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Concordia vs. discordia

11 de junio, 2018 - 21:24

Hace muchos siglos atrás, concretamente, hace unos 1.700 años, Manes, un filósofo persa, sostuvo que en el seno del Universo había una eterna lucha entre dos principios opuestos e
irreductibles, el del Bien y el del Mal y que ambos estaban predestinados a una lucha a muerte. Y que, en consecuencia, se debía asociar al espíritu del hombre con Dios y a su
cuerpo con el demonio.

Con el tiempo las enseñanzas de este señor pasaron a integrar el núcleo de un conjunto de mitos antropogónicos que tuvieron una gran influencia en las creencias gnósticas y zoroastrismo.

Hoy, con el nombre de maniqueísmo se designa a aquellas creencias religiosas, filosóficas y políticas que sostienen principios basados en un dualismo absoluto similares a los
planteados por el persa.

Este parecería ser el caso de la política argentina desde sus inicios. Cuando se debía ser morenista o saavedrista en ocasión de la Revolución de Mayo, federal o unitario durante
los años de la organización nacional o crudo o cocido en oportunidad de la federalización de la provincia de Buenos Aires.

En la actualidad los nombres han cambiado, pero no así la actitud. Pues, hoy, parece solo ser que solo se puede aspirar a ser peronista o antiperonista, defensor del gobierno anterior
o del actual, estatista o libremercadista.

Es en este altar de un simplismo absoluto, los que así piensan inmolan amistades, familiares y a cualquiera que ose cruzarse en su camino.

Creemos que ha llegado el momento de superar estas antinomias que tanto daño le han hecho a la concordia nacional que la base de toda convivencia política civilizada. Pues,
creemos que sería mejor dividirnos en categorías más funcionales y transversales. Como, por ejemplo, la de honestos y deshonestos, serios y chantas, coherentes y simuladores,
etcétera.

No proceder de esta manera es negar la posibilidad misma de toda acción política, pues ella exige de la vigencia de una mínima concordia -vale decir de la relación armoniosa entre las
personas- para poder funcionar.

Últimamente, los argentinos vemos cómo la discordia -que es lo contrario- a la concordia se ha profundizado entre nosotros. Una clara receta para el desastre.

Por lo tanto, pensemos como pensemos, estemos parados donde estemos parados, vengamos de arriba o de abajo. Privilegiemos la concordia, que todo lo demás se nos dará, a los argentinos, por añadidura.