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La Argentina como refugio

A través de su historia, la Argentina ha recibido a inmigrantes provenientes de muchas latitudes y de cualquier condición, aunque ahora, con el horizonte complicado del Siglo XXI, es imprescindible contar con una diplomacia hábil, Fuerzas Armadas aptas y un desarrollo económico acorde a la situación

13 de octubre, 2023 - 08:41

En nuestro artículo anterior nos planteábamos las circunstancias dramáticas que rodean al flujo de las grandes migraciones en el Hemisferio Norte, particularmente en el caso de Europa con la avalancha de inmigrantes provenientes del Sahel y del Levante, y de los EE.UU. con los numerosos contingentes centroamericanos.

Nos preguntamos si situaciones similares se verifican en nuestro Hemisferio Sur, particularmente en nuestra región y en nuestra querida Argentina. Veamos.

La respuesta corta es que no, y que gracias a Dios y a los azares de la geografía, nuestra región sudamericana no está siendo traumatizada por problemas similares, aunque hay varias cuestiones que merecen destacarse para evitar problemas a futuro.

Para empezar, podemos afirmar que tema ocupó las primeras planas tras el furcio de nuestro presidente Alberto Fernández, durante su visita a España, cuando argumentó, citando mal a Octavio Paz, aunque -en realidadse refería a una canción del rockero Litto Nebbia y que entona que: “Los brasileños salen de la selva, los mexicanos vienen de los indios, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos”.

En realidad la frase del premio Nobel de Literatura es más precisa y reza que: “Los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos de los barcos”. Pero en definitiva ambas expresiones resaltan un hecho cierto y es que, cómo lo afirma el sociólogo brasileño Darcy Ribeiro, las poblaciones de la América del Sur reconocen diversos orígenes; a saber:

  1. Pueblos nuevos: aquellos que se han desarrollado como culturas originales basadas en una mezcla consistente de elementos coloniales e indígenas, como es el caso de Brasil, Chile, Colombia, Paraguay, Cuba y Venezuela.
  2. Pueblos testigos: aquellos donde la identidad nativa americana resulta dominante, como son los de Perú, Bolivia, México y Ecuador.
  3. Pueblos trasplantados: en los que la cultura colonial europea permanece dominante y subordina a ella a los otros componentes, como son los ejemplos de Argentina y de Uruguay.

Como bien sabemos, los argentinos, al momento de organizarnos constitucionalmente a mediados del siglo XIX, éramos un país escasamente poblado, incluso con menor población que otros países sudamericanos como Bolivia, Chile y Perú.

Pero mediante una enérgica política inmigratoria, pasamos de tener una población de solo 1,1 millones de habitantes en 1850 a una de 12 millones en 1930. Por ejemplo, hacia 1960 el país tenía ya un poco más de 20 millones, es decir que en 90 años había multiplicado su población inicial por diez.

Más específicamente, nuestra inmigración fue mayormente europea (particularmente de italianos y de españoles, en ese orden cuantitativo) y en menor medida con contingentes proveniente del Asia occidental, (incluyendo considerables cantidades de árabes y de judíos del Levante).

 

Un país “hóspito”

Como sabemos, la Constitución de 1853 fomentó, desde su Preámbulo, favorecer el ingreso al país a los “extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias, e introducir y enseñar las ciencias y las artes”.

Todo ello derivado del concepto establecido en Las Bases de Juan B. Alberdi de “gobernar es poblar”, que estaban destinadas a generar políticas tendientes a lograr un tejido social rural a los efectos de concretar la ocupación de los territorios pampeanos, patagónicos y chaqueños, que después de la denominada Conquista del Desierto estaban habitadas por diversas culturas indígenas de tipo nómade.

Posteriormente, la inmigración comenzó a provenir de nuestros países vecinos, tales como Uruguay, Chile, Brasil Bolivia y Paraguay. Una tendencia que continuó a lo largo de los siglos XIX, XX y XXI, pero que a partir de las décadas de 1980 y 1990, a estas corrientes migratorias que se mantuvieron, vieron sumarse a otras más exóticas venidas particularmente de Corea y de China, y también de Europa oriental.

Más recientemente, vemos que se ha producido el retorno de una parte de los migrantes argentinos y sus descendientes que habían emigrado a Europa y a los Estados Unidos. Además, siguen llegando inmigrantes provenientes de Bolivia, Paraguay y Perú, y ahora también hay corrientes migratorias de China, Colombia, Cuba, Venezuela, Senegal, Ecuador, República Dominicana y Haití.

En resumen, el censo de 2010 registró que al momento, Argentina contaba con casi 1.900.000 inmigrantes. Según un informe de la ONU de 2017, se estima que el país alberga a cerca de 2.200.000 extranjeros, la mayor cantidad de toda América Latina, y ubica a la Argentina en el puesto 28 del ranking mundial.

Pero no podemos negar que vivimos en un mundo convulso y volátil y que los numerosos conflictos que se están desarrollando en el Hemisferio Norte nos afectarán. Por ejemplo, sabemos que alrededor de unas 10 mil personas de origen ruso/ucraniano, especialmente parejas jóvenes, han elegido a la Argentina como su lugar de destino para dar a luz a sus hijos.

Otro ejemplo más reciente se está produciendo por estos días, tras el reinicio de las hostilidades en Tierra Santa, pues según informó nuestra Cancillería, 1.246 personas habían solicitado ser evacuadas desde Israel para volver a radicarse en la Argentina. Y más concretamente, un Hércules C-130 de nuestra Fuerza Aérea despegó desde El Palomar, en la provincia de Buenos Aires, rumbo a Israel, el que “dormirá” en Chipre, donde tenemos un contingente de fuerzas de paz argentinas, para luego iniciar el traslado de los argentinos a Roma con tres vuelos diarios aproximadamente para sacarlos a todos de la zona de conflicto.

Como vemos, la Argentina – por una multitud de factores– sigue siendo un país “hóspito”, es decir lo contrario de “inhóspito”, que recibe con los brazos abiertos a inmigrantes provenientes de muchas latitudes y de cualquier condición.

Pero como decían nuestras abuelas y como reza la recomendación evangélica, “la caridad bien entendida empieza por casa”. Por lo que para mantener los brazos abiertos es más que necesario –es imperioso– repetir lo que decimos siempre: es imprescindible contar con una diplomacia hábil, con Fuerzas Armadas aptas y con un desarrollo económico acorde a las exigencias que comienzan a asomarse sobre el horizonte en este complicado Siglo XXI.

 

El Doctor Emilio Luis Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.