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'La Cantina', por Rubén Lloveras

“Este se llamaba Medardo Sosa, hizo 270 goles”. Es la voz del abuelo Juan, en la mirada nostálgica de Rubén Lloveras

24 de enero, 2019 - 10:04

La cantina del Club Unión, tal vez sea una de las pocas que queda en su estilo.

Techo de rollizos de álamo, caña barnizada y barro con una pronunciada pendiente hacia la cancha embaldosada de básquet.

Cada rollizo está pintado con los colores de la camiseta del equipo, uno rojo, otro verde y otro blanco, así hasta el final, colores que fueron elegidos por los fundadores en clara alusión a la bandera de Italia, por eso a los hinchas del Club Unión les dicen tanos.

Esos alegres colores le dan un tinte distinto.

Es un gran salón de unos 10 metros de ancho por unos 25 de largo que se ubicada de este a oeste.

La entrada esta por el norte e inmediatamente a la izquierda se encuentran las heladeras de vitrina, donde se lucen los porrones de cervezas, vino, soda y gaseosa, sumados a las especialidades de la casa; pollo en escabeche, cebollitas, aceitunas, patitas de chancho aliñadas y el infaltable matambre arrollado.

Al fondo se divisa algún que otro jamón casero colgado de un gancho que sale del techo.

Mesitas redondas para cuatro personas que entran 8, las sillas son de asiento redondo con madera terciada y en el centro de la mesa el infaltable cenicero de aluminio con la propaganda del vermouth.

Si se pide un vino de la casa lo sirven en el mítico pingüino y si lo acompaña con aceitunas el pescadito para echar los carozos también aparece. 

El piso de reluciente y casi espejada baldosa roja, obliga a que toda persona que ingresa limpie la suela de los zapatos en una alfombra que existe en la entrada.

La pared sur está plagada de fotos y pergaminos enmarcados, que cuentan en imágenes la historia del club, que se mezclan con las fotos de grandes deportistas mendocinos.

La infaltable mesa de ping pon, el metegol, el billar y la rockola que alguna vez funcionó, se confunden con el paisaje de mesas y sillas. 

Jorge es el concesionario y atiende la cantina desde hace 60 años, su padre Aníbal socio fundador del club trabajó la cantina desde su inauguración allá por el ‘46. 

Es fanático de la Lepra pero en especial es más fanático de los años dorados del fútbol de Mendoza.

Es vísperas de Nochebuena y un gigante arbolito de navidad prolijamente adornado engalana el centro del salón, con viejas luces que encienden y apagan y guirnaldas de todos colores que caen hacia el piso.

Por las amplias ventanas, ingresa el ruido del chapoteo del agua, los socios del club se divierten bañándose en la pileta refrescándose de la sofocante tarde.

Hace ingreso Pedro quien es el presidente y conoce a Jorge desde siempre, su padre Hugo también fue socio fundador del club y presidente en varios períodos.

Se saludan con un fuerte apretón de manos y conversan sobre la linda noche que les espera, Pedro comenta que tuvieron que contratar más tablones y sillas y para el festejo navideño, se esperan unas 1000 personas, que colmaran las instalaciones.

Jorge comenta que alquiló seis freezer para reforzar las heladeras y que todo está en forma impecable esperando la noche, pero donde más esperanzas tienen, es al día siguiente ya que el 25 de seguir lindo, muchos llegarán a pasar la navidad en la pileta.

Su conversación es interrumpida por un tenue ruido, una persona acaba de ingresar a la cantina y se dirige hacia la mesa del rincón más oscuro.

Arrastra los pies ayudado por un bastón, es José un anciano con muchas dificultades para caminar, lleva en su cuerpo mal trecho las cicatrices que le dejó la vida, muestra cruel de cuando vivir se transforma en una lucha.

Se sienta, levanta la mano derecha en señal de pedir algo, Jorge saca de la heladera un transpirado porrón de cerveza, lo destapa, limpia un vaso y lo lleva.

Jorge regresa al mostrador y sigue conversando animadamente con Pedro.

José, es uno de esos personajes que todo club tiene con pasado desconocido, se calcula que debe rondar los 90 años y vive desde la fundación del club en una piecita ubicada atrás de la cantina. Tiene un aspecto de abandono, sucio y mal oliente.

Nunca se le conoció familiar alguno, habla muy poco y no se puede precisar cómo llegó al club Unión, lo que sí sabe Jorge es que debe alimentarlo y cuidarlo como lo hizo siempre su padre.

La mirada de José está perdida, mira fijamente como las luces del árbol navideño, mientras bebe en pequeños sorbos la cerveza que dificultosamente pasa por su garganta.

Dos niños ingresan a la cantina, solicitan helados que pagan con monedas y se sientan en una mesa cerca de la pared donde están cuadros.

Mientras comen gustosos la golosina que acaban de comprar, el más chico señala uno de los cuadros, se ríe y comenta:  “Fijate como está vestido….” largando una carcajada, momento en que sorpresivamente, el anciano con mucha dificultad se levanta para dirigirse a los niños, quienes se asustan e intentan levantarse de las sillas.

José les dice que no se asusten y con voz suave les pregunta: ¿Saben quién era esa persona?

Los niños responden que no, entonces les dice “Se llamaba Domingo Rafael Godoy, jugador de Godoy Cruz Antonio Tomba, quien en todo el tiempo que jugó en canchas de Mendoza marcó 246 goles”. 

Uno de los niños asombrado exclama “…más goles que el Tecla Farías”, José asiente con la cabeza y dice:  “... Sí, más goles que el Tecla Farías...” 

Entonces el viejo señala con su bastón otro cuadro y les comenta a los niños “Este se llamaba Medardo Sosa, hizo 270 goles y era un goleador de raza, donde le caía la pelota la mandaba al fondo de la red....”.
Otro de los niños exclama: “GUAU... 270 goles, más que Palermo…”. José asiente con la cabeza y dice: “Sí, más que Palermo”.

Los niños ya en confianza siguen preguntando y preguntando y el anciano responde como un libro abierto, comenta anécdotas sobre la inauguración de la cancha de Independiente en 1925 y les muestra un cuadro con una foto aérea donde se observa el “velódromo azul”, mientras los niños siguen con atención los relatos de aquella Mendoza olvidada.

El anciano habla de Bruno Rodolfi, los hermanos González, J.J. Médicce, Benegas, comenta sobre los equipos de Independiente Rivadavia de los ’50, que le decían los Húngaros, que de la mano de Tito Romieux y el mariposa Ortiz, la gente se divertía y llenaba las tribunas a pesar que no ganaron campeonato alguno.

Los recuerdos también son para el Godoy Cruz que de 10 campeonatos jugados ganó 5.

Por su memoria pasan Huracán Las Heras, el Talleres invicto del ’46 con Flamant, Pérez y Leoncio López o el del ‘55 y ‘56 con Moreno al arco, el Maipú de Mumo Orsi, Gutiérrez, Murialdo, el Boca de Nery Soto, el gol de arco a arco de Raúl González.

Habla del Cóndor de América y los Cruces de Los Andes, del Negro Eusebio Guiñez, Juan Ribosqui, el árbitro Ítalo Pivetta, el Gimnasia del Víctor y el Documento Ibáñez, de Nicolino y más. 

De pronto los relatos son interrumpidos por el padre de los niños que los viene a buscar. Los purretes agradecen a José, le dan la mano y le dicen: “Feliz Navidad, abuelito José...”.

El anciano, con mucha dificultad regresa a su mesa ubicada en el rincón más oscuro de la cantina prosiguiendo con el rito de beber dificultosamente la cerveza.

Mientras, Pedro y Jorge aún sorprendidos por los relatos del viejo, se despiden y se desean una feliz navidad.

Ambos regresan a sus tareas, mientras José sigue sentado con la mirada perdida en el árbol de navidad. Las luces encienden y apagan, una cálida brisa ingresa por las ventanas moviendo la gran estrella plateada que condecora de la copa del árbol, y como un milagro, ilumina el rincón donde está sentado José, el reflejo le da en la cara, su rostro se ilumina, José sonríe y murmura: “Ojalá, sea una feliz navidad..”.

 

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