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Hay picadito en la calle

“Era solo el saber a qué hora saldríamos a jugar mañana, era nuestro plan”

30 de abril, 2019 - 10:05

El batidito en soledad, ya está listo. Lo sorbeteo para medir la gravedad de la futura quemada, jajajaja.

Huele a café y a otro sábado en soledad. 

Miro un videíto de mi niño menor jugando a la pelota en la calle. Caída ya la noche y ellos pateando y siendo Messi, Cristiano, Armani, Mbappé... 

Por ahí sonó un ¡Courtois!, la mentira (otra más) inglesa de Kane, el pregón de un ¡Neymar!.. festejaban a los gritos cada gol entre los arcos de ladrillo y reían felices, sucios de tierra, con los mocos colgando algunos y un frío general y áspero pero solo para los que mirábamos. Ellos y sus mágicas risas tenían todo el calor que se necesita para ser un niño feliz pateando la pelota, discutiendo si el balón pasó la línea que todos observan, pero nadie ve.

“¡¡¡Auto !!!", “Che, paren que viene una moto!!!. Los gritos de alerta en pleno mundial mosaiquero del barrio...

Y así, con esos trucos que tiene la memoria, con esas puñaladas de nostalgia que el alma nos regala de tanto en vez, me acordé de Thomas N'Kono, un tal Boniek, el Matador Kempes, nuestro gran capitán Daniel Passarella, Teo Cubillas, Rensenbrink, Zico, Krankl, el todopensante Pitón Ardiles, un casi émulo de Lev Yashin llamado Rinat Dasaev, el Doctor Sócrates, y un enano al que le decían simplemente El Diego...

Todos detrás de la redonda que se divertía en la Pascual Segura (así sin el Pedro) allá por el ‘82, donde estaban unos chiquilines como el Antonio, el Rinal (el facha del barrio), el Chito, el Negro Peña, el hoy senador provincial Gustavo Arenas, el Gustavito, el Negro Barrera, el Ariel de la mercería, el mas chico de los Andreoli, el Negro (y van...) Contreras, alguno que me olvido y pido perdón...

Ah... y también estaba yo desparramando talento (mataba a patadas y dejaba en el piso a los que jugaban bien, jajajaja) sobre la tierra de esa calle tan linda, nuestra y tan profundamente guardada en el medio del corazón. Tan grande a esa feliz edad y poblada por nuestras bicis y las escondidas, por los penales que hacían estallar el portón de Don ¿Moreno? Creo así se llamaba, aunque no me acuerdo de su apellido...

Todos los picaditos a las órdenes de Don Roque. Ese mismo tipo que nos enseñó que a la pelota había que tratarla bien, como a una dama. Quererla y llevarla hasta el arco contrario y que pase la línea y salir a festejar. El mismo tipo que ya se nos fue hace varios años. El que armaba los partidos con los del Barón, los rivales de la otra cuadra y donde jugaba un gran violero mendocino como el Kike Barón, era el clásico de nuestra comarca. 

Qué tardes las de esos pibitos, qué lejos nos quedaba en nuestra conciencia social; la masacre de Malvinas, el genocidio del Proceso, para nosotros todo era:  “Doña, ¿va a salir a jugar el Antonio..?”

Vagar riéndonos de nuestra vidita con el resto de los cumpitas del barrio y quedarnos en la esquina de la Pascual Segura y Álvarez Condarco, charlando, contando chistes, alguna que otra historia de miedo, las proezas de conquistas femeninas que jamás fueron ciertas, y la risa, la despreocupación de todo, la mugre de las piernas y la tortura que significaba llegar a la casa y que nos mandaran a bañar. Era solo el saber a qué hora saldríamos a jugar mañana, era nuestro gran plan. De allí nació la hermandad que tengo con el Antonio, mi amigo del alma (como nos bautizó doña Marta, la mamá del Chito Díaz). Nació el sentido de pertenencia, el: “¡¡¡vamos a probarnos a Argentino!!!" para quedar fichados en el club. 

Y ahora vuelvo a vernos en estos pibitos que juegan con mi niño y pienso en cuánto amor tengo por esta vida que me tocó, sí... a pesar de todo y de todos y de mí, y de cómo carajo hicimos para crecer sin saber cómo vivir. 

Y sigo viendo la filmación desde mi teléfono de última generación y ahí vuelvo. En aquellos días solo existía el teléfono fijo, y el que lo tenía era el ‘pudiente’ del vecindario... y se me caen un par de lágrimas, calentitas y sentidas, y quiero seguir escribiendo el devenir, pero no, porque ya eso es otra historia. Y la puta madre se me enfrió el café batido, ni las lágrimas que cayeron adentro lo van a entibiar...