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Lo mío es mío, lo tuyo es nuestro

Con las consignas del Foro Económico de Davos 2030 o de las Naciones Unidas referidas –entre otras– a las energías limpias, una nueva forma de neocolonialismo nos llega de Europa con el mensaje “nosotros ya nos desarrollamos con nuestros recursos, y como se nos acabaron, ahora ustedes, que no están desarrollados, tienen que guardar los suyos para nosotros”

15 de octubre, 2021 - 08:07

“Lo mío es mío y lo tuyo es nuestro” sea, quizás, la frase más escuchada en los juzgados de familia en ocasión de un divorcio vincular contencioso. Por suerte, en tales circunstancias existe un juez imparcial –o que al menos pretende serlo–, que es quien debe dictar sentencia y separar los bienes en cuestión.

Otra cosa muy distinta es lo que ocurre cuando los litigantes son naciones soberanas. Por un lado, no hay simetría entre ellos y, por el otro, no hay un tribunal imparcial que dicte sentencia. Esto último, al menos por ahora, pues no han sido pocos los intentos de establecer uno que medie entre las disputas entre ellas.

El primero en existir fue la Liga de las Naciones. Un fracaso suplantado en rápida sucesión por la estéril Organización de los Estados Americanos (OEA) y por la no tanto Naciones Unidas (ONU).

Por ejemplo, la última de ellas dispone de un Comité de Descolonización destinado a poner fin a todas las administraciones coloniales. Las que no son muchas, al menos en teoría, pero entre las que se encuentra la usurpación británica de nuestras Islas Malvinas.

Loable como nos puede parecer, esta causa parte de una utopía, cuál es la de la igualdad de la naciones, cuando lo que prima es una verdadera asimetría entre las poderosas, que son muy pocas, y las débiles, que son la mayoría, como la nuestra.

Ya las primeras no tienen necesidad de invadir una lejana colonia para apropiarse de sus recursos como en siglos pasados. Mucho menos ahora, cuando el mensaje que nos llega de Europa es: “Nosotros ya nos desarrollamos con nuestros recursos, y como se nos acabaron, ahora ustedes, que no están desarrollados, tienen que guardar los suyos para nosotros".

Lo que, en definitiva, no es más que una nueva forma de neocolonialismo del siglo XXI. En el viejo, al menos, ellos se tomaban el trabajo de venir a buscar lo que querían. Hoy, en cambio, pretenden que se lo dejemos servido y en bandeja.

Esto se expresa en las consignas repetidas hasta el hartazgo bajo el título de la Agenda 2030 del Foro Económico de Davos o en la de la propia Naciones Unidas. Sus santos y seña son: “energías limpias en lugar de las contaminantes”, “no comer carne, sólo comida sana, preferentemente vegana”, “planificación familiar, no a la natalidad sin control”, “no poseerás nada pero serás feliz” y muchas otras similares.

Podría parecer un cúmulo de buenas ideas sólo orientativas para los países en desarrollo como el nuestro. Pero en realidad son mucho más que eso, ya que son propuestas concretas que en ocasiones llevan implícito el concepto de cesión de soberanía, como llegó a plantearse a caballo del default del 2001.

Por ejemplo, por aquellos días, cuando el lobbista norteamericano Norman Bailey fue convocado por el gobierno de Eduardo Duhalde para mejorar la imagen argentina frente a los inversores extranjeros, aconsejó sin un atisbo de vergüenza que la Argentina emitiera bonos de deuda por un fideicomiso garantizado por nuestras tierras fiscales. En otras palabras, aconsejó que la Argentina cambiara deuda externa por territorio.

Una situación que bien podría repetirse bajo el auspicio de la actual administración, la que ha manifestado por boca de su propio Presidente y de varios de sus ministros de que ha hecho suya la ya mencionada agenda del 2030.

Aún más grave parecería ser la situación de nuestro vecino Brasil, donde su presidente, Jair Bolsonaro, por el contrario, ha manifestado su voluntad contraria a someter su soberanía sobre la Amazonia a tales manipulaciones medioambientales. Lo que lo ha llevado a enfrentamientos verbales directos con los presidentes de Francia y de los EE.UU., y que varias ONGs lo hayan acusado de genocidio ambiental ante la Corte Penal Internacional.

Por su parte, el primer ministro de Gran Bretaña, Boris Johnson, lo dijo –con todas las letras– en su último discurso en la ONU que “hay que rehacer el mundo”. Vaya a saber uno que ha querido implicar y hasta dónde quiere llegar para lograrlo.

La pregunta que nos hacemos es que si esta es la agenda global impulsada por organismos multilaterales como la ONU y defendida por países poderosos como los EE.UU., Francia y la Gran Bretaña que integran su Consejo de Seguridad, qué puede pasar si un Estado “X” se niega a no dar cumplimiento a sus directivas y decide, por ejemplo, proseguir con la deforestación de sus selvas. ¿Puede la comunidad internacional promover una injerencia humanitaria (léase, invasión) para que se detenga?

Probablemente tal escenario sea –por el momento– excesivo, pero bien podría apelarse a medidas no tan extrañas como un boicot o hasta sanciones comerciales. Como ocurrió, por ejemplo, contra Sudáfrica para que abandonara su política del Apartheid.

El problema se complica cuando se analiza la distribución de las riquezas y de las fuentes de energía a nivel global. Queda claro y no hace falta ser un geoestratega para saber que las primeras se concentran en el Hemisferio Norte. Por su parte, un rápido estudio de la distribución de las segundas, nos permite ver que no sólo las mayores fuentes de energía se encuentran en ese mismo hemisferio, sino también la masa de las más contaminantes –como es el caso del carbón– muy usados por los EE.UU. y por China.

En este marco se nos presenta el paradójico caso de España. Un país que está sufriendo una grave crisis energética con una espectacular subida de los costos de la energía porque, siguiendo las instrucciones de la ONU y de la Unión Europea, procedió a apagar sus contaminantes centrales de energía eléctrica alimentadas a carbón sólo para encontrarse que las energías limpias alternativas no son suficientes para abastecer la demanda. Algo que ya sucedió en la energéticamente millonaria Texas, cuando sus parques eólicos se congelaron el invierno pasado y colapsó su generación eléctrica por varios días.

Este es un panorama que no parece circunscribirse a España, ya que Alemania –que ha decidido abandonar su matriz energética basada en la “peligrosa” energía nuclear– ya está advirtiendo a su población para que haga un acopio de velas, porque en el próximo invierno podría faltar la energía. Especialmente porque diversas trabas burocráticas vienen impidiendo la inauguración del gasoducto Nord Stream 2 con Rusia.

Volviendo a lo nuestro, sabemos que somos un país energéticamente bendecido por Dios, con grandes ríos que pueden producir energía hidráulica, con generosos depósitos de gas y hasta con la tecnología y el know how para fabricar y exportar centrales nucleares.

Por eso no podemos encorsetarnos en la utopía única e impuesta de las energías limpias, porque aun asumiendo que tenemos y que debemos cuidar al medioambiente, la clave –como en tantas otras cosas– es la diversificación y la producción barata de energía.

Europa ya tuvo su Revolución Industrial, nosotros no podemos privarnos de tener la nuestra.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.