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Carta para el Señor Presidente

Las diferentes y sucesivas administraciones del Estado deben entender justamente que son meros administradores y no los dueños del mismo, porque existe lo que se denomina la continuidad jurídica del Estado.

23 de agosto, 2019 - 11:37

La mayoría de las fiestas en la República romana eran acontecimientos fijados en su calendario. Creían con ello reforzar sus lazos profundos con sus tradiciones y con sus dioses, ya que estaban asignados a los días festivos y se evitaban a los dies nefasti.

Los dedicados a las actividades políticas de la ciudad eran especialmente considerados. Por ejemplo, los reservados a los festejos de los triunfos militares y a los cambios de mando.

El día de triunfo, el general victorioso o el nuevo cónsul lucían una corona de laureles y vestían una toga púrpura bordada en oro que lo identificaba. Luego de aparecer ante la multitud así ataviados, desfilaban de pie en una cuadriga tirada por cuatro caballos blancos por las calles de Roma. Eran seguidos por su escolta de legionarios, además de los prisioneros y del botín de guerra, si los hubiera.

Con la distancia que nos aporta el tiempo, podemos apreciar que los romanos no solo eran gente creyente, sino también personas prácticas, ya que con todos estos símbolos lo que querían, en realidad, era no solo seguir un rito religioso, sino reforzar la autoridad y el prestigio de quien recibía la tremenda investidura de gobernarlos.

Mutatis mutandi, vemos cómo estos ritos se han ido suavizando, pero no han desaparecido del todo. Especialmente lo vemos en las monarquías que quedan, pero también en los gobiernos republicanos cuando deben transmitir el poder soberano.

La televisión, en esas ocasiones, nos trae las imágenes de ceremonias que se celebran en otras latitudes. Con presidentes magníficamente vestidos que son recibidos por sus congresales de pie frente al marco imponente de sus respectivas sedes legislativas. No es raro que el acto sea enmarcado por un desfile militar o por una megaobra artística.

Lamentablemente, nuestros festejos, en la última asunción presidencial, se vieron ensombrecidos por la negativa de la presidente saliente a asistir a la puesta en funciones de su sucesor y a la imposición de los atributos que lo adornan.

La República asistió acongojada a este desaire. Es más, los que guardamos cierto apego lejano por los viejos mitos, sentimos una suerte de negra premonición: la de un gobierno que no comenzaba con los mejores auspicios.

Hoy, a casi cuatro años de esa celebración casi trunca, vemos que se comienza a generar un clima similar. Uno negativo que no es bueno para la continuidad de las instituciones republicanas.

Tiempo atrás nos habíamos tomado el atrevimiento de llamarlo por teléfono al Presidente de la Nación para recomendarle sus responsabilidades como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Hoy, como el tema es de naturaleza más seria, hemos decidido hacerlo mediante una carta.

Lo primero que quiero expresarle al Señor Presidente Mauricio Macri es que tiene todo el derecho a querer y hasta a luchar por su reelección.  En este sentido, puede y debe hacer todo lo que las leyes de la República le permitan.

Sin embargo, al margen de su condición de candidato, el Señor Presidente ostenta, justamente, las responsabilidades específicas de su cargo. Las que exceden —por mucho– las de un simple candidato presidencial.

Lo segundo que quiero decir es que, aún aceptando la primera voluntad presidencial, la de ser candidato a la presidencia, la misma no puede ejercitarse con un discurso que nos enajene la benevolencia de los mercados, mucho menos de los dignatarios extranjeros y que socave nuestro alicaído prestigio internacional.

Pues, ¿cuál sería el escenario, bastante probable por cierto, de un triunfo opositor, frente a fondos de inversión, aliados extranjeros que lo percibieran como su enemigo?

No son concebibles, ni cumplen con las leyes escritas y no escritas de la diplomacia y de la buena vecindad, por ejemplo, las recientes expresiones del Señor Presidente de la República Federativa del Brasil respecto de que no quiere refugiados argentinos en su suelo porque supone que vamos camino a ser Venezuela.

Las diferentes y sucesivas administraciones del Estado deben entender justamente eso. Que son meros administradores y no los dueños del mismo, porque existe lo que se denomina la continuidad jurídica del Estado.

Por otro lado, los que vivimos en este país: ciudadanos comunes y no tan comunes, pequeñas, medianas y grandes empresas, instituciones, clubes, sindicatos, etcétera, tenemos que seguir viviendo. Y pretendemos seguir cumpliendo con nuestras actividades básicas, más allá de quién sea el ganador de las próximas elecciones presidenciales.

Para terminar y volviendo a los ritos romanos de entronización, bien vale recordar que dentro de la cuadriga que transportaba al futuro mandatario, había un esclavo que le susurraba: “Memento mori”, o sea: “Recuerda que morirás”.

Una clara alusión a lo precario y acotado de la gloria y de los poderes humanos. Un recordatorio de que el tiempo supera al espacio y que por sobre el conflicto, siempre, hay que tratar de buscar la armonía.

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.