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La mujer que venció la muralla de los Andes

Nille Adrienne Bolland tenía 25 años cuando tomó la decisión de cruzar la cordillera. A pesar de las burlas de los hombres, la joven cumplió su cometido

30 de marzo, 2020 - 08:23

Corría el año 1921. En Buenos Aires y en Mendoza muchos hombres se burlaban de una mujer francesa de 25 años quien había llegado a Argentina con un utópico sueño. Ellos se habían enterado a través de los medios quienes publicaban lo que intentaba realizar.

Ella era piloto, y muy buena. Había dejado atónitos a sus camaradas varones en Francia, algunos de los cuales la envidiaban por ser mejores que ellos.

Cuando llegó a nuestro país, los pilotos locales le hacían chistes groseros y la subestimaban. Le decían que la cordillera de los Andes “no era de chocolate". Pero ese era el sueño de la francesita: cruzar la cordillera andina. Un gran desafío y más para una fémina.

La aviación tiene cara de mujer

Eran los años 20 y las mujeres tenían un rol más postergado en la sociedad. En aquellos tiempos, el tener una profesión como médica, ingeniera, abogada o contadora estaba casi prohibido; y ni hablar de practicar un deporte extremo o realizar alguna importante hazaña.

En ese contexto, muy pocas se atrevían a romper estas reglas.

Una de ellas fue una chica de 25 años de edad llamada Nille Adrienne Bolland, aviadora francesa que desde muy joven se dedicó a volar.

Nació en 1895 en Arcueil, Francia, y falleció a los 79 años el 18 de marzo de 1975 en París. Esta francesa tenía una gran reputación en la actividad y había cruzado, en 1920, nada menos que el Canal de la Mancha. Su máximo sueño era atravesar la cordillera de los Andes y llegó a la Argentina con ese propósito.

El intento fallido

En febrero de 1921, mademoiselle Bolland llegó a Mendoza. Estuvo más de un mes haciendo preparativos, hasta que en la madrugada del 31 de marzo, muy temprano, arribó al aeródromo de Los Tamarindos con el objetivo de cumplir un sueño.

En el hangar, su mecánico Duperrier preparaba el avión para emprender aquel viaje. Llevaba como vestimenta una campera, gorro y botas de cuero para soportar las bajas temperaturas.

A las 7 de la mañana, el avión Caudron de 80 HP estaba listo. Adrienne se acomodó en la nave y partió rumbo a la cordillera. Al llegar a Uspallata, las condiciones meteorológicas comenzaron a ser desfavorables y fuertes vientos, hacían que el avión perdiera altura.

En una sabia decisión, la aviadora regresó a Mendoza y su máquina aterrizó en el campo de Los Tamarindos.

La segunda, la vencida

Luego del fallido viaje, la Bolland decidió realizar la travesía al otro día, el 1 de abril. Muy temprano, la intrépida francesita llegó al campo de aviación dispuesta a cruzar los Andes.

Su aeroplano, un “petit” G3, fue sacado del hangar y llevado hasta la improvisada pista. Todo estaba listo, Adrienne llevaba entre sus manos un bolso con un puñal, tres cebollas para combatir la puna y un pan candeal como alimento.

Se subió a la cabina, estrechó fuerte la mano de su mecánico, en agradecimiento de su importante labor, y con una simpática sonrisa se dirigió al público diciendo: “Hasta la vista, señores”.

Eran las 6.30 de la mañana; entonces se dio la señal y la máquina se deslizó hacia el Sudeste. En una rápida carrera, comenzó a tomar altura.

Hacia la gloria

Tras realizar varios círculos, la nave se remontó hasta alcanzar unos 3.000 metros de altura. Enseguida se perfiló hacia el Oeste, en dirección a las nevadas cumbres de la cordillera, con el aeroplano desplazándose siguiendo la línea del ferrocarril y el telégrafo.

En la localidad de Uspallata, después de casi una hora de haber despegado desde Los Tamarindos, la nave sobrevoló la estación ferroviaria y se perdió en la inmensidad de la cordillera. Al llegar a Las Cuevas, el avión alcanzó los 4.850 metros de altura, batiendo el récord mundial realizado por una mujer. Adrienne comenzó a preocuparse por la estructura de la nave, ya que su altitud máxima era de 4.000.

Después de salir de Mendoza, los anteojos que llevaba le apretaban mucho. Antes del vuelo se había vendado las manos con papel y se había colocado unos gruesos guantes de cuero para resguardarse del frío. Esto no le permitía tener gran movilidad.

Cuando estaba sobrevolando Punta de Vacas llevó la mano al rostro para tratar de acomodar el anteojo que le molestaba. Al forcejear con el guante, el anteojo se rompió y cayó al vacío debiendo efectuar el vuelo con la cara descubierta y sin protección. Comenzó a sentir el viento frío que cortaba su rostro y afectaba sus ojos, pero su meta era llegar a Santiago.

Cuando llegó al río Blanco un fuerte viento hizo sacudir el avión, aunque pudo sortear este inconveniente. Luego pasó por el pueblo de Los Andes, a las 10 de la mañana. Un dolor intenso sintió en los ojos, que estaban desprotegidos, pero supo resistir. Solo faltaban 10 minutos de viaje para llegar a Santiago.

El aeroplano comenzó a descender y de repente se empezaron a ver las pequeñas casas. Localizó la pista y con unos suaves giros la joven francesa aterrizó ante una multitud que la ovacionaba.

Al salir de la máquina su rostro estaba amoratado por el intenso frío que había soportado. Pero valió el sacrificio y su sueño se hizo realidad: fue la primera mujer aviadora en vencer la cordillera de los Andes y dejó a todo el mundo masculino sin palabras.