12 de abril, 2020 - 15:21

Circunstancias extraordinarias como la que vivimos ponen a prueba muchas cosas, tal vez demasiadas, sin garantías de éxito predeterminadas por antecedentes o realidades puntuales.

¿Qué quiero decir? Que pueden fracasar liderazgos solventes e incuestionables, naufragar sistemas en apariencia sólidos y confiables y mostrarse como muy eficaces aquellos que parecían más endebles.

En nuestro país, el escenario está mostrando situaciones dispares. Se ha fortalecido el liderazgo presidencial, ha cohesionado a sectores de la oposición –como el gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que parece más cercano que muchos caciques propios–, ha generado algunas fisuras y pase de facturas en el Gabinete y ha mostrado al Parlamento, por ejemplo, en una repudiable inacción, como si no fuera un poder que debe decir presente, respaldar, discutir, proponer, en una urgencia como la que vivimos.

Alberto Fernández ha cosechado adhesiones y aumentado su buena imagen en estos tiempos. Decisiones oportunas, capacidad de comunicación y firmeza son cualidades que engrosan su patrimonio político, más flaco y “prestado” en su origen.

Pero a poco de andar apareció una mancha que, de crecer –como en aquella vieja película clase B de los sábados de súper acción–, puede medrar peligrosamente el capital que viene construyendo.

La compra a precios inflados de insumos tan básicos como fideos y aceite para los pobres, oculta maniobras que, en el mejor de los casos, quita al Estado, como negociador, esa fortaleza que el Presidente pretende darle. En el peor, sería una muestra de corrupción inaceptable.

Pero una mirada en perspectiva obliga a ir más allá de esa simpleza. Por desgracia, el Gobierno ha echado mano de cuadros dirigentes que provienen de un partido con innegables bolsones de corrupción, y en este juego donde los caciques y los poderosos del justicialismo van metiendo sus cartas en la estructura del Estado, aparecen estos personajes que ya exhiben un prontuario, y que nadie “bochó” en su acceso a los cargos.

Contribuye para eso una esquizofrénica burocracia creada en el Estado, que permite estos premios para los afines y el pago de favores políticos, territoriales o simplemente familiares.

Repasemos, por ejemplo, los lugares que alcanzó la purga post sobreprecios: secretario de Articulación de Política Social, subsecretario de Asistencia Crítica, coordinador de Abordaje Territorial, coordinador de Depósito Metropolitano, directora de Emergencia, coordinadora de Asistencia Técnica Directa, directora de Asistencia Crítica, directora de Asistencia Institucional, director de Gestión y Asistencia Urgente, director de Ayudas Emergentes, coordinador de Asistencias a Instituciones no Gubernamentales, coordinador de Gestión de Ayudas Urgentes, director de Talleres Familiares, director nacional de Articulación Social, director de Asistencia para Situaciones Especiales... Todos esos cargos presentaron la renuncia.

También entró en una zona oscura la compra de alcohol en gel del PAMI, que aclaró oscureciendo su titular, Luana Volnovich.

Fernández debe lidiar con la pandemia y con una crisis económica de dimensiones insospechadas, y además, debe cuidar su capital político y su imagen de propios que son capaces de devastar cualquier imagen, ante una sociedad que vio demasiado de estos episodios y los repudia rotundamente.

La mancha que le producen los sobreprecios puede quitarse aplicando todo el rigor del caso, y mejor que se haga. De lo contrario puede ser una mancha venenosa.