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El Pelé sureño

“Ponete la campera que vamos a ver a Pelé” , cuenta Jeremías Chacón en su relato sobre la tarde deseadense en que vio a un jugador de otro planeta

24 de enero, 2019 - 10:58

Su habilidad era innata y no le temía a nada. Crack como pocos, Pelé Núñez supo deslumbrar a pocos y extraños en el lejano Puerto Deseado, una ciudad costera del sur argentino.

Las tardes santacruceñas son duras pero atractivas a la vez. Como aquella de1998, en que mí viejo me dice “ponete la campera que vamos a ver a Pelé”

-¿A Pelé?, le pregunté.

 -Sí, a Pelé.

No me dio muchos más detalles. Solo diré que la curiosidad me invadió el cuerpo mientras me colocaba una campera de abrigo verde que usaba hasta para dormir.

En la caminata a la cancha, de tierra dura y viento cambiante, soñaba con ver a un moreno con la 10, que apilara jugadores por doquier. Tal como me había contado mi abuelo, en los inviernos casa adentro, sobre las proezas del tal Edson Arantes Do Nascimento.

Y así llegamos al campo de juego, que quedaba a unas cuadras de casa.

El árbitro Leguizamón se puso el pito en la boca y dio inicio al partido en que iba a jugar Pelé. Con las manos en los bolsillos, miraba e intentaba buscar al 10 pero no había caso.

‘Guarda que ellos tienen a Pelé', escuché a lo lejos en la tribuna improvisada para la ocasión. 

Todo transcurría con normalidad para un partido luchado y con el balón volando de un lado para otro por las fuertes ráfagas que soplaban en Deseado, pero ni indicios sobre el Diez sureño.

Hasta que el minuto 10 del segundo tiempo marcó un antes y un después. El DT decidió meter un cambio y llamó a un jugador que había estado sentado cerca suyo en el banco. 

Y sí, era Pelé. Mis ojos se clavaron en la camiseta 10 de un pelado que tenía pinta de crack.

Ingresó al campo de juego indómito y en su primer contacto con la pelota empezó a presagiar que sería la tarde soñada para mí, y otra más para el fútbol deseasense. Con un quiebre de cintura, eludió a tres rivales y reventó el travesaño que daba a la casa del Loco Gurin. 

El partido ya era otro. El viento cómplice había mermado por lo que todo estaba escrito para que el 10 brillase como nunca.

El 0-0 parecía ser el resultado final pero la magia de Pelé modificó el panorama. El Lechuga Fresco intentó frenarlo, era rústico el muchacho, pero no pudo y el habilidoso jugador hizo de las suyas hasta inflar las redes.

La ovación de los presentes y el pitazo final hicieron que esa tarde de fútbol en la cancha del Deseado Juniors, fuera inolvidable.

El hijo del viento, el Edson de Deseado me había deslumbrado.

“¿Viste que ibas a ver a Pelé?”, me dijo mi papá mientras pateábamos piedras rumbo a la casa.

 

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