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Los zapatos del señor Fernández

19 de julio, 2020 - 10:38

Un dicho muy común del ingenio popular dice "no quisiera estar en sus zapatos" cuando alguien enfrenta dificultades que parecen insuperables. Y hoy la frase parece a medida para Alberto Fernández.

Tal vez solo un gran estadista, de esos que no abundan –no existe uno de ellos entre nosotros- se animaría al desafío, en una debacle que muestra dificultades por todos lados.

En primer término, la crisis desatada por la pandemia de coronavirus no da tregua y las decisiones iniciales, que contaron con consenso y apoyo social frente a la incertidumbre, cada vez son más difíciles de aceptar, van dejando una secuela de quebranto económico y malestar social que ya se traduce en las mediciones, y se animan a contradecirlo no solo desde la política, sino ya también desde el ámbito de la ciencia.

EL grupo denominado Epidemiólogos Argentinos Metadisciplinarios, por ejemplo, elevó al mandatario 16 preguntas que cuestionan severamente, desde el enfoque sanitario, las medidas del Gobierno. Las dos últimas son muy elocuentes: 15 ¿Podría haber otros fines detrás de la suspensión de los derechos y de las garantías constitucionales, con grave afectación de la Carta Magna y el bloque constitucional en su conjunto? Y 16 ¿por qué se sometió a la penuria económica a familias y empresas que quedaron sin ingresos, aunque conservaron sus obligaciones impositivas y contractuales, hasta el punto de quedar a merced del asistencialismo, la devaluación de sus bienes y el quebranto?

Pero si en la cuestión sanitaria no se le puede endilgar responsabilidad más que por las decisiones tomadas, –y en todo caso por un gabinete y cuerpo de asesores que lo deja mal parado con insistencia, desde los dichos de Ginés González García hasta los gráficos comparativos que después dan lugar a desmentidas– hay otras áreas donde la responsabilidad es más profunda.

En el área económica, frente a la devastación de la cuarentena (vale recordar aquí que la cuarentena es política, la enfermedad es natural, pero la decisión de cómo combatirla es administrativa) las respuestas aparecen a todas luces como insuficientes.

Frente a un déficit fiscal galopante, se toma el camino de inflarlo solo transfiriendo dinero, pero sin ayudas concretas a la producción como bajar costos fiscales, presión tributaria, o facilitar la comercialización para mover la economía no solo desde el consumo, restringido a lo mínimo.

El ministro de Economía está enfocado de lleno a la renegociación de la deuda, cosa que se había anticipado al inicio de la gestión: el acuerdo con los acreedores era el paso previo a la presentación del plan económico del Gobierno.

Pero a siete meses de gestión, sin acuerdo aún, muchos dudan de la existencia de tal plan. El resto del gabinete económico, como el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, parece estar en cuarentena también, con nulo protagonismo, como su par de Agroindustria, que ni siquiera sabía de la expropiación de Vicentín.

Pero ahora apareció en toda su dimensión otro problema para Fernández, y es eminentemente político, y para peor es interno. Desde el seno mismo de su fuerza, de la alianza gobernante, se cuestionan sus dichos y decisiones. Lo están esmerilando los propios, y eso no augura nada bueno.

La reunión con empresarios, los dichos sobre Venezuela en la ONU, varios fueron los episodios que desataron la ira de los propios, incluso con cruces de acusaciones posteriores como el sainete De Vido - Grabois.

No solo dirigentes salieron al cruce. Espadas mediáticas del kircherismo duro, como Víctor Hugo Morales, le hacen saber su desagrado, y encima el Presidente le da entidad llamando a la radio para aclarar los puntos en tono casi de rendir cuentas.

Sus asesores comunicacionales, evidentemente, también están en cuarentena, salvo para tuitear insultos como también se vio en la semana.

Todo esto viene a cuento no como enumeración de tropiezos de diferente magnitud, sino como preocupación por algo que ha sido una constante en Argentina.

Es más fácil ganar una elección que construir la gobernabilidad. Lo saben bien los espacios que son opositores. La UCR, en su última experiencia liderando una alianza nunca lo pudo hacer y abandonó la Rosada en helicóptero.

En el caso más reciente, donde acompañó al PRO, tampoco pudieron casi nunca tener el poder necesario para imponer reformas y, en última instancia, modificar la realidad, el dato máximo de la tenencia del poder.

Las internas puestas a la luz en estos últimos días son una muy mala noticia para el presidente. Sin control sobre la tropa propia, tironeado por todos lados, obligado a complacer a diestra y siniestra su futuro político luce con un desgaste que nadie tuvo en escasos siete meses.

Su discurso tranquilizador y conciliador poco efecto parece tener frente a las necesidades de muchos de cerrar sus cuentas pendientes con la justicia, y de otros de anotarse para futuros cambios de gabinete.

De hecho, ya suena el reaparecido e incombustible Aníbal Fernández para la Secretaría de Energía, que rompería su retiro dorado en las exclusivas playas de Cariló.

Dicen que no hay peor astilla que la del mismo palo, y lo debe estar aprendiendo Alberto Fernández, mientras pone sus zapatos en la horma.