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Héroes olvidados: valientes voluntarios que partieron de Mendoza para luchar en la Primera Guerra Mundial

Varios británicos residentes y un descendiente nacido en nuestra provincia, sintieron el llamado de la sangre y participaron en la contienda que conmovió al mundo

06 de noviembre, 2023 - 09:22

Todos los 11 de noviembre, desde hace más de 100 años, se conmemora en todo el mundo el fin de la guerra más sangrienta del siglo pasado. En ese día de 1918, los bandos beligerantes, conformados por Alemania y Austria, se enfrentaron a Francia, Gran Bretaña e Italia, firmando finalmente el armisticio de paz después de cuatro años de cruentas batallas.

Sin embargo, muchos desconocen que más de 30 residentes en nuestra provincia o hijos de británicos se alistaron voluntariamente en esa conflagración que estaba por comenzar.

Nombres como Duhalde Trery, Collins, Feeth, Pearson, Reynolds, Mason, Uigneaud, Macrae, Cotton, Taylor, Ross, Mayne, West, Taylor, Hughes, Barton, Eastterbook, Martin, Currie, Thomas, Jeans, Chitham, Perren, Wood, Parry, Nelson, Jackson, Russell y Leahy quedaron ocultos en las páginas de la historia mientras defendían a su nación. desde

Palmira a Francia

Se llamaba Percy Edward Leahy y era un irlandés que residió durante varios años en Palmira, departamento San Martín, en Mendoza. Su lugar de trabajo, al igual que muchos británicos, era el ferrocarril.

En el pintoresco año de 1883, en la encantadora ciudad de Tralee, ubicada en medio de los exuberantes paisajes del condado de Kerry, Irlanda, nació un alma extraordinaria llamada Percy Edward Leahy. Su linaje llevaba los nombres de Charles E. e Isabel Leahy, dos almas devotas que residían en 24 Flander's Mansions, Bedford Park, Chiswick, Londres, un lugar donde los sueños y los destinos convergían.

Percy, un hombre de ingenio y determinación, emprendió un viaje que lo llevaría a las lejanas tierras de Mendoza, donde durante los años 1907 a 1914, ejerció la profesión de ingeniero en la localidad de Palmira.

Reclutamiento de voluntarios alistados para incorporarse a los regimientos del Reino Unido

Sin embargo, el tapiz de su vida estaba destinado a ser tejido con hilos diversos, ya que sintió el llamado de regresar al abrazo del Reino Unido. Allí, con un espíritu valiente y un corazón lleno de patriotismo, se unió a las filas del ejército británico jurando lealtad, primero al distinguido Regimiento de York y luego al valiente Regimiento de Lancaster.

En una época en la que el mundo estaba atrapado en medio de la Gran Guerra. Percy atravesó los campos de batalla de Gallipoli y las antiguas arenas de Egipto, fijando su nombre en la historia con cada paso. Su viaje lo llevó al Frente Oriental, donde el choque de imperios resonó en el tiempo. Cargó con la responsabilidad de conducir a sus camaradas al corazón de la tormenta, donde la valentía era la única moneda de cambio.

El 17 de julio de 1918, en un día fatídico, la mano del destino se expandió y guio a Percy Edward Leahy a los anales del heroísmo. En medio del estruendo de la guerra, dirigió sin miedo a sus hombres en un audaz asalto a las trincheras alemanas, un momento que quedó grabado eternamente en las arenas del tiempo donde el valor y el sacrificio danzaron al unísono.

Cuando los ecos de la batalla se apaciguaron, Percy encontró su eterno descanso en los terrenos sagrados de una tierra lejana, durmiendo plácidamente en el abrazo del cementerio comunal de Mazingarbe, en la histórica región de Pas-de-Calais, Francia.

Allí, bajo la mirada benevolente de los cielos, el alma de un héroe encontró su santuario, un testimonio del espíritu indomable de Percy Edward Leahy.

Un australiano de San Carlos

Otro de los voluntarios que partió a la guerra fue Cecil Stuart Russell, nacido en 1889 en Brisbane, Australia, descendiente de Henry Stuart Russell, un hombre de historias y viajes, y de Rae Stuart Benjamín, cuyas raíces se extendían desde Melbourne hasta las encantadoras costas de Río de Janeiro.

Su viaje los llevó al vibrante corazón de Argentina, una tierra de sueños y destinos, un lugar que entonces era uno de los más importantes del mundo. Como ingeniero, se radicó en San Carlos, adoptando las costumbres mendocinas.

El 11 de diciembre de 1914, el joven Cecil se embarcó en un viaje que trascendería las fronteras de las naciones. Su barco, el Araguaya, lo alejó de las costas de Argentina hacia horizontes desconocidos en busca de aventuras en un mundo destrozado por la tempestad de la guerra. La confrontación exigió el coraje de Russell, quien se aventuró en los campos de batalla del Somme.

Fue en estos terrenos donde se entrelazó con las fuerzas del destino, donde el valor y el sacrificio bailaron su vals eterno. En el crisol de la guerra, la vida de Cecil quedó truncada en la flor de la juventud, y su espíritu se extinguió en medio del caos de la batalla.

El teniente coronel Percy E. Leahy, quien residió varios años en Palmira

Sin embargo, su legado perduró, dejando un rastro de recuerdos y un testimonio del indomable espíritu humano. A raíz de la furia implacable de la guerra, el valor de Russell no fue olvidado. Su afligida madre encontró consuelo al conmemorar el sacrificio de su hijo, y en un gesto de profundo amor y recuerdo, en 1927 donó las fotografías de su hijo al Museo Imperial de la Guerra.

En esas fotografías –momentos congelados de una vida joven– se encuentra un testimonio silencioso de la capacidad humana de sacrificio. La historia de Cecil Stuart Russell se convirtió en un símbolo de valentía y un recordatorio del espíritu perdurable de aquellos que viajaron hacia lo desconocido, dejando una marca imborrable en las páginas de la historia.

Mendocino de pura cepa

John P. Ross, un joven descendiente de británicos nacido en Mendoza, fue criado en medio de dos culturas. A los 18 años comenzó a trabajar como cajero en el Banco de Londres, ubicado en la concurrida esquina de San Martín y Las Heras.

Era un joven alto, delgado, con cabellos rubios y ojos azules que parecían reflejar el cielo. La gente lo recordaba como un chico tranquilo, de carácter reservado, pero de una gentileza inigualable. Como muchos de los residentes británicos en la provincia, solían frecuentar el Club Unión, donde compartían momentos de camaradería.

Sin embargo, un día, como cualquier otro, llegó al banco y se topó con una noticia que sacudió su mundo. Las llamas de la guerra habían estallado, y con ellas, el deber hacia la patria de sus padres, Gran Bretaña.

El 8 de noviembre partió de la estación ferroviaria de Mendoza rumbo a Buenos Aires. En esa ciudad se dirigió directamente a las oficinas de reclutamiento en la Embajada del Reino Unido, donde se alistó como soldado voluntario y, pocos días después, se embarcó hacia Gran Bretaña.

El invierno de 1915 se hacía sentir cuando finalmente llegó al puerto de Londres, donde fue destinado de inmediato a Irlanda. Allí comenzó su ardua instrucción militar como recluta, una dura prueba que se prolongó durante tres largos meses.

Una vez completada, se unió al Regimiento de West Yorkshire y, sin pausa, fue movilizado hacia el frente de combate en Francia. París, recibió a Ross y su regimiento, pero en poco tiempo partieron hacia los campos de batalla, rebosantes de un optimismo que la guerra se encargaría de erosionar con el tiempo.

En las trincheras, el joven mendocino y sus compañeros se enfrentaron al horror de la guerra: metralla, balas de ametralladoras, estallidos de proyectiles y gases venenosos. Día tras día, los ejércitos aliados y austrohúngaros se batían, avanzando y retrocediendo en un eterno baile de sangre y fuego.

Julio de 1916 llegó con lluvias en las trincheras, donde Ross luchaba enlodado, con sus ropas empapadas y el barro alcanzando su cuello. Allí, en medio del fango y el peligro constante, recordaba su amada provincia natal, Mendoza.

Para él, cada día era un regalo incierto, pues la muerte podía acechar en cualquier momento. La ofensiva del Somme se desató y Ross estuvo en la primera línea. En un ataque a la trinchera enemiga, una bala lo hirió gravemente, dejándolo al borde de la muerte.

Tras meses de recuperación, regresó al frente, pero esta fue la última noticia que llegó de aquel valiente mendocino, quien nunca pudo regresar a su tierra natal. Su destino quedó entrelazado con la historia de aquellos tiempos oscuros, en los que jóvenes como él enfrentaron el infierno de la Primera Guerra Mundial.