|11/12/23 02:59 PM

Como lo hizo Roca, Milei marca un hito en el rumbo de la Argentina

Tal como ocurre en estos días, en 1880 se iniciaba para la Nación una nueva etapa marcada por compromisos audaces y desafíos significativos

11 de diciembre, 2023 - 16:12

Bajo el manto del inescrutable destino, ayer se consumó un giro insospechado en el devenir político de la nación argentina. En un capítulo que se inscribe con tintes de epopeya, Javier Milei llegó al sillón presidencial marcando un hito en las páginas de la historia nacional.

Su investidura, una gesta democrática que desafía los cánones tradicionales, sitúa al país al borde de una nueva era, donde las ideas liberales emergen como faro guía.

En un curioso paralelismo temporal, la memoria se remonta a los albores de 1880, cuando el general Julio Argentino Roca se alzó con el timón de la patria. Aquel capítulo fue un jalón trascendental en la trama del devenir histórico argentino.

Sin embargo, el eco del presente resuena de manera distinta, ya que Milei no solo emula a aquel hito, sino que lo trasciende al convertirse en el primer gobernante de tendencias liberales elegido por la voluntad del pueblo, en el marco de un sistema democrático.

El hilo del tiempo conecta ambos acontecimientos, y la toma de juramento de Milei resuena con la solemnidad de un pacto renovado, un compromiso que despierta interrogantes sobre los rumbos que la Argentina abrazará en los años por venir.

Solo el tiempo revelará los misterios que hoy yacen ocultos entre las líneas de esta crónica histórica. La Argentina, testigo y protagonista, aguarda con expectativas el desenlace de esta nueva odisea, donde las ideas liberales de Milei surgen como una historia que parece empeñada en reinventarse una vez más.

Un rincón en el tiempo

A mediados del año 1878, la política argentina se veía dominada por la sombra de la reciente muerte de Adolfo Alsina, quien encabezaba el Ministerio de Guerra y un gozaba de un gran poder político. En estos turbulentos momentos que vivía el gobierno nacional, el protagonista emergente del Partido Autonomista Nacional era el general Julio Argentino Roca, cuyo nombre resonaba con fuerza entre los círculos de aquellos tiempos.

Fue en ese particular momento que, Roca fue propuesto como candidato por su cuñado, el hábil gobernador cordobés Miguel Juárez Celman, y en Buenos Aires, el médico Eduardo Wilde levantó su nombre, provocando un torbellino de apoyos.

La asunción de Roca y su histórico discurso

Hacia la paz y un nuevo país

Las elecciones para presidente, celebradas el 11 de abril de 1880, se convirtieron en un festín electoral donde Julio Argentino Roca emergió como el claro favorito, conquistando los corazones de los electores, a excepción de Buenos Aires y Corrientes. En aquella fórmula electoral, lo acompañaba como vicepresidente una figura destacada del ambiente político, el abogado y empresario Francisco Bernabé Madero, quien también pertenecía al Partido Autonomista Nacional.

El 13 de junio, el Colegio Electoral se congregó, eligiendo a Roca y a Madero. Pero, como en un juego de cartas, en Buenos Aires se estaba barajando una revolución contra el triunfo de Roca y el atrevido proyecto de Nicolás Avellaneda de federalizar la ciudad.

El telón se levantó cuatro días después, dando inicio a distintos combates que se libraron. La dramática situación política continuó hasta el 25 de junio, cuando las fuerzas lograron una tregua en un acuerdo entre la provincia y la Nación.

La revolución de 1880 dejó su huella en la historia, un rastro de 3.000 almas perdidas en la vorágine de ideales enfrentados.

Justo antes de que Roca asumiera la presidencia, el Congreso aprobó la federalización de Buenos Aires. El destino de la ciudad quedó sellado en una decisión que resonaría en los pasillos del poder y las calles de la metrópolis.

Así, entre intrigas y revoluciones, el general Roca ascendió al podio presidencial, llevando consigo el peso de una victoria forjada en la compleja danza de la política argentina del siglo XIX. Este episodio dejó una marca imborrable y marcó el inicio de una nueva República Argentina que estuvo por muchos años entre las potencias más grandes del planeta.

 

Discurso del progreso

El 12 de octubre de 1880, el presidente electo partió hacia el viejo edificio del Congreso Nacional, situado en Balcarce 139 de la Ciudad de Buenos Aires, a una cuadra y media de la Casa Rosada.

En el recinto se encontraban los más grandes personajes de la política de aquel momento, quienes se ubicaron en los respectivos escaños.

En un discurso histórico ante el Congreso, el presidente Roca reflexionó sobre los sesenta años de lucha que precedieron a la consolidación del “imperium" de la nación sobre el de las provincias. Este hito, según sus palabras, marcaría una nueva era en la que la República Argentina podría avanzar hacia la paz y la administración efectiva.

El mandatario destacó la importancia de los legisladores nacionales de 1880, que, a su juicio, complementaban el sistema de Gobierno representativo federal. La reciente sanción de la ley que fijaba la capital definitiva de la República simbolizaba el comienzo de un período donde el gobierno podría actuar con libertad, alejado de las luchas internas que habían amenazado la integridad de la nación.

En el corazón de su alocución, se encontraban dos prioridades clave: el Ejército y las vías de comunicación.

En ese sentido se comprometió a reformar el Ejército, destacando la necesidad de evitar el militarismo y hacer de esta institución una verdadera defensora de la libertad y la Constitución. En cuanto a las vías de comunicación, subrayó la urgencia de expandir los ferrocarriles para unir las provincias y potenciar el desarrollo económico.

El líder expresó su esperanza de que, en tres años, las locomotoras llegarían a pueblos clave, como San Juan, Mendoza, Salta y Jujuy. Estas expansiones, según él, no solo fortalecerían la economía sino también afianzarían la unidad nacional.

En el ámbito militar, se comprometió a continuar con las operaciones en las fronteras, buscando dominar a los originarios de la Patagonia y del Chaco. Al respecto manifestó, entre otras cosas, que el objetivo era eliminar las fronteras militares y asegurar que cada rincón de tierra argentina estuviese bajo la jurisdicción de las leyes nacionales.

Además destacó la importancia de los territorios desiertos, presentándolos como lugares propicios para nuevas poblaciones. Se comprometió también a impulsar el desarrollo y crear nuevos estados, contribuyendo al poder y la grandeza de la República.

En términos políticos, el mandatario aseguró que se emplearían todos los recursos y facultades constitucionales para evitar cualquier intento contra la paz pública, garantizando la seguridad y el respeto de las libertades y derechos de los ciudadanos.

En el cierre de su mensaje enfatizó la necesidad de conservar la paz y respetar la Constitución como clave para la prosperidad del país.

El líder se describió a sí mismo como un defensor de la paz y la administración, con la esperanza de contar con la protección divina, el apoyo del Congreso y la opinión nacional para llevar a cabo su visión.

Este discurso marcó el inicio de un nuevo capítulo para la República Argentina, con compromisos audaces y desafíos significativos. El éxito dependería de la ejecución efectiva de las reformas propuestas y de la capacidad del gobierno para mantener la estabilidad en medio de los desafíos que se presentarían en el camino.

La sociedad observaba así con atención y expectativa el desarrollo de estos planteos que lograron consolidar el progreso y la grandeza de nuestra Nación.