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El hechizo inmortal que Josephine Baker provocó en el corazón de los varones mendocinos

En 1929 la ‘Venus Negra’ revolucionó durante unos días la vida de sus admiradores cuando se alojó en un hotel céntrico, haciendo realidad el sueño de quienes ya la conocían por sus fotos atrevidas

13 de noviembre, 2023 - 09:34

En los albores de 1929, cuando el aroma de la esperanza y la incertidumbre flotaba en el aire, Mendoza se vio envuelta en la llegada de un ícono, una diva que trascendería los límites del tiempo: Josephine Baker, en aquellos tiempos la máxima vedette y bailarina del teatro de revista.

La mítica Venus Negra, con su encanto cautivador, se erigió en el epicentro de los suspiros mendocinos, dejando una estela de admiración que perduraría en la memoria de la ciudad.

¿Quién era Josephine Baker? Para muchos lectores jóvenes, su nombre resuena como un eco lejano, pero para los ahora abuelos representaba la encarnación misma de la sensualidad, el erotismo y la fantasía masculina. La libertad encarnada en una mujer audaz, desprovista de prejuicios en una era donde el atrevimiento femenino era una rareza.

Sin embargo, su singularidad no se limitaba a su valentía: Baker destacaba aún más por su herencia afroamericana, desafiando las convenciones establecidas de aquel momento.

 

Tras las notas discordantes del destino

Los mendocinos, ávidos de conocer a esta figura enigmática, se alimentaban de los relatos de diarios y revistas que narraban su nacimiento en la ciudad de Saint Louis, Missouri, en Estados Unidos, el 3 de junio de 1906 y fue bautizada con el nombre de Freda Josephine McDonald. Su linaje, una compleja sinfonía de raíces afroamericanas, amerindias y españolas, tejía un tapiz único que anticipaba el destino singular de la pequeña Freda.

Sus padres, Carrie McDonald y Eddie Carson, un músico callejero ambulante de ascendencia española, trazaron los primeros acordes de su existencia. Sin embargo, las melodías familiares pronto se desvanecieron en la discordia, y la unión entre sus progenitores se deshizo velozmente.

En este capítulo inicial de su historia, la pequeña Freda fue testigo del desencuentro y la separación.

El escenario se transformó cuando su madre, Carrie, volvió a casarse –esta vez con Arthur Martin–, dando inicio a una nueva vida de Freda. Su hogar se expandió con tres nuevos integrantes: Richard, Margaret y Willie Mae, hermanos que compartían con ella la familia en reconstrucción.

En este pentagrama de vivencias, aquella niña emergió como una nota única, rebelde ante las convenciones que intentaban aprisionarla. Su niñez, una amalgama de escuela y trabajo doméstico en mansiones de la alta sociedad, la llevó a descubrir las complejidades de un mundo que oscilaba entre la opulencia y la necesidad.

La vedette pasó por nuestra provincia en su momento de mayor esplendor, renovando la pasión de sus admiradores

Melodías en Broadway y París

De pronto, el destino la puso a prueba a través de lo que más le gustaba hacer, que era cantar y bailar y así, dio sus primeros pasos en Broadway y el Cotton Club de Harlem de New York, en donde su estrella creció vertiginosamente, consagrándose como una de las cantantes y bailarinas del momento. Pero fue en París, en el club La Revue Nègre, donde su estrella alcanzó la cima.

Con su cuerpo escultural y rostro angelical, Baker se ganó el corazón del público francés, que la bautizó como la Venus Negra. Su coreografía imponente y la audacia de bailar casi desnuda, solo cubierta con una falda de plumas en el Danse Sauvage o un traje de plátanos en el Follies Bergère, la catapultaron a la fama.

Además, en París entabló amistad con uno de los más grandes músicos de jazz argentino, llamado Oscar Alemán, quien por aquel entonces brillaba en aquella ciudad con su guitarra. Tal fue su fama, que el legendario jazzista estadounidense Edward Duke Ellington, quien estando en la ‘Ciudad Luz’, intentó convencerlo para que se incorporara a su banda.

Los desnudos de Josephine Baker, inmortalizados en imágenes, la convirtieron en la mujer más fotografiada del mundo, rivalizando con las divas de la época como Gloria Swanson y Mary Pickford. Antes de 1927, ya había amasado una fortuna que superaba a la de cualquier otro artista en Europa.

 

La guerra y la gloria: medallas que desafían el tiempo

Pero la historia de Baker no se limitó a los escenarios, ya que en el escenario de la Segunda Guerra Mundial surgió como una heroína del contraespionaje francés y se enlistó como una de las primeras mujeres en la Fuerza Aérea francesa. Participó activamente en la liberación de París en 1944, colaboró con la Cruz Roja y se convirtió en un símbolo de la lucha contra el nazismo, un modelo para las mujeres que anhelaban la libertad.

Su tarea le valió el reconocimiento imperecedero de la Medalla de la Resistencia, un laurel que, al concluir la guerra, se anidó en el pecho de Josephine Baker como una flor que desafiaba los estragos del tiempo. No pasó mucho tiempo antes de que, en una ceremonia que parecía extraída de los retazos más vibrantes de la realidad, le fuera conferida la Legión de Honor de manos del general Charles de Gaulle, como un gesto que trascendía los límites de lo terrestre.

Su vida sentimental estuvo rodeada de varios matrimonios, además de ser una de las pocas mujeres de ese tiempo en declarar su bisexualidad, y a pesar que no pudo tener hijos, adoptó 12 niños de las más variadas nacionalidades.

Su muerte, acaecida en París el 12 de abril de 1975, marcó el fin de una era. Fue enterrada en Mónaco con todos los honores, pero en el 2021, el gobierno francés depositó su cuerpo en el Panteón de París junto a los más grandes de la historia de Francia, transformándose en la primera mujer afrodescendiente en tener ese honor, como la leyenda que fue.

 

Los mendocinos, rendidos a sus pies

En Mendoza, la llegada de la Diosa fue recibida con una mezcla de anticipación y fascinación. Jóvenes y adultos conocieron a la artista a través de sus fotos ‘prohibidas’, sus películas y sus canciones, mientras que aquellos más afortunados, los pudientes que habían viajado a Francia, habían tenido el privilegio de presenciar su espectáculo en el Follies Bergère.

La noche de su llegada a Mendoza quedó grabada en la memoria colectiva. A las 20, una multitud se congregaba en la estación del ferrocarril, los automóviles se alineaban en la periferia y la ciudad adquiriría una atmósfera distinta. Reporteros y fotógrafos competían por el mejor lugar, deseosos de capturar la esencia de la Venus Negra en sus cámaras y entrevistas. A lo lejos, la silueta del tren proveniente de Chile se dibujaba en la oscuridad, acercándose a la estación. La expectativa crecía mientras los hombres se aglomeraban en el andén, ansiosos por recibir a la sensual Josephine Baker.

Cuando el tren se detuvo, la escena se tornó caótica. La multitud aclamaba a la artista, intentando tocar su mano, pronunciando su nombre, silbando en un frenesí de admiración. Tanta era la aglomeración, que algunos policías tuvieron que intervenir para despejar el camino, permitiendo que la diva descendiera del vagón.

Allí estaba Josephine Baker ante los mendocinos, con su sonrisa encantadora, ataviada con un traje de color gris claro y un diminuto sombrero del mismo tono. Antes de bajar, saludó a la multitud con un gesto grácil.

Liberada del gentío, fue conducida hacia un lujoso automóvil azul que la esperaba para trasladarla al Plaza Hotel –el mismo que hoy se ubica frente a la Plaza Independencia– en donde se alojaría durante su estancia en la ciudad.

En los días que siguieron, Mendoza vivió un éxtasis colectivo. La Venus Negra se paseaba por las principales calles de la ciudad, visitó el flamante pasaje San Martín y hasta fue la protagonista principal en un partido de fútbol al que se la convocó para dar el puntapié inicial en aquel popular evento deportivo. Así su paso dejó una estela de admiradores.

Los más afortunados, aquellos que lograron acercarse lo suficiente, recibieron una mirada, un gesto, quizás hasta un saludo de la diva. Pero como todas las historias, la visita de Josephine Baker a Mendoza llegó a su fin.

Después de un frugal desayuno en el hotel, la diva se dirigió hacia la estación del Ferrocarril Pacífico en un lujoso automóvil, acompañada por su representante y su equipo, para ascender al tren que la llevaría de vuelta a la Ciudad de Buenos Aires.

El andén se llenó de un público ansioso por despedirla, y cuando la estrella llegó, la multitud se precipitó hacia ella buscando autógrafos y la oportunidad de una última mirada. Con su característica sonrisa, la diva escribió autógrafos uno por uno, posó para fotografías y, a los más afortunados, les regaló besos cargados de la magia que la caracterizaba.

Subió al coche camarote y, desde la ventanilla, ondeó su mano al público agradecido, que respondió con afecto. Minutos después, el tren inició su marcha, alejándose de Mendoza y llevándose consigo a la maravillosa mujer.