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La hambruna que no fue

Hasta ahora no se ha cumplido el pronóstico de que la invasión de Rusia a Ucrania provocaría un problema mundial por el incremento en los costos de los alimentos y la dificultad para producirlos. Pero aunque la situación se ha podido sortear por ahora, en nuestro país debemos estar atentos debido a la posibilidad de proveerlos en cantidad

19 de agosto, 2022 - 07:44

En un artículo de fines de mayo de este año nos preguntábamos, en consonancia con una famosa tapa de la revista económica The Economist, que se ilustraba con unas espigas de trigo sustituidas por calaveras de muerte, si no nos estábamos enfrentando a la posibilidad de una hambruna global.

La mencionada publicación sostenía que “al invadir Vladimir Putin a Ucrania, se destruirían la vida de las personas que se encuentran lejos del campo de batalla”, y pronosticaba: “...los costos de los alimentos volverán a incrementarse porque India ha suspendido las exportaciones de trigo, con efecto inmediato, debido a que las altas temperaturas de las últimas semanas han mermado la productividad de la cosecha”.

Por supuesto que la prestigiosa publicación británica despertó la paranoia de los principales dirigentes de todo el mundo. Y muchos se prepararon para la consecuente hambruna. Pero pasó que la misma no sucedió, al menos hasta ahora. Nos preguntamos, entonces, ¿qué fue lo que pasó? Trataremos de explicarlo.

Para empezar, la guerra entre Rusia y Ucrania produjo un bloqueo de los puertos exportadores de granos ucranianos sobre el Mar Negro, por lo que se cerró la provisión de productos básicos hacia al cuerno de África tales como insumos agrícolas que principalmente proveen Ucrania y Rusia y fertilizantes como la urea, el potasio y los fosfatados nitrogenados.

Ello hizo que se produjera un retiro masivo de las empresas agrícolas norteamericanas e inglesas de Yemen, Somalia, Nigeria y Egipto, que comenzaron a carecer de sus insumos básicos para sembrar nuevas cosechas de granos.

Nuestro país está en condiciones de proveer alimentos al mundo debido a los stocks más altos de la historia de su excelente producción agrícola

Para seguir, la producción disminuyó y no pudo ser sustituida, por más esfuerzos que hicieran organizaciones como la FAO y otras ONGs humanitarias. A su vez, China, principal usuario de fertilizantes y de trigo ruso, se vio privada de esos insumos y desvió su foco comercial hacia América (tanto del Norte como del Sur), donde también se comenzó a sufrir el shock por la falta de fertilizantes.

En consecuencia, se desató una fiebre de demanda mundial de fertilizantes que produjo, a su vez, una espiral inflacionaria de insumos agrícolas. Esto llevó a una retracción en las campañas de siembra en todo el planeta, especialmente con el trigo, cuya ausencia creciente se hizo sentir en los países más pobres.

Hasta ese momento los ominosos pronósticos de The Economist parecían cumplirse. La India, por ejemplo, no sólo había suspendido el comercio de trigo desde abril, sino que, además, ralentizó su propia producción.

Esto también tiene su explicación: los agricultores indios estaban en un programa de la FAO de reducción de CO2 desde febrero, practicando la labranza orgánica para el maíz y el trigo. A la par, fue impactada por una gran sequía en la época de siembra que se vio agravada por la ausencia de fertilizantes provenientes de Rusia y de Ucrania por los motivos ya enunciados.

Otro ejemplo dramático fue el de Sri Lanka, donde se estaba desarrollando un programa de la FAO de labranza y cultivo orgánico desde el 2021, el que fracasó totalmente al no poder satisfacer las necesidades alimentarias básicas de la población, lo que llevó a una rebelión popular y a la caída del gobierno de ese país.

En pocas palabras, las previsiones de The Economist se estaban cumpliendo, y lo estaba confirmando el Perú, con el primer estallido de carestía en la América del Sur, al que le seguirán los de Colombia y el Ecuador en los meses de abril a junio.

Sin embargo, el Observatorio de Complejidad Económica (OCE), que registra todo el comercio triguero mundial, al margen de la guerra y de la ausencia de fertilizantes determinó que entre 250 y 300 millones de toneladas de trigo canadiense se habían destinado a Argelia e Indonesia (países que la FAO tenía en alerta alimentaria), las que fueron compensadas por importaciones con trigo de Argentina, México, Estados Unidos, Chile y Nueva Zelanda.

Por ejemplo, Perú recibió 496 millones de toneladas extras, 268 millones desde Argentina y 228 millones desde Canadá. Por su parte, el récord de producción brasileño le permitió a ese país asistir a Colombia, Angola y Sudáfrica. Lo que a su vez se hizo transversal, al recibir Brasil 224 millones de toneladas de trigo de Argentina, 13 millones de toneladas de Paraguay, 6,98 millones de toneladas de los Países Bajos y 82 millones de toneladas desde los Estados Unidos.

Concretamente, 5,9 millones de toneladas de trigo argentino se destinaron al norte de África y 2,3 millones a la India, según consignan los registros de la Bolsa de Comercio de Rosario y la agencia marítima NABSA SA.

En conclusión, el desastre alimentario, la hambruna advertida por The Economist tomando como punto de partida la invasión rusa a Ucrania no ocurrió, ya que el mundo se reordenó para solventar las carestías que se producían en distintos lugares con exportaciones desde otras zonas no tradicionales.

Y siguió funcionando pese a un alto costo de insumos agropecuarios, principalmente de los fertilizantes. Todo ello, aun en contra de las políticas globalistas y erróneas de la FAO a favor de una labranza ecológica y tradicional que nunca estuvo en capacidad de abastecer la demanda real de alimentos.

Pese a todo, no se puede dejar de reflexionar respecto de que se estuvo cerca del colapso y de que éste bien podría volver a presentarse si no se ajustan varios mecanismos que hacen a la producción, la distribución y el transporte de los elementos vinculados con la elaboración de alimentos.

También nos debe quedar claro que el ecologismo extremo propuesto por organizaciones como la FAO y sus programas de labranza orgánica y tradicional no son la solución para un mundo con hambre.

Como vemos, el Jinete del Hambre no llegó a tomar el trote en esta oportunidad, pero no podemos seguir tentando a la suerte. Especialmente nosotros, con un país con gran capacidad de alimentar a millones en un mundo hambriento.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.