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Son peores que el virus

03 de abril, 2020 - 22:05

El espectáculo que dieron millones de personas en todo el país –jubilados y beneficiarios de asignaciones familiares y otras ayudas de emergencia- amontonadas tratando de cobrar sus haberes nos dio la pauta de que no estamos a la altura de las circunstancias.

Nos tienen en cuarentena obligatoria a causa de la pandemia de coronavirus desde hace catorce días, persiguen a los descerebrados que no la respetan, movilizan a la policía para perseguirlos, el Poder Judicial tiene que trabajar a destajo para atender las denuncias… y en apenas unas horas echamos por la borda el esfuerzo de los argentinos que respetamos la norma y nos mantuvimos en nuestros hogares, salvo en ocasiones muy puntuales para atender casos de necesidad.

“Nadie puede moverse de su residencia, todos tienen que quedarse en sus casas”, ordenó el Presidente cuando dio a conocer su decisión de blindarnos “para protegernos”.

Después extendió el período de aislamiento, alarmado por el rumbo que estaba tomando la situación.

Hasta ahí todo bien. Alberto Fernández contó con el apoyo hasta de la oposición –no podía ser de otra manera– porque la situación lo amerita. La población le hace caso y se queda en su casa.

Fábricas, empresas, negocios, entretenimientos, bancos… todos cerrados a la espera de que pase el temporal.

No hay ventas salvo en casos muy puntuales de artículos de primera necesidad y tampoco servicios normalmente esenciales para vivir como estamos acostumbrados.

Por lo tanto, no hay ingresos de ningún tipo. Y los pocos que hay no alcanzarán para pagar alquileres, servicios, sueldos ni impuestos.

Así, la economía tiembla, los puestos de trabajo peligran, las empresas y los productores piden que los salven.

El Gobierno, a tientas, larga medidas paliativas con cuentagotas. La situación no está como para tirar manteca al techo. Eso también se entiende.

Los muertos ya son decenas y los infectados centenas. Si la curva sigue subiendo, el sistema sanitario hasta podría colapsar.

Se dice que muere mucha más gente por la gripe, pero la verdad es que para ésta ya han cura, hay vacunas, y para el coronavirus todavía no hay nada.

Este virus un misterio y los científicos buscan a tientas todavía en la oscuridad, desesperados. ¿Cuántas muertes provocará? Ese es el misterio que todavía nadie resuelve.

No es un mensaje apocalíptico, es solo la apreciación que se puede hacer desde la razonabilidad, desde la experiencia que se vive en otros países.

Pero el jueves se decidió abrir los bancos para atender a los millones de personas que apenas viven –o sobreviven– con su magro ingreso.

En todo el país salieron de su refugio antivirus y abandonaron la cuarentena en su desesperación por tener el peso que necesitan imperiosamente.

Todos ellos –lo vimos en la tele– sin ninguna protección… Ni barbijo… ni gel… ni respetando la distancia mínima indispensable para no ser contagiado.

Por ende, como quedaron expuestos, serán los más afectados por la infección.

¿De quién fue la responsabilidad de semejante desatino? ¿Quién tomó la decisión de enviar prácticamente al peligro a esa gente sin haber diagramado ni siquiera un esquema para evitar las aglomeraciones y escapar de la calamidad?

Desde el director de la ANSES hasta el presidente del Banco Central, pasando por muchos de sus funcionarios, son los únicos responsables de que la cuarentena –esa que le costará al país cientos de miles de millones de pesos y dejará un tendal de empresas quebradas y pequeños productores en la calle– haya sido burlada por la imperiosa necesidad de la gente de cobrar unos pocos pesos.

Ellos son los culpables de que ayer viviéramos una jornada triste, lamentable. Ellos son los funcionarios que debieron cuidarnos y, al contrario, nos pusieron a los argentinos al borde de un desastre humanitario.

Mientras toman decisiones desde la comodidad de su despacho, en la trinchera, médicos, enfermeros, policías, militares y voluntarios eligen pelear con la muerte para salvar vidas.

Es gente que vive con muchísimo menos que sus sueldos de seis cifras.

Por eso es seguro que se pasarán la pelota unos a otros tratando de salvar el pellejo y sus ingresos.

Pero debo decirles que nadie los necesita y tampoco están obligados a seguir en el cargo. Ha sido su elección ser servidores públicos, ningún argentino se lo ha exigido y ninguno va a extrañar su ausencia.

Ustedes son la mejor muestra de que muchos son peores que el virus que nos está matando.