismo espacio entreviste a Andrés Oppenheimer, con él hablamos de la automatización del empleo ¿Cree usted que la pandemia es un catalizador de esos tiempos y que va a generar mayores desigualdades en países como la Argentina?

Coincido con Andrés. Tengo la impresión que la expansión de los recursos tecnológicos es inversamente proporcional al aumento de la pobreza. Me parece que en un país como el nuestro hemos logrado más pobres, y no solo menos recursos sanitarios, sino menos posibilidad de que el dinero, teniendo algún valor, y habiendo mayor equidad social como sería deseable, permita que la tecnología contribuya a un menor aislamiento y una menor marginación social.
Por otra parte, creo que sí aceleró los tiempos de la configuración de una nueva subjetividad, que ha encontrado en la tecnología un recurso extraordinario para acortar distancias y tiempos. La comunicación por vía digital es fuertemente compensatoria y, hasta cierto punto, poderosamente re significativa de poder estar en contacto. Ahí le debemos a la tecnología un salvavidas muy importante. Los salvavidas son útiles en el mar abierto, lo que nosotros estamos buscando es una orilla. La orilla no puede ser otra que una sociedad nueva, donde la equidad, el desarrollo de la república, las instituciones y la verosimilitud del discurso político recuperen alguna consistencia.

¿Cómo pensar en una nueva sociedad después de lo que vimos la semana pasada, con la reaparición del ex presidente Macri y las respuestas de Alberto Fernández redoblando la apuesta y ambos líderes agigantando la grieta?

Es que nosotros no vivimos en una nación, vivimos en un país. Un conglomerado de gente donde las leyes no tienen consistencia. La nación en cambio, está estructurada sobre los tres poderes cuya interdependencia y autonomía está unánimemente reconocida por la totalidad de su población. En esa medida en que hay reconocimiento unánime hay sociedad, de lo contrario lo que hay individuos disgregados, enfrentados y sobre todo engrietados por el maniqueísmo que viene a cumplir una función salvífica en una sociedad donde la política está ausente. Nos dividimos entre los que creemos, de manera igualmente radical, cosas enteramente incompatibles. Entonces, me parece, que lo que hizo el ex presidente Macri también lo incluye a él, reconoció que cometió muchos errores. Pero en este reconocimiento que es absolutamente inusual por parte de un ex mandatario, no deja de permitir que advirtamos  que hubo, en determinados órdenes, una ineptitud profunda para resolver y no agravar los problemas de los argentinos. 


En el orden de lo que es el discurso oficialista, nada nuevo. El presidente es un hombre que ha renunciado a la palabra como requisito de coherencia en la expresión. Él no pretende no caer en contradicciones porque no vive de las contradicciones como tales, ni se siente obligado a subsanarlas mediante explicación alguna. Por otra parte, sin duda, hay en la Argentina una fuerte inversión del valor de las investiduras. No solo no se respeta la constitución, el poder judicial está invadido por la presión política, sino que la vicepresidencia es más poderosa que la presidencia. Sin duda alguna a la grieta que hay entre oficialistas y opositores hay que sumarle una grieta creciente dentro del oficialismo. Sí es cierto que el presidente trata con su discurso ambivalente, contradictorio, fuertemente pendular de tratar de decir dos cosas al mismo tiempo ante un aliado o un socio como es el Kirchnerismo que no concibe otro discurso, que el discurso único.