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¿Y si probamos con un buen liderazgo?

Los resultados en las últimas elecciones –con altos porcentajes de abstenciones y votos en blanco– dejan al descubierto el hartazgo de la ciudadanía al ver en qué se han convertido las políticas provinciales, y hasta la nacional, provocando duras protestas como en Jujuy

07 de julio, 2023 - 07:52

Este fin de semana largo, con abundante tiempo libre, se pudo reflexionar sobre cuestiones de fondo, como, por ejemplo, comparar las elecciones PASO que se celebraron en algunas provincias con la conmemoración de dos efemérides patrióticas.

Una, el 17 de junio, aniversario de la muerte del general Martín Miguel de Güemes, quien durante seis años fue gobernador de Salta y con muy escasos recursos libró una constante guerra de guerrilla, conocida como la ‘Guerra gaucha’, deteniendo seis invasiones del ejército español a pedido del general don José de San Martín.

Y la otra, que viene de 1938, cuando por primera vez se celebró el Día de la Bandera, eligiéndose el 20 de junio, día del fallecimiento del general Manuel Belgrano por haber sido su creador. Y además de ser un destacado abogado, economista, periodista, político, diplomático y militar argentino, también fue uno de los más destacados pensadores e impulsores de nuestra Independencia.

Creo que ninguno de ambos personajes necesita mayores presentaciones ni panegíricos. Tampoco es la finalidad de este artículo.

Es el sociólogo Eduardo Fidanza, en su artículo El scoring de los presidenciables, quien se interroga y se contesta que ganar las elecciones es la habilidad principal de un candidato a presidente. Nos dice al respecto: “Es una destreza comparable con la de cualquier otra actividad. Aunque puede aprenderse, está antes en los genes que en los manuales. Compensa otras debilidades, como la poca contracción al trabajo o la escasez de inteligencia. En política, es la capacidad de tejer alianzas, pero también de romperlas; de prometer y de retractarse; de crear ilusiones y de sostenerlas a lo largo del tiempo. De tener coraje y discernimiento para saber cuándo emplear la ética de la responsabilidad, que se hace cargo de las consecuencias, y cuándo la de la convicción, que las deja de lado. En otras palabras: cuándo patear el tablero y que sea lo que Dios quiera, y cuándo pensárselo dos veces. Habilidad es astucia, cintura, timing. Pero también son valores, cuando se los administra con flexibilidad y realismo”.

 

Una diferencia con los héroes

Pero, ¿es esto la política de verdad? ¿Así la entendieron, por ejemplo, los ya nombrados Güemes y Belgrano?

Para ellos, ambos formados en el molde de la hispanidad americana, heredera de la civilización grecolatina cristiana, la política era el gobierno de la polis y se basaba en la prosecución del bien común. Una condición en la que subyace la presunción de que de la excelencia del ejercicio de la política se derivará en una mejor calidad de vida, no sólo de la polis, sino también de las familias y de los individuos.

En este marco, el político profesional o el simple funcionario no está nunca exento del cumplimiento de las leyes de la polis que él mismo promueve. Es más, las consolida con su ejemplo personal.

Para ellos –Güemes y Belgrano–, la Patria estaba en peligro y sus vidas, sus haciendas y su honor era lo menos reservado que poseían. Se lo jugaban todo a esa empresa.

Cuán lejos de ello estamos en la actualidad, cuando en no pocas ocasiones intuimos y hasta comprobamos que muchos políticos no separan, herméticamente, estos dominios. Y muchas veces el ejercicio de sus funciones sólo se traduce en la obtención de ventajas personales, familiares o para su clan político.

No era así para los próceres arriba nombrados y que se conocían muy bien. Uno en su carácter de gobernador de Salta y defensor de la frontera noroeste y el otro en el de Comandante del Ejército del Norte. Ambos habían estado de acuerdo en que por “el camino del Norte”, como se lo llamaba al del Alto Perú, no había salida y que había que apoyar al Plan Continental del general San Martín, a la sazón gobernador intendente de Cuyo, donde preparaba a su ejército para librar las campañas libertadoras de Chile, Perú y Ecuador.

Lejos de buscar ventajas personales, tanto Manuel Belgrano como Miguel de Güemes lucharon por el bien común y pensando en un destino glorioso para la Patria

Por estos días, vemos realzada esta contradicción con el espíritu de grandeza señalado con los escenarios de protestas de dos provincias norteñas.

En una de ellas, una joven mujer ha desaparecido y es muy probable que haya sido asesinada en los propios estamentos del poder provincial. En otra, en las antípodas ideológicas y desde un supuesto orden institucional, se pretende regular la posesión de las tierras en donde se hallan recursos naturales preciados, como el litio, para permitir el ingreso de ONGs y empresas extranjeras, y también el derecho a las protestas sociales. Como resultado de ello, ambas están incendiadas con duras protestas ciudadanas.

 

Liderazgo a la antigua

Pero si miramos más abajo, vemos que en una capa más profunda y a caballo de las elecciones PASO, lo que crece no son las candidaturas de los personajes de la política, sino el abstencionismo, con porcentajes del 50%, y el voto en blanco y nulo.

De esta manera pasan a expresar el cansancio y el hartazgo de la ciudadanía por esta suerte de danza de las vanidades en la que se han convertido las políticas provinciales y hasta la nacional.

Es por todo lo expresado y por el duro contraste de los personajes citados, que nos preguntamos si no ha llegado la hora de intentar un liderazgo a la antigua. Uno clásico que, para empezar, deje de lado los egos personales, y para seguir, comience a trabajar en equipo para la búsqueda del bien común.

Para terminar, Güemes murió el 17 de junio de 1821, a los 36 años de edad, en la Cañada de la Horqueta, cerca de la ciudad de Salta. Lo hizo después de yacer a la intemperie, en un catre improvisado, rodeado por sus leales gauchos. Luego, su cadáver sería inhumado en la Capilla del Chamical.

Por su parte, Belgrano murió en la pobreza a pesar de que su familia había sido una de las más ricas del Río de La Plata antes de que él se empeñara en las luchas por la Independencia. Pero sus últimas palabras fueron de esperanza: “…sólo me consuela el convencimiento en que estoy, de quien siendo nuestra revolución, obra de Dios, él es quien la ha de llevar hasta su fin, manifestándonos que toda nuestra gratitud la debemos convertir a su Divina Majestad y de ningún modo a hombre alguno”.

Me pregunto cuántos de nuestros políticos actuales morirán rodeados por sus seguidores o en la pobreza y aun así esperanzados en el destino de su Patria. La respuesta se la dejo a usted querido lector.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.