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La guerra y la paz

Hoy como ayer, Europa se enfrenta al oso ruso, y como suelen decir los viejos analistas, nunca Rusia está tan débil como creemos. Este parece ser el caso, aun en medio de un maremágnum de sanciones impuestas contra ella, lo que nos hace preguntarnos si esto no nos perjudicará también a nosotros

18 de marzo, 2022 - 07:27

Hay quienes sostienen que para entender a Vladimir Putin no hay que fijarse en Stalin, mucho menos en Lenin, sino en los grandes autores de la literatura rusa clásica como León Tolstoi y Fedor Dostoievski. Especialmente al primero de ellos, en su famosa obra La guerra y la paz.

Por ejemplo, Tolstoi representa en su novela una meditación seria y coherente sobre la guerra por quien había sido su testigo cercano y la había estudiado en profundidad. Relata en su libro que cuando sus héroes  se encuentran en medio de una batalla comprueban que no existe la regularidad y las formas que ellos habían esperado. 

Uno de ellos, Pierre Bezukhov, llega a los campos de Borodino y queda perplejo, ya que “no pudo ni siquiera distinguir las tropas propias de las enemigas”. Como aprende de primera mano, el combate real es infinitamente más caótico que el desconcierto inicial que los primeros despliegues hacían esperar. 

Su amigo, el príncipe Andrei Bolkonsky, un soldado profesional cuyos sueños de comando se desdibujan mientras va aprendiendo la verdad sobre la guerra después de aspirar a imitar en alguna medida a su héroe –pero que es el enemigo de su patria– Napoleón, gradualmente se da cuenta de que la estrategia es un fraude. Declara que “no ha habido y no puede haber una ciencia de la guerra, consecuentemente, tampoco un genio militar”. 

Cuando le preguntan por qué, responde: “¿Qué teoría de la ciencia es posible donde las condiciones y las circunstancias son desconocidas y no pueden ser determinadas y especialmente donde la fortaleza de las fuerzas en acción no puede ser especificada?... No se puede anticipar nada. A veces –cuando no hay un cobarde al frente que llora ‘¡Estamos perdidos!’ y que comienza a correr, sino un hombre de espíritu valiente que grita “¡Hurra!”– un destacamento de cinco mil vale por uno de cincuenta mil, como en Schöngraben, cuando en otros tiempos cincuenta mil hubieran escapado frente a ochenta mil, como en Austerlitz. ¿Qué ciencia puede existir en una materia, como en cualquier otra cosa práctica, en la que nada puede ser determinado y todo depende de innumerables condiciones, todas de importancia manifiesta que pueden darse en cualquier momento y que nadie puede decir cuando pueden ocurrir?”.

Por el contrario, el teórico de la guerra más reverenciado y seguido en Occidente, el prusiano Carl von Clausewitz, sostenía aquello de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. La visión clausewitziana aboga por estadistas cuyas personalidades estén absolutamente penetradas por impulsos de grandeza, heroísmo, honor, poder nacional y libertad; hombres motivados por tranquilas razones políticas que actúan antes que por un odio ciego colocándose por sobre pequeñas intrigas y ventajas.

Tal vez es por estas visiones contrapuestas que asistimos a esta incapacidad de los EE.UU. y de Europa para comprender el alma rusa y sus deseos de ser respetada, sino temida, ya que vemos por un lado, una larga marcha de la OTAN hacia el Este, la que funcionó bastante bien mientras Rusia estaba postrada tras la disolución de la URSS, pero que se estanca y encuentra un obstáculo serio cuando Rusia se recupera de manos de Putin. 

Nada nuevo si recordamos, por ejemplo, el fácil avance de la Wehrmacht germana tras el colapso de la Rusia zarista durante la Segunda Guerra Mundial, pero súbitamente fue detenida a las puertas de Moscú y de Stalingrado e iniciaría un lento pero seguro reflujo que terminaría en el propio edificio de la cancillería del Reich de Hitler en Berlín. 

Hoy como ayer, Europa se enfrenta al oso ruso. Y como suelen decir los viejos analistas, nunca Rusia está tan débil como creemos. Este parece ser el caso, aún en medio de este maremágnum de sanciones económicas impuestas contra ella. Porque si bien ella sólo participa con el 2% del PBI global, es geográficamente el país más dotado del mundo y rankea en los primeros puestos de la producción de insumos vitales, tales como hidrocarburos, granos, metales y no metales estratégicos. Por eso es que podemos deducir que es un gran contribuyente a la elaboración del otro 98% del PBI mundial.

Por ejemplo, un solo avión caza de última generación norteamericano, el F35, demanda para la construcción de su aviónica unos 12 kilos de paladio, un metal de transición similar al platino y muy poco abundante. Siendo Rusia su principal productor mundial, se abre un gran interrogante. Ni qué hablar de cómo Europa piensa calefaccionar sus hogares y proveer energía a sus industrias, cuando más de la mitad del gas necesario para ello proviene de Rusia. Por supuesto el paladio y el gas ruso pueden ser reemplazados por otros proveedores, pero ¿a qué costo?

De acuerdo a la visión de Clausewitz, el poder militar es el de un simple bisturí en las manos de un estadista-cirujano, pero para Tolstoi hay que entender que los valores del guerrero pueden –y de hecho lo han hecho– suplantar a aquellos de los políticos.

Lo mismo puede decirse de los economistas occidentales que entienden a sus respectivas economías desde la perspectiva única del libre comercio. Pero nos preguntamos qué podría pasar y cómo podría la economía mundial seguir funcionando en un mundo en guerra, donde los intercambios comerciales hayan dejado de ser libres y pasen a estar regulados por otros factores, como ya ha ocurrido en el pasado. Volviendo a Tolstoi, él observaba amargamente “la necesidad de mentir”, tanto antes como durante y después de una guerra, ya que según él, lo que describen los historiadores es más o menos un fraude impuesto por racionalistas a un mundo que escapa al entendimiento. 

Nos preguntamos, en ese mismo sentido, si las tremendas sanciones que está imponiendo Occidente a Rusia la perjudicarán sólo a ella o a todos nosotros. 

Creo que pronto lo sabremos, aunque ya hemos visto que no estamos preparados para lo peor. 

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.