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Los inconvenientes de ser demasiado modesto

El amor propio y el sentimiento de orgullo personal no son arrogancia, sino el justo reconocimiento que nos debemos

Por Redacción

25 de noviembre, 2020 - 07:25

Ser demasiado modesto es tan nocivo como cualquier otro aspecto que se lleve al extremo. La clave está en ese ‘demasiado’. Por esa palabra, las grandes virtudes pueden convertirse en defectos y los grandes placeres pueden transformarse en torturas. El exceso casi siempre lleva a desvirtuar la naturaleza de las cosas.

La modestia es una gran virtud, que está emparentada con importantes valores humanos como la sencillez, la humildad y la templanza. Es lo opuesto a la vanidad y el engreimiento, esos dos rasgos que tanto terreno han ganado en el mundo actual. Quien es modesto no necesita, ni quiere andar ufanándose de algo. Pero quien es demasiado modesto llega al punto de minimizar sus logros y sus cualidades.

Si bien la excesiva altivez genera antipatía y levanta una barrera con los demás, la excesiva modestia tampoco da lugar a relaciones sanas, ni con los demás, ni con uno mismo. Quien resta valor a lo que es y lo que hace puede obtener ciertos beneficios, pero en cambio pierde posibilidades de reafirmarse y de obtener el reconocimiento que merece.

 

Ser demasiado modesto: una cara de la inhibición

Es verdad que ser demasiado modesto facilita algunos aspectos de las relaciones sociales. Quien se comporta de esa manera es percibido como inofensivo y esto le evita celos, envidias y confrontaciones. En el mundo actual hay muchos individuos que son excesivamente competitivos. De hecho, las redes sociales nos han vuelto más competitivos aún. Alguien que sea muy modesto logra eludir esas tensiones.

Quien se siente seguro de sí mismo no necesita ni exhibirse, ni ufanarse, ni obtener el reconocimiento de los demás. Por eso puede ser modesto de una manera natural y espontánea. Ahora bien, con quien busca ser demasiado modesto ocurre algo diferente. Lo suyo ya no es simplemente no engreírse, sino que también busca ocultarse, reducirse, e incluso invisibilizarse.

Se podría decir entonces que la excesiva modestia no es una señal de humildad, sino de inhibición. Se teme a las reacciones de los demás y una manera de enfrentarlo es mimetizándose, impidiendo ser visto. Es como si no se tuviera derecho a ser equivalente o mejor que los otros en algún aspecto. De uno u otro modo, representa un sentimiento de vergüenza frente a uno mismo.

 

Orgullo no es soberbia

Se suele confundir el orgullo con la soberbia, pero en realidad se trata de dos realidades muy diferentes. El orgullo nos habla de un amor propio exaltado. La soberbia se relaciona más con un amor propio herido. El amor propio es resultado de la autoaceptación y autovaloración. A su vez, el orgullo nace cuando, con base en esa realidad, alcanzamos un logro que incrementa aún más ese sentimiento de estar cómodos con lo que somos.

La soberbia, en cambio, es básicamente una impostura. Busca el reconocimiento y la exaltación que provenga de otros. Establecer una distancia que permita sentirse superior y, gracias a ello, mejorar la opinión que se tiene de sí mismo. La soberbia enrostra los logros, en lugar de compartirlos. Hay algo de amargura en su esencia y no se colma con nada.

Esa arrogancia es, por tanto, un intento por compensar la falta de amor propio. Suele ser artificiosa y agresiva. Si los demás no reconocen el valor del soberbio, él se siente profundamente frustrado. No se muestra capaz de calificarse bien a sí mismo, con independencia de lo que piensen los demás.

 

El orgullo hace falta

La modestia y el orgullo no están lejos el uno del otro. Estas realidades no se excluyen, sino que por el contrario, se complementan. Una persona puede sentirse orgullosa de lo que es, de sus logros y, aún así, mantenerse en una posición de modestia también. Significa no alardear, ni tratar de obtener la admiración o el reconocimiento de los otros, pero tampoco minimizarse o invisibilizarse.

Al ser demasiado modesto, o soberbio, se le otorga una importancia desproporcionada a la mirada de los demás. En el primer caso, porque se le teme y porque prima un sentimiento de vergüenza y de incapacidad para enfrentar su mirada. En el segundo caso, porque hay interés en predominar sobre otros. La soberbia necesita compararse, ganar y hacerlo muy visible para otros.