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Palabras al viento

El Gobierno no puede permitirse, en la actual coyuntura, ser un comentarista de la realidad como si no tuviera influencia sobre ella.

20 de septiembre, 2020 - 12:08

“Los dólares no son para guardar, son para producir”, soltó desafiante el presidente Alberto Fernández, mientras defendía la implementación del supercepo, como han bautizado los economistas las recientes medidas del Banco Central de la República Argentina.

Suena lindo, ojalá fuera parte de una serie de medidas que sirvan para la traslación a la realidad de ese precepto, pero desgraciadamente nada de eso ocurre.

En primer lugar, porque en la política económica que lleva adelante el Gobierno, el dólar que venden los que producen vale muchísimo menos que el dólar que venden los que especulan.

La fuente permanente y genuina de dólares, que mal que les pese a muchos que se dicen industrialistas y demás, sigue siendo el agro, y especialmente la soja, tiene el dólar más barato de todos.

Un productor sojero recibe cuando liquida sus dólares 53 pesos por cada uno. Lo escribo por si no se entendió, cincuenta y tres pesos.

Por otro lado, alguien que pone su dinero en operaciones financieras, con bonos, acciones, títulos públicos, puede liquidar sus dólares a 128 pesos en el mercado del contado con liqui.

El Gobierno no puede permitirse, en la actual coyuntura, ser un comentarista de la realidad como si no tuviera influencia sobre ella.

En todo caso, si Fernández observa que le va mejor a los que especulan que a los que producen tiene todas las herramientas para tomar decisiones que inviertan esos factores, y beneficiar rotundamente a los que invierten, producen, dan trabajo y mueven los engranajes de la economía, pero nada de eso hace.

Por el contrario, los sectores productivos se ven amenazados por mayores impuestos, y las condiciones de competitividad para productos cuyo destino es el mundo son cada vez peores.

El Estado destina la mayor parte de su presupuesto a las asistencias sociales, que cristalizan la pobreza, en lugar de destinarlo a mejorar aquellas condiciones, que garantizarían hacer crecer la torta a distribuir.

Si fuera una política de la emergencia los cuestionamientos serían menos justificados. Pero ante el carácter de permanente que toman estas políticas, está claro que se trata de otra cosa, profundizando la dependencia, el clientelismo, los bolsones de corrupción, y apagando los impulsos creativos y de esfuerzo que son virtudes en una sociedad.

Su declaración en contra del mérito redondea el concepto sin dejar dudas.

Por otra parte, Fernández se mueve en un Gabinete en que gran parte de sus ministros tienen guardados sus dólares, y fue entronizado por una vicepresidente cuyas declaraciones juradas siempre dieron cuenta de enormes ahorros en moneda extranjera, plazos fijos y rentas inmobiliarias.

Raro concepto el de multimillonarios que apuestan a la renta y la especulación, sin crear un solo puesto de trabajo, sin producir riqueza, pero que exigen eso para los demás, con retórica amenazante.

Si es seria la convicción de que el dólar debe ser para producir, inmediatamente se deben crear las condiciones para que ello ocurra. No se puede producir con las relaciones laborales que existen en la Argentina, y cuya paternidad pertenece al partido del gobierno.

Cualquier empresario pyme –los que más empleo suministran- resume la situación diciendo “si tengo que despedir a un empleado me fundo”.

No se puede producir tampoco con las cargas impositivas que afronta el sector en la Argentina. Son más de 160 los tributos vigentes, y dan vueltas por el Congreso Nacional proyectos para crear más.

El último Índice Fada de la participación del Estado en la renta agraria, que como se dijo es el gran suministrador de dólares genuinos para la economía, indica que de cada 100 pesos que se producen, el fisco se lleva 68,30 en promedio.

Menos se puede producir en un país donde la educación no capacita adecuadamente para el trabajo.

Cualquier empresario señala, en una charla franca, que cuando toman personal tienen que invertir tiempo y recursos en calificarlo, porque por más que hayan salido de una escuela técnica o una de formación profesional, no llegan con las competencias suficientes, y es otro de los costos que asumen sin deber hacerlo.

Tres áreas básicas tiene que reformar el gobierno con urgencia: laboral, tributaria y educativa. Eso no indica que lo demás esté bien y no necesite intervenciones, como logística, comunicaciones o financieras, solo que las primeras son imprescindibles.

De lo contrario, decir que los dólares son para producir es seguir tirando palabras al aire, y seguir devaluando un poder político que se le degrada aceleradamente.