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La revolución con el diario del lunes

Amar u odiar la Revolución Cubana ya no es un ejercicio genuino e inteligente porque desde la distancia física o cronológica solo se pueden percibir reflejos distorsionados por las pasiones y los relatos interesados

19 de julio, 2021 - 08:03

Mientras en Cuba empieza nuevamente a escribirse la historia, en la Argentina se está pensando si estar a favor o en contra de alguna de las partes en pugna en la isla, pude acercar algún rédito político ante la proximidad de las elecciones.

Lejos de esas mezquindades los cubanos están despertando a algo diferente a lo que vivieron durante más de 60 años, muchos convencidos y otros también muchos resignados.

Amar u odiar la Revolución Cubana ya no es un ejercicio genuino e inteligente porque desde la distancia física o cronológica solo se pueden percibir reflejos distorsionados por las pasiones y los relatos interesados.

Sólo cabe esperar que el cambio tan proclamado por los barbudos de Sierra Maestra, sigue siendo un instrumento solo de los pueblos y por lo tanto imposible de determinar arbitrariamente desde algún cenáculo de comité central.

El final de la década de los 60 e inicio de los 70 enmarcó el desarrollo de procesos que influyeron profundamente en las sociedades, lo que se tradujo en procesos políticos definitorios. Mientras que en lo individual surgían cuestionamientos a las tradiciones de la educación y la estructura de las familias, por consiguiente, estaba siendo puesto en jaque cualquier principio que sostuviera la autoridad paterna, y por lo tanto la autoridad del poder.

Ser joven en aquellos tiempos y mirar por alguna ventana al mundo, por más estrecha que esta fuera, permitía advertir que a la vez que se empezaba a desmoronar el colonialismo europeo tradicional, surgían los que el Derecho Internacional denomina “pueblos en armas que luchan por su liberación”.

En ese caldo también se revolvían los efectos de la guerra fría que tan claramente explica la Marcha de la Bronca: "…Los que mandan tienen este mundo/repodrido y dividido en dos/culpa de su afán de conquistarse/por la fuerza o por la explotación…".

En los dos lados del mundo la juventud y lo sectores más contestatarios luchaban como podían contra el poder de la fuerza o de la explotación. Dos ejemplos contrastantes: en 1968 mientras en Checoeslovaquia los tanques soviéticos mataban gente en medio de la Primavera de Praga, en la ciudad de México el ejército asesinaba a 300 estudiantes que se manifestaban por más libertad en la plaza de Tlatelolco.

La rebeldía en sus distintas formas había enarbolado a la Revolución Cubana y a la figura del Che como el símbolo de la lucha contra la llamada opresión imperialista. Derrocar al dictador Fulgencio Batista era también tirar de las barbas al Tío Sam.

Como todas las revoluciones que se precien de tal, una vez triunfantes no dan lugar a la deliberación ni al debate que prometieron, por lo tanto, la instauración de una democracia real prometida pasa a ser un mito, remplazado por la denominada democracia popular en la que el pueblo se supone que se expresa directamente sin obstáculos, pero que el único intérprete de la voluntad de las masas es el líder.

Y como no son necesarios, o en su caso peligroso, el debate y la crítica, no hacen falta los partidos políticos, por lo que basta con el partido único o con un partido hegemónico.

Ese es el momento en que la revolución, cualquiera que sea, se torna más conservadora que el poder que derrocó en nombre de la libertad. Y en la necesidad de mantenerse y no ser cuestionada, cercena libertades, acalla voces críticas. Stalin lo supo y frente a la teoría de la revolución permanente cortó por lo sano y construyó la inmensa cárcel soviética, muy lejos del estado obrero y campesino que también prometieron Lenin y Trotzky.

Los jóvenes de los años 60/70 no tuvieron el diario del lunes, y dejando de lado a los violentos y sinvergüenzas, genuinamente creyeron en la construcción de un mundo mejor y de un nuevo hombre.

Aquí, en estas costas, el Che, Mao, Marx, la URSS, eran los emblemas de un futuro en el que habría justicia y libertad. Pero pasaron las décadas y eso no llegaba, el bienestar y la libertad fueron sustituidos por una pobreza igualitaria y un pensamiento amordazado.

Ni el ocaso socialista ni el afianzamiento capitalista dejan como síntesis dialéctica un mundo mejor. Por eso tal vez en las calles de Cuba esté terminando de caer el muro de Berlín, pero la polvareda aún no deja ver lo que vendrá.