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La conjura de los necios

Aún hay micrófonos, cámaras, páginas, donde el periodismo se ejerce de las únicas maneras posibles, con amor y con la consigna heredada de los mejores, los que marcaron huella: no comprar el discurso del poder

07 de junio, 2020 - 13:08

Ignatius Reilly, el personaje que inventó John Kennedy Toole, pasaba sus días escribiendo y tratando de solucionar en su propia e incomprensible realidad los males que aquejaban al mundo, carente, según su extraviada lectura, de teología y geometría.

La conjura de los necios se llama la magistral novela, y como corresponde, el autor se suicidó antes de la publicación, ignorado por un mundo carente de teología y geometría, y también de empatía y valoración del talento.

La sociedad descripta sigue oronda en su ignorancia, y revela conjuras necias por donde uno mire. Sea el planeta, el país, el barrio, los necios se enseñorean, decidiendo por una vara que nunca tiene en cuenta criterios como justicia, bien común, generosidad.

Ir a contrapelo de los valores genera poder, riqueza, impunidad; permite decidir sobre vidas y bienes ajenos, sobre destinos y suertes cuya existencia poco importa.

La colección resultante sería demasiado numerosa para que alcancen museos, bibliotecas o predios para exhibirla. Así los necios ganan, engordan, se regodean llenando pantallas con sus clases magistrales de contradicción.

Si el tipo que ayer te decía que tal era una porquería y había hecho todo mal, y hoy te dice que es genial, y es carne de su carne, no hay duda posible. La conjura de los necios ganó.

Si hordas de escribas (o muñecos de pantalla y micrófono, lo mismo da) te explican el sentido genial de ese cambio, te retrucan en artículos, en redes, con sonrisita canchera y socarrona, el triunfo fue total y aplastante.

Tal vez lo cambien por míseras monedas o suculentos cheques, de acuerdo al orden que ocupen en el cartel del circo que los aloja, pero poco cambia su ruin estatus.

Hoy, 7 de junio, Día del Periodista, hay felizmente muchos que trabajan para desarmar esa conjura. Aún hay micrófonos, cámaras, páginas, donde el periodismo se ejerce de las únicas maneras posibles, con amor y con la consigna heredada de los mejores, los que marcaron huella: no comprar el discurso del poder.

Diseccionarlo, buscar las contradicciones, marcar los errores. Ponerse en pie para señalar lo que está mal.

A todos ellos los abrazo.