|21/06/21 08:16 AM

El postergado homenaje de los argentinos a Manuel Belgrano

Recién en 1821, un año después de su muerte, el creador de la Bandera recibió los merecidos honores del gobierno y del pueblo por su lucha por una Patria grande y unida

21 de junio, 2021 - 08:40

El 20 de junio de 1820 fallecía en la ciudad de Buenos Aires Manuel Belgrano, uno de los mayores patriotas que tuvo la historia argentina.

Pero muy poco se sabe acerca de que el creador de la bandera nacional, vencedor de varias batallas, abogado, periodista y economista, no tuvo su merecido reconocimiento el día que falleció.

Recién en julio de 1821 la Junta de Representantes de Buenos Aires ordenó recordar la memoria del general Belgrano con una serie de actos.

 

De aquí a la eternidad

Era una fría mañana del martes 20 de junio de 1820, cuando en una de las habitaciones de la vieja casa de la calle Pirán (hoy avenida Belgrano 440) de la Ciudad de Buenos Aires, el general Manuel Belgrano, rodeado de algunos familiares y amigos, murió cuando el reloj marcaba la hora siete en punto. Al expirar, lo hizo exclamando "¡Ay, Patria mía...!".

Minutos después, yacía el cuerpo inerte de aquel hombre que había sacrificado su vida por su adorada patria quedando en la extrema pobreza y en un total anonimato.

Al mediodía, sus despojos mortales fueron trasladados a una habitación del templo de Santo Domingo, donde los médicos Joseph Redhead y John Sullivan le practicaron la correspondiente autopsia y después el cadáver fue embalsamado.

El destacado militar fue sepultado en un sector de ese templo sin ningún tipo de pompa ni honores militares.

Una losa de mármol blanco, parte de la cubierta de una cómoda que había pertenecido a su madre, cubrió la sepultura con una simple leyenda: "Aquí yace el general Belgrano".

Algunos pocos se enteraron de su fallecimiento, pero nadie le dio mucha importancia debido a los dramáticos momentos que se vivían en las entonces Provincias Unidas del Sud.

 

 

Hechos que perjudicaron a Belgrano

Una gran crisis política y militar había envuelto desde 1819 a las entonces Provincias Unidas del Sud, ya que varias provincias estaban disconformes con el gobierno del director Supremo Juan Martín de Pueyrredón.

El descontento se produjo cuando el 22 de abril de ese año, el Soberano Congreso Constituyente había promulgado la primera Constitución, totalmente centralista y unitaria, que el día 25 de mayo fue jurada por la mayoría de las provincias, con excepción de Entre Ríos, Santa Fe, la Banda Oriental y Corrientes, que se sublevaron.

La situación se profundizó en junio de ese año, al renunciar Pueyrredón y asumir el general José Rondeau como nuevo director Supremo.

El malestar permaneció y el 1 de febrero de 1820 se produjo un enfrentamiento entre las tropas federales y las de Rondeau, que fueron vencidas en la batalla de Cepeda. El gobierno de Buenos Aires quedó acéfalo y el brigadier Miguel Estanislao Soler se proclamó gobernador y disolvió el Congreso General Constituyente creado en 1816. Posteriormente, el general Miguel E. Soler renunció, y en medio de estos acontecimientos se concretó entre los federales y el gobierno porteño el Tratado del Pilar.

Fueron tan vertiginosos los sucesos, que en poco tiempo hubo varios gobernadores.

En la ciudad de Buenos Aires, el Cabildo, como institución gubernamental, fue sustituido en marzo de 1820 por la llamada Junta de Representantes, y Manuel de Sarratea fue el primer gobernador, pero duró muy poco y fue depuesto.

Luego pasaron mandatarios como Ildefonso Ramos Mejía y el brigadier Soler, quienes ocuparon muy poco tiempo el puesto y renunciaron.

Con un gobierno acéfalo, la Junta de Representantes de Buenos Aires nombró el 26 de setiembre de ese año, como nuevo gobernador al coronel Martín Rodríguez.

Rodríguez, fue uno de los que mantuvo el poder por aquel tiempo, apoyado por los hacendados, un grupo de importantes militares y gran parte de la alta sociedad porteña.

Esta elección generó una parcial calma en la mayor parte del territorio de las entonces Provincias Unidas, lo que hizo que un año después algunos amigos del general Belgrano hicieran justicia con el prócer al poderle rendir los honores fúnebres como correspondía.

 

 

Al fin se hizo justicia

Los miembros de la Junta de Representantes votaron a favor para que el 29 de julio de 1821 se realizaran los honores fúnebres al general Manuel Belgrano, quien había sido jefe del Ejército del Alto Perú. Entre otras acciones, la Junta se encargaría de sufragar los costos de una gran ceremonia en homenaje al patriota.

El acto fue organizado por el gobierno y acudieron autoridades civiles y militares, además de una gran cantidad de público que se dio cita desde muy temprano en la Plaza de Mayo.

A las 9 de la mañana, el féretro del general Belgrano –quien había sido exhumado- se encontraba en su casa natal.

Minutos después la caja mortuoria fue trasladada por un grupo de militares de alta graduación, entre los que se encontraban brigadieres y coroneles, seguido por autoridades civiles y eclesiásticas. En cada una de las calles, adornadas con banderas y elementos fúnebres igual que los templos, el cortejo fúnebre se estacionaba para escuchar las prosas de un representante.

Más de un millar de soldados de las milicias y de línea formaban una hilera por la calle principal en la que pasaba el acompañamiento fúnebre, mientras que en el fuerte de la ciudad se ejecutaba una salva de artillería cada media hora y en los templos de la ciudad se hacía sonar sus campanas en honor al vencedor en Salta y Tucumán.

Tres horas tardó la procesión para llegar a la Catedral Metropolitana – decorada con velas, banderas y simbólicos fusiles con crespones negros–, en la que se oficiaría una misa en su memoria.

En la ceremonia se oía música fúnebre y la homilía, con el título de ‘Elogio fúnebre del benemérito ciudadano D. Manuel Belgrano’, estuvo a cargo del presbítero José Valentín Gómez y luego fue publicada por la Imprenta de los Niños Expósitos ese mismo año.

Finalizado el sermón, la ceremonia religiosa se dio por concluida a las dos de la tarde, ante una gran multitud que ocupaba varias cuadras rodeando el edificio.

Posteriormente, el cortejo marcial que llevaba los restos de Belgrano marchó hacia el templo de Santo Domingo, pero fue obstaculizado por la gente que quería rendirle su propio homenaje al creador de la bandera, por lo que la caravana marchaba lentamente mientras los músicos ejecutaban marchas fúnebres.

Al llegar al templo dominico, el cadáver de Belgrano fue sepultado con la mayor pompa y en una emotiva ceremonia que concluyó recién a las 16.

Así se saldó una deuda pendiente por parte del gobierno y de toda la sociedad con aquel hombre que había luchado por una patria grande y unida.