29 de marzo, 2020 - 13:01

Y de golpe el mundo se puso patas arriba. Los muertos se cuentan por miles, los enfermos por centenares de miles, y el mapa global se asemeja al de las películas de guerra o de invasiones extraterrestres, con círculos rojos sobre las grandes ciudades. Solo que no muestran las huellas del bombardeo, sino el colapso por algo que en esos lugares parecía conquistado: la salud.

Milán, Tokio, Nueva York, lugares de donde traíamos fotos de todo lo que está bien, hoy muestran una contracara atroz, como si la plaga se propusiera enseñarnos algo.

No fueron los demenciales desfiles militares de Kim Jong-un y sus amenazas con el dedo en el gatillo. No fue Trump sentado en lo más alto de la parva de armas más grande de la historia. Tampoco el fundamentalismo islámico y su terrorismo, las amenazas veladas que desvelaban. Lo hizo algo que, contrariamente a líderes que se pelean por mostrar quien la tiene más grande, es tan diminuto que es imposible verlo; que no hay escudo antimisiles que no pueda vulnerar, ni fronteras blindadas y amuralladas que no pueda burlar.

A nosotros nos agarró, como siempre, en una crisis económica. Nos agarró, como siempre, con todos discutiendo quién es más responsable de que nos vaya mal, como si eso fuera la solución. Nos agarró planteando que cerca nos dejaron del default, por parque de aquellos que se fueron dejando default, nada nuevo.

Pero unos párrafos atrás, se señala que tal vez el virus pretenda enseñarnos algo. Y podría ser. Desde el lado de acá, muchísima gente tomó conciencia que cuidar y cuidarse es una actitud noble, necesaria. Y que cumplir las normas nos puede salvar la vida. Justo en el país de la anomia, donde inventamos excusas para la vulneración cotidiana, acatar puede ser la diferencia entre vivir y morir, o matar a alguien que queremos. Cruel forma de aprender, pero ojalá aprendamos.

Por el lado del poder y la dirigencia, puede significar también un tamiz que nos muestre calidades y cualidades de cada uno de los que integran eso que, por momentos, parece un circo a contramano.

Hay algunos que han encarnado con compromiso y seriedad el desafío presente. Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta, por ejemplo, parecen interactuar y colaborar con una decisión que supera diferencias. Por otro lado, aparecen los figurones de siempre ahondando la grieta, adjudicando el virus a otros, como si lo hubieran inoculado secretamente. Alentando el odio clasista como si aquellos que viajan no fueran personas que trabajan y se ganan la vida dignamente.

La peste nos muestra, en síntesis, las miserias de siempre en plano detalle. Pero también muestran a gente con estatura para encarar el problema, y para superar diferencias.

Esta crisis, como toda crisis, abre una oportunidad. Dejar la anomia, buscar la unión, valorar a cada uno en su justo término, premiar a los que cumplen y no a los que especulan o se borran, o peor aún, a los que lucran con las desgracias.

Nos permite ser mejores. O no serlo.