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Antonio Gigli, un profesor inolvidable que desafió fronteras y epidemias

Italiano de nacimiento, llegó a la Argentina en su juventud y se convirtió en un personaje respetado en el ámbito educativo y por su lucha contra la fiebre amarilla y el cólera

19 de febrero, 2024 - 09:38

En la intrincada telaraña de la historia educativa mendocina, Antonio Gigli emerge como un personaje inmortal, cuyo legado ha resistido el embate del tiempo.

Su nombre, aunque no resuena con la misma fuerza que otros, encierra la historia de un hombre que, desde las cumbres de los Alpes italianos, trazó su camino hacia Mendoza, dejando un impacto trascendental en la educación de la provincia.

Nacido en la apacible Torino, Italia, en el caluroso verano de 1846, Gigli se embarcó en una travesía de conocimientos que lo llevaría a las costas de Buenos Aires a la temprana edad de 24 años.

Su llegada coincidió con el mandato del presidente Domingo Faustino Sarmiento, quien, en su afán de enriquecer la educación en Argentina, atrajo a destacados profesores europeos como Gigli.

Pronto, este joven educador demostró su valía colaborando con el influyente doctor Basilio Cittadini y liderando periódicos de renombre como La Nazíone Italiana y L'Eco d'Italia, Gigli se convirtió en un faro de conocimiento y reflexión en una época de efervescencia intelectual y cultural en Argentina.

La fiebre amarilla

La verdadera prueba de su carácter y dedicación llegaría con la epidemia de fiebre amarilla en 1871, que azotó a diversas ciudades latinoamericanas, incluyendo Buenos Aires.

Gigli, junto a médicos y otros profesionales, formó una comisión de ayuda que se sumergió de lleno en la lucha contra la enfermedad.

Su liderazgo durante esos oscuros días, marcados por la pérdida de vidas y la desesperación, le valió una medalla al mérito, pero también dejó cicatrices imborrables en su corazón.

Superada la tragedia, Gigli continuó su labor en la Capital Federal como periodista y educador, pero el destino tenía preparado otro capítulo para él.

Mendoza y el cólera

En 1875, el profesor italiano se aventuró hacia Mendoza, un territorio prometedor pero desconocido. En el Colegio Nacional de la provincia, se convirtió en profesor de Historia, dejando una impronta afectuosa en todos los alumnos que pasaron por sus aulas.

El Colegio Nacional Agustín Álvarez en aquel entonces

El cólera golpeó fuerte en 1886, y Gigli, fiel a su vocación de servicio, se unió a la Comisión de Salubridad local, enfrentando nuevamente la adversidad con coraje y determinación.

Su incansable contribución no se limitó solo a la educación, ya que ocupó roles directivos en escuelas y formó parte del Consejo de Educación.

Desde el Ateneo, plataforma cultural creada por Justo López de Gomara, Gigli pronunció discursos magistrales sobre pedagogía, la influencia del hogar y del libro en la formación del carácter, así como sobre la Casa de Saboya en Italia.

A pesar de sus raíces europeas, Gigli se integró de manera sorprendente a la vida intelectual mendocina, convirtiéndose en una figura querida y respetada.

En el verano de 1906, lejos de su Italia natal, Antonio Gigli cerró sus ojos para siempre y fue sepultado en el Cementerio de la Capital.

Hoy, el Colegio Nacional Agustín Álvarez, testigo privilegiado de sus enseñanzas, rinde homenaje a este hombre excepcional con una placa que perpetúa su memoria.

Aunque el tiempo pueda difuminar algunos detalles, la contribución de Antonio Gigli a la educación de Mendoza persiste como un faro de inspiración.

Su legado no solo se limita a las aulas, ya que se extiende a la esencia misma de una provincia que supo acoger a un educador apasionado, recordándonos que la educación, el servicio y la humanidad son las verdaderas joyas que trascienden generaciones.