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A propósito de la expedición libertadora del Perú

Dos siglos después de aquella gesta, vemos que los pueblos paridos por Bolívar y por San Martín han seguido más o menos la misma suerte, pendulando entre gobiernos autoritarios y populistas, pero siempre pobres

01 de noviembre, 2020 - 12:32

Para los argentinos en general, y para los mendocinos en particular, nos resulta familiar todo lo relacionado con el Cruce de los Andes a cargo del General San Martín para liberar a Chile del dominio español. Pero las campañas del Libertador no terminaron allí.

De hecho, es que una vez consolidada la independencia de Chile, San Martín, en cumplimiento de su famoso Plan Continental, debía liberar Lima, sede principal del poder español en la América del Sur. 

Probablemente el hecho de que San Martín fuera abandonado por Buenos Aires –quien le ordenara repasar la cordillera con su ejército para sofocar a los caudillos del Litoral–, o que esta nueva campaña fuera financiada, principalmente, por el nuevo gobierno de Chile, hayan colaborado con este poco conocimiento.

Pero la realidad es muy distinta, precisamente, en el Perú, donde nuestro Libertador es un héroe nacional indiscutido.

Especialmente muy recordado por estos días, ya que se encuentran próximos a cumplirse los 200 años de la declaración de su Independencia, cuando San Martín, luego de entrar en Lima tras la huida  del virrey La Serna al Cusco, convocó a una Junta de Notables en el cabildo limeño el 15 de julio de 1821 para proclamarla.

Al contrario de lo ocurrido con la campaña de la liberación de Chile, la del Perú no involucró batallas decisivas, pues fue una que se libró en el campo de las ideas y de la política.

Un campo en el que el Libertador también era un genio. Uno, aún mucho menos reconocido que el genio militar que supo ser.

Sun Tzu, el filósofo chino de la guerra del siglo VI a.C., tenía como máxima una que rezaba que: “Lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla”.

Y esto fue lo que logró, precisamente, San Martín con su Expedición Libertadora al Perú.

Para empezar, luego de su partida del puerto de Valparaíso, no desembarcó en El Callao, sino en el de Pisco, una pequeña localidad a 250 km al Sur de la capital peruana.

Allí bajaron sus tropas a las órdenes del coronel Álvarez de Arenales, quien se dirigió a la Sierra –que es como los peruanos denominan a su Cordillera de los Andes– para amenazar a los realistas sin atacarlos frontalmente.

Por su parte, el almirante escocés al servicio de Chile, Thomas Cochrane, le puso sitio por mar al puerto de El Callao, mientras que San Martín iniciaba una serie de maniobras no militares, sino políticas, destinadas a quebrar la voluntad de lucha de sus enemigos para obligarlos a sentarse a negociar.

La primera de estas “batallas” tuvo lugar con el virrey Joaquín de La Pezuela en lo que se denominó como la Conferencia de Miraflores, la que duró poco y en la que no se llegó a ningún acuerdo.

Viendo San Martín que los españoles no se convencerían fácilmente, decidió apretarlos en forma indirecta. Lo logró con las montoneras –una suerte de guerrilla- que operaban en el Norte a órdenes de patriotas peruanos, y con una intensa guerra de zapa, como él mismo la llamaba.

O con una guerra psicológica, como la llamaríamos nosotros, que dio sus frutos cuando el regimiento español Numancia se pasó completo a los patriotas.

Tal fue su efecto, que el Virrey fue depuesto por sus generales por el motín de Aznapuquio, que puso en su lugar al General de la Serna, una persona más afecta al diálogo con los patriotas.

Efectivamente, los líderes de ambos bandos se volvieron a reunir en la Conferencia de Punchauca, y las exigencias de San Martín fueron las siguientes:

  1. El reconocimiento inmediato de las independencias de las Provincias Unidas del Río de la Plata, de Chile y del Perú por parte de la Corona española.
  2. El establecimiento de una monarquía constitucional encabezada por un príncipe borbón.
  3. La conformación de una junta de regencia tripartita.

 

De la Serna dijo estar de acuerdo, pero que debía esperar instrucciones de Madrid para poder aceptar.

Oliendo la jugada dilatoria, San Martín, decidió avanzar sobre Lima, ante lo cual de la Serna no tuvo más remedio que retirarse. 

Para ello, el Libertador ya se había movido por mar hacia Ancón, una localidad a 70 km al Norte de Lima, en donde se había vuelto a reunir con las fuerzas de Arenales que había combatido en la Sierra y volcado esa región para la causa de la Independencia.

Finalmente, el sábado 28 de julio de 1821, en una ceremonia pública muy solemne, San Martín proclamó la Independencia del Perú. Primero lo hizo en la Plaza Mayor de Lima, donde, según testigos de la época, presenciaron la ceremonia unas 16.000 personas. 

Después hizo lo mismo en la plaza de La Merced, luego en la Santa Ana, frente al Convento de los Descalzos, y finalmente en la plaza de la Inquisición.

Pero la historia de la Independencia del Perú no terminaría allí, ya que San Martín, abandonado por Buenos Aires y  sin fondos para pagarles la soldada a su ejército y a su escuadra, se vio obligado a pedirle apoyo a Simón Bolívar, el Libertador de Colombia, un capítulo que da para otra historia. 

Pero concentrémonos en las exigencias de San Martín al poder español en América, que bien pueden darnos lecciones para nuestro presente. Queda claro que las ideas del Libertador eran republicanas, pero no liberales como las de Bolívar.

Como buen pensador tradicional que era, despreciaba toda manifestación populista del poder.

Ya en su juventud había visto y sufrido la actuación de las masas descontroladas en Cádiz, y en ese sentido siempre apostó a la fortaleza de las instituciones.

Y como hombre de su época veía en la institución de una monarquía constitucional –vale decir, en la de un ejecutivo fuerte contenido por un parlamento– como la mejor manera de mandar a esos pueblos tan afectos a la anarquía y al individualismo.

Como sabemos, Bolívar tenía otras ideas en mente y se negó a apoyar a San Martín. Y su proyecto de república liberal sería el modelo que seguiría toda la América del Sur.

Al final de sus días, años más tarde, él mismo se arrepentiría de su derrotero, al expresar en amargas palabras: “Hemos arado sobre el agua”.

Dos siglos después, vemos que los pueblos paridos por Bolívar y por San Martín, han seguido, más o menos, la misma suerte, pendulando entre gobiernos autoritarios y populistas, pero siempre pobres.

Tal vez, otra hubiera sido su suerte si hubiéramos seguido el modelo sanmartiniano, ya que si tuvo razón en tantas cosas, por qué no pudo haberla tenido también en ésta.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.