|29/07/21 08:00 AM

Cómo poner límites con empatía y sin miedo

Reconocer que no estás dispuesto a aceptar un comportamiento que te incomoda o molesta es el primer paso para saber decir no

Por Redacción

29 de julio, 2021 - 08:00

Los límites, en el mundo material son fácilmente reconocibles: cercas, muros, letreros o incluso líneas pintadas en el pavimento nos hacen saber dónde se encuentran. Los límites dicen: “aquí termina una cosa y empieza otra”. Y dicen también: “de este lado funcionan unas reglas, y de este otro lado, otras”. Cuando algo atraviesa un límite, suceden cosas: algo cambia, a veces para bien (cuando ese pasaje es consentido), muchas para mal.

Aunque sean menos evidentes, las personas también tenemos límites:

Físicos: constituidos por nuestra piel, por un área más o menos pequeña que la rodea (lo que llamamos habitualmente nuestro ‘espacio personal’) y nuestra sexualidad.

Mentales o emocionales, que incluyen, entre otras muchas cosas, nuestra intimidad, nuestros sentimientos y nuestras decisiones.
Estos límites demarcan un espacio que te pertenece solo a vos. Un territorio absolutamente tuyo y absolutamente privado al que nadie (¡nadie!) puede ingresar, a menos que otorgues acceso.

La soberanía sobre nuestro espacio personal, sea físico o emocional, es un derecho fundamental e inalienable que todos tenemos. Eso quiere decir, que siempre podemos exigir a otros que se retiren si están más cerca (literal o metafóricamente) de lo que querríamos y que jamás pueden forzarnos a que nos acerquemos a quien no deseamos.

 

Qué significa poner límites

Hablamos habitualmente de ‘poner límites’, pero esa expresión, tan común y tan utilizada como recomendación (“¡debés ponerle un límite!”), acarrea dos problemas que dificultan un buen manejo de estas situaciones.

El primero, es que los límites no se ‘ponen’, ya están ahí. De hecho, por eso sentimos malestar cuando otro nos invade, nos presiona o nos demanda, porque está vulnerando (lo haga con intención o no) un límite. De lo que se trata, más que de poner un límite, es de identificarlo y comunicarlo adecuadamente.

El segundo problema, más filoso aún, es que la frase ‘poner límites’ transmite la idea de que es algo que se hace sobre otro. Sin embargo, en sentido estricto, no podemos ponerle límites a otra persona, porque no podemos controlar sus acciones.

No está en nuestro poder conseguir que el otro se comporte bien, ni siquiera que sea respetuoso. Lo que siempre podemos hacer es limitar nuestra exposición a ese comportamiento abusivo.

 

Cómo decir ‘no’

Yo no puedo, por más razonable que sea mi exigencia, decirle a otra persona, por ejemplo: “Te prohíbo que digas cosas que me lastiman”, ni “No me pidás favores que me ponen en aprietos”. Eso es coerción. Lo que sí puedo hacer es decir: “yo no me quedaré aquí a escuchar cosas que me lastiman” o “no haré favores que me ponen en aprietos”.

Establecer límites está mucho más dirigido a nosotros mismos que a los demás. Su fórmula general no es tanto “no te dejaré hacer eso”, como “yo no me prestaré a eso”.

Como se ve, en lo fundamental, poner límites es sencillo. Se trata de reconocer el punto donde dar comienza a volverse doloroso o perjudicial para nosotros mismos –se trate de dar nuestra atención, nuestro tiempo, nuestro dinero, nuestro amor o nuestro cuerpo– y luego comunicar abiertamente nuestra negativa a hacerlo.

La mayoría de las personas que vulneran nuestros límites no lo hacen con mala intención. No pretenden ser abusivos. Por eso, es aconsejable aprender a establecer nuestros límites de un modo amoroso: también queremos cuidar el vínculo.

 

Por qué nos cuesta poner límites

Si poner límites es difícil se debe a las ‘resistencias’ que encontramos (o pensamos que encontraremos) en aquellos que se enfrentarán a nuestros límites o en nuestra propia conciencia. Estos son los principales obstáculos que encontramos a la hora de poner límites:

1. Miedo a perder amor

Poner un límite es rechazar, y ser rechazado es doloroso. Muchas veces, creemos que, si ponemos un límite, estaremos transmitiendo un mensaje de desamor y que, en consecuencia, la otra persona también retirará algo su amor hacia nosotros.

La mayoría de las veces, este axioma es falso y, si comunicamos nuestro límite amorosamente, no habrá un deterioro del vínculo.

Si un amor se mantiene solo, en tanto y en cuanto aceptamos dar lo que no tenemos deseos de dar, habrá que concluir que no es un amor que valga la pena sostener.

2. Miedo a la ira

Hay quien, cuando se le dice “no”, piensa que le quitan algo que le corresponde y siente ira. Es crucial recordar que nada le corresponde, que no dar es tu derecho innegable.

Intentá no reaccionar a la ira del otro, no enojarte ni buscar sacar al otro de ese sentimiento. Podés tomar distancia, emocional o física si lo necesitás. Si la ira conduce a la violencia de cualquier tipo, entonces habrá que poner en funcionamiento toda la red de apoyo, social, familiar y, especialmente, institucional para hacer frente a estos casos.

3. Culpa

La culpa es la internalización de todas aquellas voces que levantan un dedo acusatoriamente y nos dicen: “sos malvado”. Pero causar dolor no es ser malvado. Ser malvado, en todo caso, es tener la intención de causar daño. Y esa no es, en modo alguno, nuestra intención al poner un límite: la intención es cuidarnos.

Si actuamos movidos por la culpa, lo que vendrá luego será el resentimiento hacia el otro que (imaginariamente) nos forzó a hacer lo que no queríamos.