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Mario Hernán Panza Videla o la eficacia de la inutilidad

26 de marzo, 2019 - 17:15

“Podemos perdonar a un hombre el haber hecho una cosa útil en tanto que no la admire. La única disculpa de haber hecho una cosa inútil es admirarla intensamente. Todo arte es completamente inútil", Oscar Wilde

Mario Hernán Panza Videla no parece mendocino. Simple. Porque llegó a lo más alto haciendo exactamente al revés del mendocino medio: disfrutando.

Es decir, nunca se tomó en serio. No vociferó planes. No alardeó ambiciones. No se subió a ninguna tarima para discursear. Para bajar evangelios. Para proferir fórmulas. Para medir posibles ganancias. No se juntó con los que le ‘garantizarían el éxito’.

No.

Mario Hernán Panza Videla se dedicó a jugar. A poner en práctica lo que Dios le regaló. Guantes en el pie. Y poesía en la cabeza. Un papá que ofició de maestro. Y ojos en la nuca. Pelota al piso. Y fe en el embuste.
En mirar para un lado y poner la pelota en el otro.

Así de simple.

Amague. Distracción. Dormir cuando todos tiran cohetes. Y cohetear cuando todos duermen. Ir cuando todos vuelven. Y partir, cuando todos buscan la cama.

Inutilidad que se vuelve eficiencia. A la inversa del mendocino estándar. Menos eficacia. Menos estadísticas. 

Y aun así, llegar primero. Pisar el podio antes que todos. Tomar mate cuando todavía la monada está yugando. Piletear en invierno. Y ponerse el poncho para Navidad.

Mario Hernán Panza Videla, siempre antes. Mario Hernán Panza Videla, pregunta que cae siempre después de la respuesta.

Mario Hernán Panza Videla, antojo de Villa del Parque. Suspiro de Angelito Labruna. Sonrojo del Colchón Herrera. Esperanza del Negro Zolorza.

Mario Hernán Panza Videla, silbo gimnasista.

Cumbre para Michel Platini.

Mario Hernán Panza Videla, siempre pelota al piso y siempre arte, en todos los pases.